LA CULTURA DE LO FÁCIL

Es común comprobar que existe la tendencia, en nuestra sociedad, de confundir deseos con derechos.

Algunos creen que, con tan sólo formular sus deseos, éstos se convierten en derechos inalienables que, de una manera u otra, el Estado o la sociedad deben satisfacer.

Confunden su derecho a tener deseos con la obligación de que los mismos sean satisfechos por los demás, aún sin contrapartida alguna por parte de ellos.

Existe en esa postura un ingrediente que se ha vuelto componente común en la idiosincrasia popular: "lo quiero y lo quiero fácil ".

Esta cultura de lo fácil resulta ante todo cómoda pues pretende minimizar el esfuerzo individual o, en todo caso, transferirlo a otros que sí hagan el trabajo de proveer lo que se requiere.

Esta filosofía de vida resulta perjudicial a todas luces.

Frena el progreso individual por cuanto no demanda dar lo mejor de sí en la persecución de las metas personales. Es castrante o, a lo menos, conformista.

Ignora que existe en la vida una oposición en todas las cosas. Una oposición que obliga a desarrollar el carácter y el potencial del individuo si pretende vencer los desafíos que emprenda.

Esta cultura de lo fácil pasa por alto que la adversidad puede ser el motor del cambio; y que ese cambio, dirigido adecuadamente, conlleva a una mejora de las capacidades personales y da más poder. Poder para hacer y libertad para ser. Estar siempre en una actitud cómoda hace que se abandone la lucha ante el menor obstáculo.

Esta cultura de lo fácil aliena. Aliena al individuo y las relaciones interpersonales, pues ante la insatisfacción reiterada, produce resentimientos, rencor y envidias.

Esta cultura de lo fácil crea dependencia para con quienes hábilmente vendan esperanzas, lisonjas, promesas o dejen caer, debajo de la mesa, migajas que parezcan satisfacer momentáneamente las necesidades a cambio de lealtades degradantes.

Esta cultura de lo fácil limita el horizonte de quien la sufre a la rutina empobrecedora del intelecto, que se materializa en la inmediatez del entretenimiento ligero, los ocios improductivos y las pasiones desbordantes.

Esta cultura de lo fácil reduce la autoestima a un mínimo, pudiendo generar en unos, sentimientos de culpa, y en otros, la sensación de que la sociedad los excluye.

Esta cultura de lo fácil es contagiosa, a menos que se tomen medidas profilácticas que erradiquen sus causas.

Sin embargo, mal puede combatirse si se la enfrenta tibiamente. Existe la tendencia a creer que todo apego a los viejos valores de nuestros antepasados, que forjaron la nación a costa de mucho trabajo y sacrificios, es conservadurismo y, por lo tanto, algo reprobable. No es correcto pensar de esa manera. Porque la bondad o inconveniencia de una actitud conservadora depende de qué se quiera conservar. Cuando se trata de buenos ejemplos, es óptimo conservarlos y seguirlos.

Los buenos ejemplos abundan. Europa no se levantó de los escombros de la Segunda Guerra Mundial desde la cultura de lo fácil. La prosperidad del Japón de posguerra tampoco. Las crisis no se superan con quejas ni brazos caídos.

La cultura de lo fácil no es buena para el hombre. No le prepara para triunfar.

Tal vez así se entienda mejor que lo que Dios le dijo a Adán, según se relata en la Biblia, no fue una maldición; antes fue un valioso consejo:

"... con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás." 1

(1) Génesis 3:19 

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