¿PERDIENDO LA IDENTIDAD DE SER HUMANO?°

Vivimos en una época que ha dado en llamarse posmodernidad.

No voy a analizar los pormenores de sus características, ni la evolución de las sociedades hasta el día de hoy, ya sea desde un punto de vista psicológico, social o político, ni cómo se llegó a este estado de cosas, porque escapa a los fines de este artículo.

Me gustaría sí resaltar un aspecto sobresaliente de esta época: la crisis de identidad de la que padece buena parte de la sociedad por seguir sus preceptos.

Para ello mencionaré -repito, sin entrar en detalles y sólo a manera de ejemplo- que el individuo contemporáneo promedio, el individuo posmoderno, ha perdido el deseo de buscar la verdad fuera de sí, ha subjetivado la experiencia de vivir, y cree que la vida, la verdad y la esencia de la felicidad, está en LO QUE SIENTE y no en lo que LA RAZÓN pueda llevarle a encontrar fuera de sí en la realidad que le rodea.

Esto explica porque hoy la autopercepción ha sustituído la búsqueda racional ( y espiritual, según se trate de lo que se busca) de la verdad fuera de su propio ser.

Por ejemplo, hoy se ha sustituido la verdad genética (sexo) por la autopercepción de sí mismo (género). 

Hoy ya no interesa si lo que se quiere creer es lo correcto, sino que se afirma que lo que se cree es correcto porque "así lo siento yo", dando lugar así, a las más variadas posturas que se convierten en causa de derechos humanos, se politizan o crean grupos que se sienten victimizados tan sólo por ser minorías; grupos que, por ende, deben ser cuidados, defendidos y privilegiados por su situación particular. 

Así, con esas supuestas verdades basadas en sentimientos y no en la razón o la ciencia, se llega a la paradoja de que, muchas veces, los deseos se perciben como derechos.

Todo esto ha llevado, en realidad, a que el ser humano vaya perdiendo su identidad objetiva y, en cierto sentido, comience a transitar por un camino que lo lleva a la deshumanización, a formar parte de un todo en el cual pierde su libertad, creyendo paradojalmente  que al fin la ha alcanzado, por vivir la ilusión de sentirse lo que quiere ser.

Pero la realidad es otra. No depende de autopercepciones ni deseos, por más legítimos que sean.

La realidad necesita no sólo de la herramienta de la razón para descubrir y entender el mundo en que se vive y las leyes que lo rigen, sino también de la introspección necesaria para descubrir la naturaleza espiritual que alberga en el "ser" humano.

Esa búsqueda de nuestra verdadera identidad requiere de una fuente externa, que unida a la razón cuando se requiera, nos nutra de las verdades que, por nuestra limitada capacidad, no somos pasibles de aprehender por medios propios.

Naturalmente, esto está en laa antítesis de las bases de la posmodernidad, pues postula que la autopercepción no nos lleva al conocimiento de la verdad y sólo crea confusión. Una confusión inevitable, puesto que la realidad está fuera de uno mismo.

Esto no implica la imposibilidad de conocerse a uno mismo. Implica que ese conocimiento no se alcanza por medio de la pretendida autosuficiencia cognitiva.

Hay un himno que expresa claramente nuestra identidad y reafirma cómo debemos comprenderla. Obviamente se necesita de una búsqueda sincera de la verdad, fuera de uno mismo, y con la verdadera intención de ajustar la vida a los confines de lo que esa verdad descubierta nos revele:

"Soy un hijo de Dios; Él me envió aquí. Me  ha dado un hogar y padres buenos para mí.   

"Soy un hijo de Dios; me deben ayudar a entender Su voluntad; no puedo demorar. 

"Soy un hijo de Dios; Él me bendecirá. Yo obedeceré Su ley; haré Su voluntad.   

"Guíenme; enséñenme la senda a seguir para que  algún día yo con Él pueda vivir."¹

Ésta es nuestra verdadera identidad. Somos hijos espirituales de Dios. 

Ésta es la identidad que da un propósito a nuestra vida, una vida que, por más que pase un tiempo infinito y la ciencia acumule millones y millones de hechos y conocimientos acerca de ella, jamás podremos comprender a cabalidad.

Una vida sin Dios no resultaría más que en el azaroso pasar de una existencia intrascendente y olvidable. 

Una vida sin Dios nos despoja de nuestra verdadera identidad...

(1) Soy un Hijo de Dios, Letra: Naomi W. Randall, Música: Mildred T. Pettit.

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