EL OLVIDO, LA MUERTE Y LA GLORIA

Ignaz Philipp Semme, Armand Jean du Plessis, Jorge Manrique, Alexander Fleming...


Pregunto: ¿Alguien puede recordarlos o recordar por qué se distinguieron? ¿Cuál fue la razón de su prestigio, poder o influencia de que gozaron en su tiempo?

Ellos, así como innumerables protagonistas de su tiempo, han caído prácticamente en el olvido, a pesar de la fama y gloria que los rodearon.


Veamos:

Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865)- Semmelweis descubrió que higienizarse las manos en soluciones de cal clorada, antes del parto, reducía la mortalidad a menos del 1%, salvando así la vida de innumerables bebés recien nacidos y madres parturientas.

Armand Jean du Plessis - (París, 9 de septiembre de 1585-París, 4 de diciembre de 1642), también se le conoció como el Cardenal Richeliueu. Dominó la politica francesa llegando a ser primer ministro durante el reinado de Luis XIII en 1624, convirtiéndose en el hombre más poderoso de Francia, en aquel entonces una potencia mundial entre las naciones.

Jorge Manrique -  (c. 1440-Santa María del Campo Rus, 24 de abril de 1479), poeta español cuya obra más popular fue <Coplas a la muerte de mi padre>.

Alexander Fleming (Darvel, Escocia; 6 de agosto de 1881-Londres, Inglaterra; 11 de marzo de 1955) famoso por ser el descubridor de la penicilina, el primer antibiótico utilizado ampliamente en la medicina.

No digo que nadie los recuerde, pero es más que probable que estén perdidos entre las páginas de la Historia. Políticos, militares, hombres de ciencia, poetas y escultores, músicos y literatos, etc.

Un puñado de ellos destacaron tanto que aún figuran con cierto grado de vigencia entre nosotros.

Pero por cierto que, aunque gozaran de mucha fama y poder en su tiempo; aunque se distinguieran notablemente por el bien o mal que hicieron; aunque acumularan riquezas, fueran avaros o generosos con ellas, cualquier cantante de moda o estrella de cine -por mencionar algún caso- es más conocido, citado, respetado y aclamado, hoy en día, que cualquiera de ellos.

Así son los pueblos. Tienen poca memoria y, por lo general, tienden a repetir los errores del pasado, y a olvidar a quienes construyeron el camino de la humanidad. 

Así es la gloria que el mundo profesa a los hombres.

La muerte, el gran equiparador de los hombres, ha hecho su obra sepultándolos por segunda vez, y definitivamente, en la inmisericordiosa tumba del olvido.

El propio Manrique escribó en sus Coplas citadas más arriba:

"Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir:

allí van los señoríos,

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos;

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos...

"Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que en este mundo traidor

aun primero que muramos

las perdemos.

De ellas deshace la edad,

de ellas casos desastrados

que acaecen,

de ellas, por su calidad,

en los más altos estados

desfallecen..."

Del refranero popular -¿quién recuerda al autor?- una verdad irrefutable se esconde tras la siguiente cita:

"Dicen que morimos dos veces. La primera vez cuando dejas de respirar y la segunda, cuando alguien te recuerda por última vez".

Así es la gloria de los hombres. Así es la gloria del mundo en que vivimos.

Pero existe un Dios de cual todos somos hijos, para quien no importa el credo, el color de piel, sus preferencias o cualquier otro rasgo distintivo: siempre nos tiene presentes.

Un Dios que nos ha dicho por medio de su Unigénito:

"..No temáis... ¿No se venden cinco pajarillos por dos blancas? Pues ni uno de ellos está olvidado delante de Dios.  Y aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; de más valor sois vosotros que muchos pajarillos."¹

Para el Señor, todos y cada uno de Sus hijos están contados. Les ama. Su obra y Su gloria es poner a los pies de cada uno de ellos la inmortalidad y posibilidad de alcanzar la vida eterna; esta última, si están con una mente y corazón bien dispuestos a seguir inquebrantablemente Su voluntad.

¿Acaso no es ésa la esencia de la parábola de la oveja perdida que Jesús enseñó a Sus discipulos?

"¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla?"²

Así es la gloria de Dios. Así es la gloria de la Luz que resplandece por sobre las tinieblas  y olvidos de este mundo.


(1) Lucas 12:4, 6-7

(2) Lucas 15:4


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