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LA VERDAD PREVALECERÁ

Se dice que cuando una persona se pone una máscara sobre su rostro, al punto de no ser posible reconocerla, es entonces que se revela su verdadera identidad. El anonimato ofrece a muchos ka ventaja de decir y hacer lo que no se atrevería a decir o hacer a cara descubierta. La peor de las máscaras es la mentira que, a través del engaño, busca aprovecharse del prójimo buscando fines que se esconden tras una sonrisa, un acuerdo simulado o promesas que no se tiene la intención de cumplir. Vivimos tiempos difíciles, no tanto por los antivalores que tanto se propalan sino por su difusión masiva, su popularidad y la avanzada tecnología que potencia sus efectos. Ya no se trata de la invención de armas sofisticadas que podrían destruir la Humanidad -intencionalmente o por error- sino de armas que destruyen al ser humano por dentro, quitándole subrepticiamente su libertad, sumiéndolo en inmoralidades que nuestros antepasados no hubieran dudado en condenar,  privándolo del gozo de vivir en paz y

ESPÍRITU vs. EMOCIÓN

Buena porción de la sociedad occidental se define como cristiana. Sean católicos, protestantes o de cualquier otro credo cristiano, todos se consideran discípulos de Jesucristo y de Sus Enseñanzas. Dejando de lado los matices de interpretación de la doctrina que las diferencian -aunque no en lo básico- también cierto que , en mayor o menor grado, aceptan que Dios inspira a Sus hijos a través del Espíritu Santo, miembro de la Trinidad que da testimonio del Padre y del Hijo y de la Verdad. Ciertamente la inspiración que se recibe de Dios a través del Espíritu Santo no pasa por un proceso exclusivamente racional sino más bien por una certeza que anida en el corazón y se expande hasta la mente, proveyendo esa convicción que se acostumbra a llamar fe y que Pablo define como "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve"¹. Alma complementa este concepto diciendo: "Y ahora bien, como decía concerniente a la fe: La fe no es tener un conocimiento perfecto de l

VIVIR Y MORIR

La vida sin un propósito que trascienda la muerte no es vida puesto que, si en la muerte termina todo, vivimos siendo nada. ¿Qué sentido tiene el poco tiempo que transcurre entre nuestro nacimiento y nuestra muerte si el resultado de vivir es desaparecer en el vacío? Si viniéramos de la nada y terminásemos en la nada, ¿cómo es que podemos amar, llorar, reír, abrazar, sufrir y gozar, sentirnos humanos y al mismo tiempo tener una existencia carente de sentido? ¿Cómo es posible vivir sin creer que existimos por el eterno propósito de un Creador que nos dio la vida y se nos revela si le buscamos? La soledad es la única compañera del incrédulo,  aunque ignore su condición. La angustia de sentir acercarse el final de su vida sólo puede potenciar su soledad. Dice el incrédulo: "Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos"¹. Pero el que cree y siente la compañía de Dios en su vida puede afirmar como Job: "Yo sé que mi Redentor vive... Y después de deshecha esta mi piel, aún he