SOBRE EL ORIGEN DEL BIEN Y EL MAL
Así como afirmó Lehi que existe una oposición en todas las cosas¹, encontramos en el lenguaje vocales que representan conceptos, ideas, valores y principios que son opuestos: amor - odio, generosidad - egoísmo, paz -guerra, verdad - engaño, certeza - duda, religiosidad - ateísmo, etc.
La existencia de esta oposición, reflejada en el lenguaje, es reflejo del mundo en que vivimos y destaca el mejor don que hemos recibido después de nuestra vida terrenal: la libertad.
Libertad de escoger, libertad de pensar, de expresar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. En definitiva, libertad de optar por uno de los opuestos.
Esto conlleva a plantearse otro aspecto fundamental de la vida, el cual durante milenios, pensadores y filósofos se han planteado sin llegar a un consenso: qué es el bien y qué es el mal.
Más allá de las diferencias que separan las creencias que adoptan las personas;
más allá de que unos creen en valores y leyes naturales que nos vienen dadas por un orden divino, en tanto otros se declaran ateos y materialistas negando la existencia de la Divinidad;
más allá de que aun algunos creen en la relatividad de los valores y, por ende, niegan la existencia de verdades absolutas que fundamenten el conocimiento del bien y el mal;
llama la atención que en el mundo cristiano esa dualidad del bien y del mal se soslaye, concentrándose en disputas sobre dogmas, sectarismos e interpretaciones, sin reparar en que las Escrituras -base de la Ética cristiana- testifican no sólo de Dios y de Jesucristo, sino también del adversario que lucha por destruir el Plan que la Deidad persigue con la Creación, el Sacrificio Expiatorio del Salvador y la esperanza de una exaltación para quienes se mantengan fieles a los convenios componentes de ese Plan.
En otras palabras, cuando se trata de entender las injusticias de este mundo, o se culpa a Dios por ellas o se las atribuyen a la voluntad perversa de los hombres.
Se tiene poca conciencia de las obras del "ángel de Dios caído del cielo"², a quien Lehi identificó en estos términos:
"Y yo, Lehi, de acuerdo con las cosas que he leído, debo suponer que un ángel de Dios había caído del cielo, según lo que está escrito; por tanto, se convirtió en un diablo, habiendo procurado lo malo ante Dios.
Y porque había caído del cielo, y llegado a ser miserable para siempre, procuró igualmente la miseria de todo el género humano."³
Sí, ese ser espiritual que describe Lehí no es una metáfora, una figura literaria de las Escrituras para referirse a las maldades de los hombres. Es un ser real cuyo propósito es "procur(ar)... la miseria de todo el género humano", "prender(los) con sus sempiternas cadenas, y [moverlos] a cólera, y [hacerlos] perecer..."⁴
"...porque he aquí, en aquel día él enfurecerá los corazones de los hijos de los hombres, y los agitará a la ira contra lo que es bueno.
Y a otros los pacificará y los adormecerá con seguridad carnal, de modo que dirán: Todo va bien en Sion; sí, Sion prospera, todo va bien. Y así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno.
Y he aquí, a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno; y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay liberación."⁵
Al tomar en consideración estas declaraciones resulta claro afirmar que "nada hay, que sea bueno, que no venga del Señor; y lo que es malo viene del diablo"⁶.
He aquí el fundamento real de la Ética. Lo que ha sido discutido durante milenios sin llegar a un acuerdo universal.
Estamos familiarizados con el concepto de la guía de Espíritu Santo, el cual con "una voz apacible y delicada"⁷ nos susurra al oído las verdades de Dios, conduciéndonos a lo bueno.
Pero menos familiarizados estamos con el concepto de que el adversario también tiene sus propios canales de revelación a través de los cuales también susurra al oído conduciendo al mal.
De esto testificó Jesucristo a los nefitas cuando enseñó:
"Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros.
He aquí, esta no es mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien mi doctrina es esta, que se acaben tales cosas."⁸
Ello no exime de culpa a quienes se dejan llevar por los susurros del "padre de las mentiras"⁹. Sólo expone la razón de sus actos.
A la luz de los pasajes citados, se comprende porqué Pablo testificó que "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes"¹⁰.
Podemos también entender quién realmente mueve los hilos de las injusticias del mundo, y la complicidad de quienes "aman las tinieblas más bien que la luz"¹¹, porque "Satanás ejerce un gran dominio en sus corazones y los incita a la iniquidad contra lo bueno..."¹¹.
La batalla real es una Batalla Espiritual.
(1) Ver 2 Nefi 2:11
(2) Isaías 14:12
(3) 2 Nefi 2:17-18
(4) 2 Nefi 27:19
(5) 2 Nefi 27:20-23 (cursiva agregada)
(6) Omni 1:25
(7) 1 Reyes 19:12
(8) 3 Nefi 11:29-30
(9) 2 Nefi 9:9
(10) Efesios 6:12
(11) Doctrina y Convenios 10:20-21
Comentarios
Publicar un comentario
No promovemos ni aceptamos controversias en nuestro blog, siendo nuestro propósito es unir corazones, pues "no es [la] doctrina [de Cristo], agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien [Su] doctrina es esta, que se acaben tales cosas."