EL USO DEL PODER

En una epístola a la Iglesia mientras se hallaba preso en la cárcel de Liberty, Misuri, en marzo de 1839, el Profeta escribió:

"Hemos aprendido, por tristes experiencias, que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, en cuanto reciben un poco de autoridad, como ellos suponen, es comenzar inmediatamente a ejercer injusto dominio."¹

La naturaleza humana, librada de las virtudes del amor -que no es obligatorio practicarlas, pero del todo recomendable intentar vivirlas en su plenitud- tiende a manifestar las debilidades del hombre natural.

Una de ellas es el afán incontenible de ejercer poder.  Imponer su voluntad por encima de la libertad del prójimo, sin importar si el otro puede tener razón.

No es de extrañar esta circunstancia puesto que la "oposición en todas las cosas"² de la que hablaba Lehi, implica también esa lucha interior entre el deseo de adherir a la Luz de Cristo o ceder a las concupiscencias del impulsi rebelde que pueda surgir de nuestro ser.

Es precisamente el abatir esa rebeldía interior a la Luz de Cristo la esencia del plan de Dios. Sus mandamientos, Sus consejos y advertencias, Su palabra - las Escrituras, la voz de Sus siervos y Sus revelaciones- tienen por objeto debilitar y finalmente vencer esa rebeldía.

No es común que quien sufre de adicción al poder, al ejercicio injusto del poder, decida y aprenda a renunciar a él espontáneamente.

El ejercicio injusto del poder tiene un abanico de resultados nefastos para quienes lo ejercen y para quienes lo sufren. Se lo puede ver en el seno de la institución matrimonial, en la relación entre padres e hijos, y su ejercicio llega hasta las más altas cúspides del poder político y el mundo al margen de la ley. Se le ve en las guerras, que hipócritamente tienen sus "reglas" humanitarias que, por lo general, no se respetan. Se lo percibe en la pérdida de las libertades individuales que causa.

La admonición del Señor -del Príncipe de Paz, de Aquél que es el Maestro y Ejemplo supremos- es ésta:

"Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener... sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual engrandecerá en gran manera el alma sin hipocresía y sin malicia; reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo; para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los lazos de la muerte. 

Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo. 

El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás."²

Todos tenemos el albedrío moral que Cristo nos ganó con su Ministerio Sagrado.

Está en cada uno de nosotros qué camino tomar.

Su camino tal vez nos resulte cuesta arriba. Pero no se espera que libremos la batalla de vencer a nuestros egoístas impulsos en la soledad.

"Y [Jesucristo] tomará... (las) debilidades... [de su pueblo] sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos."³

Y una vez más, como lo hemos visto en otras ocasiones, aflora el sabio consejo de cómo llenarnos de ese amor puro de Cristo que nos libera del ejercicio del poder injusto:

"Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor [puro de Cristo] que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro."⁴

Ciertamente creer que todos los hombres tomarán este camino resulta, en este mundo, una utopía. Pero para quienes lo hagan, dará resultado.

Y llegará la hora en que "se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Je0sucristo es el Señor"⁵... y, finalmente, habrá paz en toda la Tierra.


(1) Doctrina y Convenios 121:39

(2) Íbid. 121:41-46

(3) Alma 7:12

(4) Moroni 7:48

(5) Filipenses 2:10-11


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