LA LOCURA DE CREER

El apóstol Pablo, un hombre que al principio no creía en Jesús y Su ministerio, luego de convertirse en discípulo Suyo, escribió a los cristianos de Corinto:

"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente."¹

Existen muchos conceptos trascendentes en su sentencia: la existencia de Dios, la necesidad del Espíritu Santo que da testimonio de la realidad y obras de nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo, la naturaleza dual del hombre siendo un espíritu revestido de carne y huesos, la rebelión de quienes niegan a Dios -a los cuales por su conducta los califica como 𝘯𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢𝘭𝘦𝘴- y la necesidad de que Dios se revele al hombre en una dimensión no física, apelando a los sentidos 𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘪𝘵𝘶𝘢𝘭𝘦𝘴 que el hombre posee aun cuando no sea consciente de ellos ni los haya podido desarrollado.

Es llamativo cómo Pablo anota que para los incrédulos el Evangelio y todo lo que ello implica son 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢. En definitiva, que es locura ser cristiano y creer en las palabras de Jesucristo, en Sus profetas y en toda escritura sagrada revelada desde el inicio de los Tiempos.

Para los incrédulos es 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢 no sólo sostener que Dios existe sino también que "en el principio creó Dios los cielos y la tierra"²; que "[hizo]produ(cir) [de] la tierra hierba verde, hierba que d(io) semilla; árbol de fruto que d(io) fruto según su especie, que su semilla est(uviera) en él, sobre la tierra"³; que "hizo Dios los animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie"⁴,  que "creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó"⁵...

Para los incrédulos es 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢  que Jesucristo padeció la muerte a manos de enemigos que lo tuvieron por sedicioso y alborotador; que resucitó al tercer día y mediante Su Sacrificio Expiatorio abrió las puertas a la resurrección de los muertos y a la posibilidad de heredar la vida eterna junto a Dios.

Para los incrédulos la religión es 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢 en la medida que es un recurso fantasioso de la mente humana para explicar lo que no puede explicar, y consolarse ante la perspectiva de que la vida termina con la muerte. 

Obviamente esta percepción de 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢 se extiende al credo cristiano, al cual combaten pues ven en él una limitación a sus ideas y pasiones desenfrenadas.

Para los incrédulos la 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢 de creer no es más que el resultado de "[las] insensatas tradiciones de (n)uestros padres... el efecto de una mente desvariada... [y] creer en cosas que no existen"⁶.

Hablando de las maravillas del cuerpo humano, de cómo "el cuerpo renueva sus propias células dañadas y regula los niveles de sus propios ingredientes vitales, [de cómo] el cuerpo cicatriza sus laceraciones, moretones y huesos fracturados [y] su capacidad para la reproducción [lo cual] es otro don sagrado de Dios", el presidente Russell M. Nelson afirma categóricamente:

"Cualquiera que estudie las funciones del cuerpo humano seguramente ha '…visto a Dios obrando en su majestad y poder'... Aún así, algunas personas piensan erróneamente que esos maravillosos atributos físicos ocurrieron por o fueron el resultado de una gran explosión en algún lugar⁷. Pregúntense: '¿Podría una explosión en una imprenta producir un diccionario?'. La probabilidad es de lo más remota; pero si así fuera, ¡nunca podría curar sus páginas rotas o imprimir sus propias ediciones nuevas!"

Entonces, ¿dónde está la 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢? ¿En aferrarse a concepciones que reducen la vida a meras reacciones químicas? ¿En "creer" que la materia determina nuestras acciones y voluntad, despojándonos del albedrío y justificando el mal por fenómenos materiales incontrolables que relativizan la moral? Si el hombre devino de la azarosa combinación de elementos químicos a través de un proceso evolutivo espontáneo, entonces no es dueño de su vida; el amor no es más que un fenómeno puramente químico; la solidaridad y el sacrificio por el bienestar del prójimo no merecen ser encomiados; todo es relativo y la 𝘴𝘦𝘭𝘦𝘤𝘤𝘪ó𝘯 𝘯𝘢𝘵𝘶𝘳𝘢𝘭 -como pretendió pontificar Darwin al hacer prevalecer al más fuerte y apto en su teoría de la evolución-  justifica el uso indiscriminado del poder y la fuerza para imponerse sobre el más débil y destruirlo.

¿Pueden existir dudas en cuanto a dónde hallar realmente la 𝘭𝘰𝘤𝘶𝘳𝘢?


(1) 1 Corintios 2:14

(2) Génesis 1:1

(3) Ibid vers. 12

(4) Ibid vers. 25

(5) Ibid vers. 27

(6) Véase Alma 30 y las falacias que enseñó Korihor.

(7) Indudablemente el presidente Nelson se refiere a la teoría del Bing Bang como origen del universo y la vida como la conocemos.

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