ASEGURANDO NUESTRA FELICIDAD

¿Qué hace a uno feliz?

Es esta una pregunta crucial de la vida. Tal vez una de las más importantes. Está, indudablemente, entrelazada con otras preguntas de similar trascendencia: ¿cómo surgió la vida?¿Cuál es su propósito? ¿Existe Dios? ¿Qué hay después de la muerte?

Sean cuales sean las respuestas que cada quien dé a estas preguntas, lo cierto es que difícilmente alguien no persiga la felicidad durante el transcurso de su vida.

Pero, ¿qué es la felicidad?

¿El cumplimiento de nuestros deseos? ¿Una vida sin oposición, tribulaciones, pérdidas, dolor o sufrimiento físico y emocional?

¿Es ausencia de lo que evitaríamos si pudiéramos o presencia de lo que anhelamos alcanzar?

La conceptualización de la felicidad se ha trabajado desde muchos puntos de vista desde los albores de la Historia. Se la ha encarado desde la filosofía, la sicología, las ciencias sociales, la medicina y, por supuesto, la religión. 

Así y todo, la cuestión radica en saber qué es la felicidad.

Algunas definiciones clásicas de la Academia pasan por categorizarla como "𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘵𝘪𝘴𝘧𝘢𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘪𝘵𝘶𝘢𝘭 𝘺 𝘧𝘪́𝘴𝘪𝘤𝘢" y "𝘢𝘶𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘯𝘷𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘰 𝘵𝘳𝘰𝘱𝘪𝘦𝘻𝘰𝘴"¹.

Sin embargo, la realidad nos enseña que ese estado de satisfacción o esa ausencia de inconvenientes o tropiezos es esquivo, y no parece probable que se experimente todo el tiempo.

En otras palabras, la felicidad no resultaría en un estado permanente, aun cuando el propósito de Dios siempre ha sido que Sus hijos sean felices.

Las Escrituras utilizan más frecuentemente el término "gozo" para referirse a las felicidad. Así, leemos que "Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo."²

Sin embargo, hemos sido puestos por Dios en esta etapa temporal de nuestra existencia, inmersos en determinadas condiciones.

Estas condiciones no limitan nuestro acceso a la felicidad. Son parte de nuestro proceso formativo hacia la madurez espiritual y emocional propia de la vida eterna.

Primero: 

Hemos sido dotados de albedrío moral. Ello nos convierte en "nuestros propios agentes"³; de manera que tenemos la potestad de  decidir actuar y no simplemente aceptar pasivamente los avatares de nuestra vida, entregándonos a estados que nos previenen del gozo para el cual existimos.

Segundo: 

Existe "una oposición en todas las cosas"⁴. Es necesaria para ejercer nuestro albedrío moral y, como enseñó Lehi, sin ella "no se podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal. De modo que todas las cosas necesariamente serían un solo conjunto; por tanto, si fuese un solo cuerpo, habría de permanecer como muerto, no teniendo ni vida ni muerte, ni corrupción ni incorrupción, ni felicidad ni miseria, ni sensibilidad ni insensibilidad."⁴

Tercero: 

Nos enfrentamos a "principados, ...potestades, ... gobernadores de las tinieblas de este mundo, ... fuerzas espirituales de maldad"⁵ que procuran nuestra destrucción espiritual y literal.

En estas condiciones parece difícil alcanzar la felicidad como estado permanente del alma.

Sin embargo, el Señor nos recuerda que si "ora(mos) siempre, s(omos) creyentes... [y] si and(amos) en la rectitud y record(amos) [nuestros] convenio(s) [con Él]", "todas las cosas obrarán juntamente para (n)uestro bien"⁶. No "ser(emos) tentados más de lo que pod(amos) resistir, sino que [Dios] dará también juntamente con la tentación la salida, para que pod(amos) soportar"⁷.

De manera que la felicidad, el gozo continuo 𝘴𝘪́ 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦, pero es un don de Dios, pues "es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos"⁸.

Entonces, ¿dónde radica nuestra parte?

El presidente Russell M. Nelson nos ha enseñado que la "recompensa por guardar los convenios con Dios es poder celestial, un poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y pesares. Ese poder nos facilita el camino. Quienes viven las leyes mayores de Jesucristo tienen acceso a Su poder mayor. De ese modo, quienes guardan los convenios tienen derecho a un tipo especial de descanso que les llega mediante su relación por convenio con Dios"⁹.

A su vez, el presidente Thomas S. Monson ha señalado:

"Sería fácil desanimarnos y perder la fe en cuanto al futuro —o incluso tener temor de lo que pueda venir— si sólo nos concentráramos en lo que está mal en el mundo y en nuestra vida. Sin embargo, hoy quisiera que 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘺 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘢𝘤𝘵𝘪𝘵𝘶𝘥𝘦𝘴 dejen de lado los problemas que nos rodean y se concentren en las bendiciones que tenemos como miembros de la Iglesia. El apóstol Pablo declaró: '…no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio'. Ninguno de nosotros pasa por esta vida sin problemas ni desafíos, y a veces tragedias e infortunios. Después de todo, en gran parte estamos aquí para aprender y progresar como resultado de esos acontecimientos. Sabemos que habrá ocasiones en las que sufriremos, lloraremos y estaremos tristes...

"Cómo podemos tener gozo en la vida a pesar de todo lo que enfrentemos? Cito otra vez de las Escrituras: 'Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé'¹⁰."

En definitiva, la verdadera felicidad no se logra  encontrándonos libres de adversidsdes y dolores, sino esforzándonos por ser uno con Dios y andando "en la senda de los convenios"¹¹.


(1) Definiciones de la Real Academia Española

(2) Nefi 2:25

(3) Doctrina y Convenios 58:28

(4) 2 Nefi 2:11

(5) Efesios 6:12

(6) Doctrina y Convenios 90:24

(7) 1 Corintios 10:13

(8) 2 Nefi 25:23

(9) "Vencer al mundo y hallar descanso", CG octubre 2022

(10) "Sed de buen ánimo", CG abril 2009, cursiva agregada

(11) Presidente Russell M. Nelson, Mensaje inaugural 16 de enero 2018

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