EN LOS AÑOS MADUROS...
A veces pienso: ¡qué fantástico sería volver a tener 30 años!
Pero cuando reflexiono sobre todo el esfuerzo que debí desplegar para llegar hasta el día de hoy, y lo que aprendí en el camino, no cambiaría los años que llevo a cuestas, por una juventud llena de promesas, pero también de tiempos difíciles como los que me tocó vivir, volviendo en ese caso -por así decirlo- a tiempos más cercanos a mi punto de partida, tiempos desafiantes pero faltos de la experiencia y el aplomo que el vivir nos va inculcando.
No.... prefiero seguir siendo yo, aunque esté más cerca de dejar este mundo que la mayoría de quienes son más jóvenes que yo.
Mi cuerpo ha ido envejeciendo, y ya no tiene las capacidades de antes. Le acompañan dolores y fatigas que nunca imaginé llegar a conocer, ni tener como compañeros permanentes y silenciosos. Ya mi cuerpo no tiene la fortaleza que supo tener décadas atrás, pero - gracias de Dios y los cuidados que trato de dispensarle- sigue funcionando aceptablemente.
Pero la sabiduría también consiste en adaptarse a lo que a uno le toca en cada etapa de su vida.
Aprendí a valorar el presente, y no dejar de disfrutarlo en pos de sueños futuros; aunque sigo soñando, pero con los pies más fijos sobre la tierra que antes.
Formé una familia gracias a Dios, y a quienes supieron sobrellevar mis debilidades, y confiaron que algún día me vería libre de ellos, aunque muchas de esas debilidades seguramente las venceré después de pasar por el velo que nos separa de la eternidad.
Amo y soy amado. Eso es lo que más vale en la vida.
La vida siempre es generosa si uno aprende a valorar lo que realmente vale la pena valorar.
El dolor y la adversidad siempre están ahí. También el gozo y la felicidad. Depende de uno, y de la actitud que asuma, enfrentar las vicisitudes de la vida, con sus bondades y sinsabores, de forma victoriosa.
Conocí a Dios. Le conocí en mis años jóvenes. Por Su gracia, no tanto por mis méritos.
Caminé por la vida con Jesús a mi lado, como mi Maestro, no siendo pocas las veces en que debió cargarme sobre Sus hombros.
Si fui bueno o malo, Dios juzgará. Pero mi corazón rebosa de amor y gratitud hacia Él.
Nada es más importante en esta vida que saber de Él, recibir Su guía, sentir Su amor y saber -con certeza- que Jesucristo, su Hijo, vive y es mi Salvador.
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