CUANDO LA TEMPESTAD ARRECIE
𝘓𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘳 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘯𝘥𝘰, 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘤𝘪𝘢.
A veces pensamos que es un continuo sin sobresaltos; otras, que a pesar que "existe oposición en todas las cosas"¹, nunca nuestra fe va a ser puesta a prueba más allá de dar un testimonio, sobrellevar un problema económico o un infortunio amoroso.
Pero en el mundo existe mucha gente que sufre, mucha gente que pasa por sus "Getsemaní" personales y, sin embargo, para muchos de nosotros la tentación de pensar "a mí no me va a pasar" es muy grande.
Y nos perdemos en trivialidades, en quimeras que perseguimos o en usar nuestro tiempo en vanidades, como explicaba el autor de Eclesiastés².
Pero cuando llega la prueba, la prueba difícil, la que nos impulsa a buscar la ayuda de Dios como el aire que respiramos, entonces llenamos nuestra vida de súplicas, oraciones y una fe que siempre creímos tener y, llegado el momento, nos puede costar extraer del alma.
No digo esto de forma general. Muchos hijos de Dios piensan -como nos pide el Presidente Nelson- de manera celestial. Viven su vida a la manera del Señor.
Pero los problemas de la vida, los que sacuden verdaderamente los cimientos, son como las pistas de atletismo en las que, llegado el momento, nos toca correr.
En realidad, no es en la pista que se gana la carrera ni en las crisis de la vida que se vence el miedo, la frustración y el dolor.
Así como las incontables horas de entrenamiento preparan al atleta para la competencia, así son las horas de rodillas en humilde oración al Padre; el permanente ejercicio de dejar absorber nuestra voluntad en la del Hijo; el empapar nuestra mente y corazón con Sus palabras, y la búsqueda incesante de vivir conforme a la guía del Espíritu, las cosas que nos preparan para enfrentar las adversidades que nos toquen resistir, sin importar lo duras que sean.
Porque cada instante de la vida es una joya preciosa que debemos invertir en nuestro crecimiento espiritual, fortaleciendo una relación con Dios que nos haga sentir que todas, todas las cosas obrarán para nuestro bien³, aunque el horizonte de una vida feliz parezca imposible de alcanzar. Todo al debido tiempo de Dios y a Su manera ha de cerrarse en un círculo perfecto.
Pero para ello debemos prepararnos todo el tiempo⁴. Jamás bajar la guardia.
Con gratitud en el alma y aún con los dientes apretados y el llanto brotando de nuestros ojos, tengamos presente siempre que, si le recibimos con amor, Dios "estar(á) a (n)uestra diestra y a (n)uestra siniestra, y (su) Espíritu estará en (n)uestro corazón, y (sus) ángeles alrededor de (n)osotros, para sostener(nos)."⁵
(1) 2 Nefi 2:11
(2) Véase Eclesiastés 1:14
(3) Véase Doctrina y Convenios 90:24
(4) Véase Doctrina y Convenios 38:30
(5) Doctrina y Convenios 84:88
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