CUANDO CONVIENE CALLAR
En ocasiones, la experiencia, muchas veces expresada a través de conocidos adagios populares, expresa conceptos a los que conviene prestar atención, pues nos dan consejos para nuestra vida diaria, que nos evitarán problemas con quienes interactuamos.
Uno de ellos es el que sigue:
"No digas todo lo que sabes. Porque el que
dice todo lo que sabe, muchas veces dice lo que no conviene."1
Ciertamente, entre los hombres, no es posible
afirmar que alguien sea el dueño de toda la verdad, pues nuestro conocimiento
es limitado, nuestras capacidades también, y aun la posibilidad de lograr un
consenso no es fácil de alcanzar, porque es rasgo típico de las sociedades que
convivan, dentro de ellas, opiniones discordantes.
Esa discordancia puede ser fruto de las
dificultades que determinado asunto presente en su percepción. Otras veces, no
es más que el resultado de la conjunción de intereses encontrados, donde la
ambición o el egoísmo encuentran campo fértil para crear disensiones,
enfrentamientos, y aun recurrir a la violencia, método tan arraigado en los
espíritus de quienes sólo buscan el ejercicio injusto del poder.
Esta situación se vuelve crucial cuando se trata de
principios, conceptos, creencias y opiniones vinculadas a ideologías, política,
filosofías y credos religiosos (incluido el ateísmo).
Áreas tan sensibles como los derechos humanos, la
igualdad de género; temas tan controvertidos como el aborto, la orientación
sexual, la eutanasia, el uso recreativo de las drogas; o la pretendida dicotomía
"libertad-igualdad" -por citar algunos ejemplos- constituyen para
algunos, un caldo de cultivo propicio para el fomento de disputas, contenciones,
insultos u odios insuperables.
Una perspectiva cristiana de la vida social ofrece
una salida pacífica y respetuosa a semejante realidad estremecedora. Amar al
prójimo como uno mismo -lo cual incluye reconocer su derecho a opinar diferente
sin que pretenda imponer sus ideas por la fuerza o perdiendo el respeto mutuo
que nos debemos- es el punto de partida óptimo para atenuar, cuando no
eliminar, los sentimientos encontrados y esa reducción del 'ser humano" a
su condición menos noble cuando recurre a la violencia.
Sin embargo, esa misma imposibilidad de consenso
que mencionamos más arriba, convierte -en muchos casos- esa perspectiva del
amor al projimo en poco menos que una utopía.
Es entonces que viene a colación el adagio
mencionado al comienzo: "No digas todo lo que sabes. Porque el que dice
todo lo que sabe, muchas veces dice lo que no conviene".
Jesús expresó esta misma admonición en otras
palabras:
"No deis lo santo a los perros ni echéis
vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y
os despedacen."2
Aunque Sus palabras suenen fuertes -Jesús no hace
más que referirse a ejemplos de la vida cotidiana- nos advierten de la
futilidad de polemizar con las personas que se cierran al intercambio
fructífero de ideas o prefieren el camino de la violencia.
O sea que, muchas veces la manera ganar una
discusión es evitándola.
(1) Proverbio del periodo 509- 494 AC escritos en
las tablillas, de un mural encontrado en las ruinas de Persépolis, ciudad del
antiguo imperio persa, desenterrados por investigadores de la Universidad de
Chicago entre 1933 – 1934
(2) Mateo 7:6
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