EL VALOR DEL SACRIFICIO

Nos sacrificamos por lo que amamos.

Sacrificarse implica la disposición y voluntad de asumir una serie de compromisos que, por lo general, conllevan pagar un alto precio por la decisión que tomamos.

Sacrificarse implica renunciar a aquello que consideramos de menos valor por aquello que nos resulta más valioso.

En ocasiones, el valor no se mide en forma tangible, sino que se pondera a través de los sentimientos, de la intangibilidad del amor.

En otras, sacrificarse es ponerse en segundo lugar en aras de servir a nuestro prójimo, sea cercano o lejano.

Sacrificarse no siempre se funda en la lógica del llamado "homo economicus", para quien todo se mide por la ventaja material que las diversas alternativas, entre las cuales elegir, le permiten alcanzar.

Existe en el sacrificio siempre un rédito, no necesariamente cuantificable, y menos materialmente. En realidad, el sacrificio que se consuma por un simple beneficio material que va más allá de lo que uno se ve obligado a procurar para satisfacer sus necesidades esenciales, es un sacrificio eclipsado por el que se hace por ideales.

Desde luego que algunos ideales pueden ser cuestionables, lo mismo que los caminos del sacrificio que busca materializarlos. Pero eso es harina de otro costal.

El sacrificio tiene el valor intrínseco de la entrega. La entrega total a un objetivo que le parece, a quien lo hace, legítimo y encomiable.

En la historia de la Humanidad han existido innumerables casos de sacrificio.

De mi historia familiar recato la siguiente a manera de ejemplo:

"Mihály Horváth nació en Hungría en 1896. Para el año 1920 ya se había recibido de farmacéutico en la Universidad Católica Péter Pázmány de Budapest. A los veinticinco años contrajo matrimonio con Antonia Sterz, cinco años menor que él. Un año más tarde (en 1922) nacía Eva Teodora, su única hija.

"En 1935 sobrevino la guerra en Europa. Su país intervino como aliado de Alemania. Fueron años muy difíciles y crueles, sobre todo para la población civil. Sin embargo, Mihály logró sobrevivir a los peligros que le acechaban hasta que un día de marzo de 1945, ya en las postrimerías del conflicto, se vio impulsado a prestar socorro como 'médico improvisado' a los heridos que eran transportados por tren lejos del frente. Se encontraba en la misión de aliviar el dolor de aquellas víctimas cuando su convoy fue bombardeado por aviones enemigos. Tratando de salvar vidas entregó la suya al resultar seriamente herido y fallecer poco después."

¿Qué lleva a una persona a ofrendar su vida por sus semejantes? ¿A sacrificar su más preciado don por salvar a otros seres humanos?

Sin duda, el amor.

El ejemplo más sublime de sacrificio nos lo ha dado Jesucristo, “quien se dio a sí mismo en rescate por todos”1, padeciendo en Getsemaní, y luego en la cruz, un “padecimiento que hizo que (Él), Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”2.

Asimismo, las Escrituras testifican que "de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna"3

Para el mundo, la vida y misión de Jesucristo es "locura"4, como afirma Pablo.

Sin embargo, aunque "la palabra de la cruz es locura a los que se pierden... a los que [creen], es decir, [los cristianos], es poder de Dios"5.

El amor por Dios y Su Hijo Jesucristo tiene, en su esencia, la disposición a sacrificar todo lo que sea requerido para alcanzar la gracia que corresponde al verdadero discipulado.

La fe y confianza en que Él es nuestro Salvador y Redentor sustituye todas las dudas, inseguridades y temores que enfrentamos en el mundo convulsionado en que vivimos.

Alcanzar un testimonio -a través del Espíritu Santo6- de la realidad y de la divinidad de Jesucristo, nos lleva a decir -como Pablo- "todo lo puedo en Cristo que me fortalece"7.

Porque el amor puro de Cristo -la caridad8- "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta"9.

De manera que "la locura" cristiana de exaltar el sacrificio como nuestra mayor ofrenda a Dios (en el grado que sea), aunque despreciada por parte de quienes reniegan del Hijo de Dios, resulta en nuestra mayor entrega de amor hacia el Autor de nuestra salvación y felicidad, la de hoy y la que permanecerá con nosotros para siempre.

Pero ha de ser un sacrificio por amor. Porque sin amor, de nada nos sirve10.

(1) 1 Timoteo 2:6

(2) Doctrina y Convenio 19:18

(3) Juan 3:16

(4) Véase 1 Corintios 2:14

(5) 1Corintios 1:18

(6) Véase 1 Corintios 12:3

(7) Filipinas 4:13

(8) Véase Moroni 7:47

(9) 1Corintios 13:7

(10) Véase 1 Corintios 13:1-3

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