LIBERTAD vs. POBREZA

La libertad es un concepto esencial de la existencia humana. Conlleva un derecho inalienable que está indisolublemente inmersa en la vida. Nadie puede sentir que, privado de ella, puede alcanzar la felicidad y el goce pleno de su ser.

Según la RAE, el vocablo libertad tiene varias acepciones. Entre ellas, 

 • Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.

 • Falta de sujeción y subordinación.

 • Contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres.

De manera que el ejercicio de la libertad trae aparejado inevitablemente asumir responsabilidades. Nadie se libra de las consecuencias de sus elecciones.

 Ese ejercicio de la libertad puede llegar hasta la "falta de sujeción y subordinación" (¿a las leyes? ¿el sentido de justicia? ¿la moral?) o a una "contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres".

Podría decirse, entonces, que existen varias libertades. De no mediar valores morales adecuados, el resultado de su ejercicio dependerá de la clase de libertad que el individuo haya optado por vivir. Así, podría llegarse a la paradoja de que la libertad pretendida por unos lleve a la esclavitud de otros.

Seguramente esto tenía en mente Pablo cuando, asumiendo que existe una clase de libertad  que es según Dios la concibe, exhortó a los gálatas en estos términos:

"Permaneced, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez a ser presos en el yugo de esclavitud."1  

Asimismo, Pedro advierte qué es el ejercicio de esa libertad de origen divino la que se espera de un cristiano:

"...actuad como libres, y no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios."2 

Este concepto de libertad cristiana está embuída de la voluntad de Dios. El discípulo de Cristo ciñe el ejercicio de su libertad con los preceptos divinos.  

Al respecto leemos en el testimonio de Helamán:

"...no obstante, permanecen firmes en esa libertad con la que Dios los ha hecho libres; y son diligentes en acordarse del Señor su Dios de día en día; sí, se esfuerzan por obedecer sus estatutos y sus juicios y sus mandamientos continuamente; y su fe es fuerte en las profecías concernientes a lo que está por venir."3 

Es común escuchar, hoy en día, grandes controversias entre distintas corrientes filosóficas: unos ponderando la libertad como el bien supremo, y otros buscando la igualdad como la aspiración máxima de una sociedad. Es común escuchar una y otra vez que la libertad va de la mano con injusticias sociales, y que existe pobreza como fruto inevitable de que unos se aprovechan de los otros por causa de una libertad irrestricta. Es por esa causa -dicen- que la brecha entre pobres y ricos se acrecienta continuamente.

En realidad, se trata de una discusión de jamás acabar. Se elaboran teorías de toda índole, y se exasperan los ánimos -por así decirlo- entre los distintos defensores de cada causa.

¿Alguien se ha preguntado alguna vez por qué no se ha encontrado la fórmula para que no exista más la pobreza? ¿Ni tampoco el ejercicio injusto del poder que coarta libertades?

Si la libertad que prevaleciera entre los hombres fuera "la libertad con que Dios hizo libres a los hombres"; y si éstos,  a su vez, "se (esfozaran) por obedecer [los]estatutos y [los] juicios y [los] mandamientos continuamente" -los que Jesucristo enseñó-, las sociedades serían capaces de alcanzar tal bienestar colectivo donde la libertad, de la mano de la justicia, derrotarían definitivamente la pobreza. Los hombres vivirían en paz, respeto y unión, unos con otros, entrelazados con la caridad, que es la máxima de las virtudes.

Desafortunadamente, estamos muy lejos de lograr esa aspiración.

Pero cada uno de nosotros -en su propia medida- puede contribuir a mejorar la sociedad con tan sólo seguir a Cristo.

(1) Gálatas 5:1

(2) 1 Pedro 2:16

(3) Alma 58:40

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