VENCIENDO EL CAOS
No hay duda de que el caos domina el orden del mundo.
Un caos donde un conjunto indefinido de centros de poder -porque unos se ocultan entre sombras, otros surgen como hongos después de la lluvia y otros actúan a la luz del día haciendo creer que persiguen fines altruístas- luchando entre sí, pero contribuyendo juntos en avanzar hacia la destrucción de la dignidad del ser humano.
Esto podrá parecer duro, hasta apocalíptico. Pero es el resultado de la pérdida de valores morales y espirituales que Dios, creador de la vida y organizador del entorno que la cobija, legó a Sus hijos para que la existencia humana fuera una experiencia de gozo y armonía con Su propósito de llevar a cabo la inmortalidad y vida eterna de Sus hijos¹.
¿Acaso es posible dudar de la existencia de ese caos a la luz de los acontecimientos que amenazan el diario vivir de los habitantes de este planeta?
Basta leer las noticias con que despertamos cada día.
Basta tomar conciencia de la incertidumbre en que vivimos, donde el rearme de las potencias dominantes amenaza con armas mortíferas la estabilidad y existencia mutua de las naciones.
Basta con observar las miserias de pueblos enteros sumidos en violencias, pobreza, falta de libertad y sufrimientos, provocados por guerras y sistemas de gobierno que pisotean la dignidad con que Dios dotó al hombre.
Basta con ver la demolición de principios y valores que, heredando las fuentes divinas del orden natural previsto por Dios, han sido transformadas en patentes de corsario para hundir todo vestigio de familia, valor de la vida, amor fraternal y devoción por la Fuente de todo el bien de que ha disfrutado la humanidad.
Advertió Pablo a Timoteo, hablando de nuestros días:
"Esto también debes saber: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los deleites más que de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella; a estos evita."²
Ante este caos, nada puede frenarlo más que en la consciencia individual de cada hombre y mujer.
Nada puede frenarlo más que en la intimidad de una vida familiar, donde padres devotos inculquen los valores de Cristo en los tiernos corazones de sus hijos.
Nada puede detener a los inicuos, salvo el poder y la gracia divina que, en su momento, se manifestará plenamente en la Segunda Venida del Señor Jesucristo.
En el interín, no queda pues otra opción que vivir el Evangelio desde las profundidades del corazón, refugiándonos en la humildad que lleva a buscar la misericordia y gracia de Dios, para así librar en el interior más profundo de nuestra alma, la batalla espiritual que nos coloque del lado vencedor.
Para que en los corazones de los fieles discípulos de Cristo, el temor al caos se disipe, y reine el orden de la paz que proviene del Espiritu Santo, el Consolador que nos prometió el Señor antes de terminar su Ministerio Terrenal.
Así, podremos afirmar con Pablo:"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"³.
Entonces se cumplirá la escritura que afirma:
"Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin."⁴
Ahora bien, estas son cosas que tampoco "se pueden desatender"⁵, recordando que se trata de una Batalla Espiritual que necesariamente debe librarse en la intimidad del corazón de cada uno de nosotros.
Sólo si somos "investidos con poder de lo alto"⁶ podremos "ceñi(r) (n)uestros lomos y toma(r) sobre (n)osotros toda [Su] armadura, para que pod(amos) resistir el día malo, después de haber hecho todo, a fin de que pod(amos) persistir"⁷ en medio del caos que nos rodea.
(1) Moisés 1:39
(2) 2 Timoteo 3:1-5
(3) Filipinas 4:13
(4) Mateo 24:14
(5) Doctrina y Convenios 127:15
(6) Doctrina y Convenios 109:35
(7) Doctrina y Convenios 27:15
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No promovemos ni aceptamos controversias en nuestro blog, siendo nuestro propósito es unir corazones, pues "no es [la] doctrina [de Cristo], agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien [Su] doctrina es esta, que se acaben tales cosas."