CON EL SUDOR DEL ROSTRO

En una sociedad donde una parte influyente de ella se inclina por valorar la libertad sin responsabilidad, los derechos acomodados a los deseos personales, la toma de decisiones  sin considerar el juicio moral y la disposición a dividir el mundo en grietas o fracturas sociales incipientes o ya instaladas, es muy fácil que un segmento creciente de ella se deje atrapar por lisonjas y promesas utópicas, que proponen alcanzar la riqueza material, la prosperidad y el bienestar  sin esfuerzo, sin contraprestación, desdeñando el empuje y sacrificio individuales, invocando supuestos derechos que la experiencia ha mostrado que sólo promueven la división, el recelo y la falta de amor y tolerancia entre quienes, como hijos de Dios, deberíamos tratarnos como hermanos estando embarcados en un mismo destino: la búsqueda de la felicidad.

No existe ese paraíso terrenal ofrecido por gracia donde se repite el milagro del maná cayendo del cielo. El progreso personal, en todas sus facetas, exige un precio a pagar: trabajo arduo y voluntad de ser independiente.

Las enseñanzas divinas enseñan la importancia del trabajo y la solidaridad, condenando el ejercicio de poder injusto sobre el prójimo con la buena o dudosa intención de ayudarle.

En Génesis, Dios no maldice al hombre al advertirle que durante su vida "con el sudor de (s)u rostro comerá el pan hasta que [vuelva] a la tierra"¹, sino que lo bendice en esa manera, mostrándole la necesidad de lograr la autosuficiencia; aconsejando asimismo a los gobiernos terrenales que deben buscar promover la autosuficiencia entre sus ciudadanos, no descuidando la caridad para con los más vulnerables a la manera como lo describió Jesús en la parábola del Buen Samaritano.

Dios hace responsable al hombre por su prójimo, pero no a costa de violentar a ese prójimo, discriminarlo, abusar de él o cercenar su libertad. Si se pretende asistirlo, lo mejor es darle la oportunidad de procurar su propio sustento.

"Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual engrandecerá en gran manera el alma sin hipocresía y sin malicia; reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo; para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los lazos de la muerte.

Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente..."³

Obviamente la voluntad del hombre no ha de coincidir siempre con la de Dios. Actos de rebelión contrs la voluntad divina abundan en la historia y al presente.

Pero una cosa es lo que dice o  piensa el hombre y otra la que revela Dios por medio de Sus profetas.⁴

Como dice Pablo:

"Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo [o quien sea], os anunciare un evangelio [mensaje] diferente del que os hemos anunciado [a través de las enseñanzas y el ejemplo de Cristo], sea anatema [o, en otras palabras, eternamente reprobado]."⁵


(1) Génesis 3:19

(2) Marcos 12:32

(3) Doctrina y Convenios 121:41-45

(4) Amos 3:7

(5) Gálatas 1:8. 


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