¿QUÉ PAZ HEMOS DE ACEPTAR?
Leemos en las Escrituras:
"...mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo."¹
¿Por qué habría de turbarse nuestro corazón? ¿Por qué habría de tener miedo?
¿Será ante la eventualidad de recibir la paz como el mundo la da?
Es muy loable desear la paz; incluso no quedarse sólo en el deseo sino trabajar por ella.
Aparte del deleznable número de tiranos y déspotas que promueven guerras y miseria; aparte de otro tanto de delincuentes que violan la ley y causan tanto daño y dolor; existe una pléyade de discursos y buenas intenciones, de movimientos políticos y sociales, que tienen por norte buscar la paz del mundo, que cabría preguntarse si todos los esfuerzos invertidos en tan noble objetivo han resultado exitosos o no.
Si -como establece el consejo divino- debemos juzgar todo por sus frutos², los miles de años que han transcurrido desde Adán hasta nuestros días parecen haber sido "infructuosos" para alcanzar esa paz que el mundo nos ofrece.
No se trata de dudar de la sinceridad y las buenas intenciones. Se trata de cuestionar el o los métodos que el mundo propone para alcanzar la paz, pues parece que la única paz duradera que ha logrado el mundo ¡ha sido la de los cementerios!
𝘓𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘏𝘶𝘮𝘢𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘢𝘴𝘦𝘮𝘦𝘫𝘢 𝘢 𝘶𝘯 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘱𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘴𝘦 𝘩𝘢 𝘷𝘰𝘭𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 él, 𝘤𝘰𝘯 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢 𝘤𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘺 𝘱𝘢𝘤𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢 𝘤𝘢𝘯𝘵𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘢𝘨𝘶𝘢 𝘺 𝘢𝘤𝘦𝘪𝘵𝘦, 𝘭𝘰𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘦𝘲𝘶𝘪𝘭𝘪𝘣𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘢𝘨𝘶𝘢 𝘺 𝘢𝘤𝘦𝘪𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦𝘯 𝘴𝘦𝘱𝘢𝘳𝘢𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘳𝘦𝘱𝘰𝘴𝘰.
𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘥𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘺 𝘢𝘨𝘪𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘱𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘤𝘦𝘴𝘢𝘳, 𝘺 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘨𝘰𝘤𝘪𝘫𝘢 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘤𝘦𝘪𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘨𝘶𝘢 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦𝘮𝘦𝘻𝘤𝘭𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘩𝘰𝘮𝘰𝘨𝘦𝘯𝘦𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘴ó𝘭𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳, 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘦𝘺𝘦𝘴 𝘯𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢𝘭𝘦𝘴, 𝘶𝘯 𝘤𝘢𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘢𝘤𝘦𝘪𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘨𝘶𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘤𝘩𝘰𝘤𝘢𝘯 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘴𝘪 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘦𝘲𝘶𝘪𝘭𝘪𝘣𝘳𝘪𝘰 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘱𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘦 𝘩𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘥𝘰.
𝘚𝘦𝘳á 𝘯𝘦𝘤𝘦𝘴𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘥𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘴𝘦 𝘢𝘭𝘦𝘫𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘱𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘺 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘩𝘢𝘨𝘢 𝘴𝘶 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘭𝘦𝘤𝘦𝘳 𝘦𝘭 𝘦𝘲𝘶𝘪𝘭𝘪𝘣𝘳𝘪𝘰 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰.
𝘈𝘴í 𝘢𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘤𝘦𝘳á 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘯𝘪𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘏𝘪𝘫𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘏𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦, 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘑𝘦𝘴𝘶𝘤𝘳𝘪𝘴𝘵𝘰, 𝘦𝘯 𝘚𝘶 𝘨𝘭𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢, 𝘳𝘦𝘵𝘰𝘳𝘯𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘭𝘦𝘤𝘦𝘳 𝘭𝘢 𝘱𝘢𝘻. 𝘕𝘰 𝘭𝘢 𝘱𝘢𝘻 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘥𝘢, 𝘱𝘢𝘻 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘶𝘭𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘰 𝘴𝘦𝘳 𝘮á𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘯 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘫𝘪𝘴𝘮𝘰, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘱𝘢𝘻 𝘲𝘶𝘦 É𝘭 𝘰𝘧𝘳𝘦𝘤𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘥𝘰𝘯 𝘥𝘪𝘷𝘪𝘯𝘰.
¿Significa esto que debemos resignarnos a vivir en turbación y con miedo en nuestros corazones?
No. No necesariamente, pues podemos individualmente aceptar Su paz ahora y para siempre, sin importar las turbulencias de la paz que el mundo da.
"Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga."³
Ésta es la promesa personalizada de Jesucristo. La que nos hace a cada uno de nosotros. Él nos enseña cómo encontrar paz duradera en medio del mundo, sin prestar atención a la "paz del mundo".
Porque como nos lo dice sin ambigüedades:
"Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo."⁴
(1) Juan 14:27
(2) Mateo 7:16
(3) Mateo 11:29-30
(4) Juan 16:33
Comentarios
Publicar un comentario
No promovemos ni aceptamos controversias en nuestro blog, siendo nuestro propósito es unir corazones, pues "no es [la] doctrina [de Cristo], agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien [Su] doctrina es esta, que se acaben tales cosas."