¿APEGADOS A LAS MODAS?

La moda es cambiante. Debe serlo por fuerza, puesto que es una de las principales herramientas de fomento del consumo y, por ende, de provisión de las ganancias de quienes lucran a través del consumo de las masas.

Las modas son de las más diversas índoles. Las hay inocentes, intrascendentes, engañosas, comprometidas con valores buenos o de dudosa reputación... en fin, las hay de las más variadas fuentes y naturaleza.

Es pertinente preguntar cómo debería uno relacionarse con las modas y agradar, a la vez, a Dios. Desde luego... si uno quiere agradar a Dios.

Esto es particularmente importante cuando se es joven, puesto que el sentimiento o necesidad de pertenencia grupal es intensa. Seguir la moda se vuelve, en muchos casos un imperativo.

Sólo con los años se va atenuando ese sentimiento, a medida que la experiencia y lo que nos toca vivir, van sedimentando nuestra personalidad, afirmando nuestra autoestima, y ayudándonos a sentirnos consustanciados con quienes hemos llegado a ser.

Dicho esto sin desmedro de que todos deseamos estar siempre progresando, y que es natural buscar sentirnos aceptados por el círculo más cercano de personas que nos rodean.

Pero convengamos también que, en mayor o menor grado, todos somos hijos del presente, y debemos guardar cierta armonía con la sociedad que nos cobija, para no terminar siendo como islas disonantes perdidas en un vasto mar. En alguna medida, todos tratamos de no desentonar con el tiempo que vivimos.

Entonces, si perseguimos un modelo cristiano de vida, ¿está bien fijar normas detallistas para la imagen que debemos irradiar en sociedad? ¿En nuestra manera de vestir? ¿En el largo del pelo? ¿En el estilo de nuestro peinado? ¿En nuestra manera de hablar? ¿En nuestras actividades de recreación, nuestras amistades, intereses o gustos?

En principio, está claro que hay ciertas cosas que desagradan a Dios. Por ejemplo, en Proverbios leemos:

"Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal,

el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos."1

En términos generales, "el Señor no puede considerar el pecado [el apartamiento de los términos de Su palabra] con el más mínimo grado de tolerancia"2.

Pero no es de esperar que, emulando el modelo de los escribas y fariseos de la época de Jesús, hagamos una lista de cómo nuestra vida, en cada detalle, debe ceñirse a tales o cuales "formas de comportamiento o apariencia".

Por tanto, lo más importante no son los detalles de la vestimenta, del peinado, etc.

Lo que "más" importa es inculcar, sobre todo en nuestros jóvenes, el definir quiénes aspiran llegar a ser, y en qué espera Dios que se conviertan.

Lo que más importa es que sepan autovalorarse; que aprendan a sentirse hijos e hijas de Dios. Que lleguen a entender y vivir conforme a su propia naturaleza, la cual ciertamente es de origen divino.

Lo que más importa es ayudarles a responder significativamente a lo que Alma hijo inquirió en su ministerio:

"Y ahora os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este potente cambio en vuestros corazones?...

"Os digo: ¿Podréis mirar a Dios... con un corazón puro y manos limpias? ¿Podréis alzar la vista, teniendo la imagen de Dios grabada en vuestros semblantes?"3

Cada cual debe gobernarse a sí mismo conforme a los principios justos que se enseñan en la Iglesia, tal como lo señaló el Profeta José Smith.

De manera que, buscando la guía del Espíritu Santo, cada uno debe encontrar su camino para llegar a tener "la imagen de Dios grabada en su semblante".

Eso es lo que más importa.

(1) Proverbios 6:16-19

(2) Alma 45:16

(3) Alma 5:14,19

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