ANTE LAS AUSENCIAS QUE DUELEN
Existen emociones que nacen dentro de nosotros más allá de nuestra voluntad. Emociones que nunca nos abandonarán mientras vivamos.
Está bien que así sea, cuando es el amor el que las genera.
No podemos evitar la tristeza que algunas conllevan, pero podemos encontrar el consuelo que nos libre del pesar.
Cuando una persona querida deja este mundo, es lógico preguntarse en dónde está, qué estará haciendo. No es decabellado preguntarse si, desde donde está, vela por nosotros, pide por nosotros y, también, si le es permitido vernos, ayudarnos o inspirarnos.
Yo no creo que su presencia en nuestras vidas se limite tan sólo a recuerdos. Que nuestra relación con ese ser, a quien hemos amado, se límite a sentir dolor por su ausencia física y -en ocasiones- por la forma en que le tocó partir de este mundo.
Aunque nos parezca que, de alguna manera, seguimos comunicados con ella por medios que no percibimos, sin duda nos es posible sentirla a través de ese amor que nos unió y que nunca perderemos.
La esperanza que Jesucristo nos dio de volver a estar junto a ella es real.
Nos da no sólo consuelo, sino también disipa la sensación de pérdida porque nos provee de la certeza de que es sólo cuestión de dejar pasar el tiempo; que todo lo bueno vivido sigue latente en el corazón, y que todo valió la pena porque el futuro que nos espera es glorioso: volver a reencontrarnos y -si hemos vivido para merecerlo- estar juntos para siempre en el glorioso reino celestial de Dios.
Hay leyes que rigen la vida que no se pueden saltear. Una de ellas es la temporalidad de nuestra estancia aquí.
Pero no existimos para desaparecer, sino para progresar. Progresamos cuando partimos, y progresamos cuando llegamos a comprender que ese distanciamiento es pasajero y efímero en comparación a los confines de la eternidad.
Se requiere de valor para sobrellevar estas emociones y convertirlas en puentes hacia la eternidad.
Pero esa valentía es un don que viene de Dios. Se empodera en nuestra relación con Jesucristo, quien tiene las llaves para abrirnos el entendimiento y cargar nuestras aflicciones, para que podamos vivir en gozo pese a las tribulaciones de esta vida.
En la medida que crece nuestro amor y unidad con Cristo, crece también ese don de sobrellevar las ausencias hasta convertir las tinieblas en luz resplandeciente.
Que extrañemos la presencia de nuestros seres queridos que ya han partido de este mundo es lo que nos hace humanos.
Que enfrentemos la adversidad de esa ausencia que nunca desearíamos experimentar, nos puede proveer de la humildad que Dios necesita que tengamos en nuestra alma para así poder fortalecernos.
No deberíamos tener mayor aspiración, durante nuestra estancia terrenal, que esforzanos por vivir a tal manera de merecer que lleguemos a estar con nuestros seres queridos juntos para siempre...
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