¿ESPERANDO LA PERFECCIÓN?
¿Qué pensamos acerca de ser un santo de los Últimos Días? ¿Qué sentimos acerca de ser miembros de nuestra Iglesia?
Tal vez las respuestas a estas preguntas puedan resultarnos
diferentes, ya sea que estemos pensando en nosotros o en el resto de nuestros
hermanos de la fe.
En nuestra naturaleza actual de seres sujetos a las
debilidades propias de este estado de probación en que nos encontramos,
probablemente tendamos a ser un tanto indulgentes con nosotros mismos. Después
de todo, sabemos que no somos perfectos, que estamos dotados de
vulnerabilidades y flaquezas propias de nuestra vida terrenal.
¿Acaso no dice el Señor "(d)oy a los hombres
debilidad"1?
Pero cuando se trata de nuestros hermanos, ¿pensamos así? O,
más bien, recordamos el Sermón del Monte, donde el Maestro nos insta diciendo
"(s)ed, pues, vosotros perfectos"2
A veces tendemos a citar las Escrituras a medias, olvidando
que el Señor nos da debilidad "para que sea(mos) humildes" y vengamos
a Él.
Olvidamos también que la perfección que el Señor nos pide es
la que Padre tiene, pudiéndose ello interpretar en dos sentidos.
En un sentido absoluto, una perfección que sólo podrá
alcanzarse en la exaltación.
En un sentido relativo, una perfección "en nuestra
propia esfera de acción", así como es perfecto nuestro Padre en Su propia
esfera divina de acción. Ciertamente, nuestra propia esfera de acción dista
mucho de la perfección absoluta, y difiere de una persona a otra, dependiendo
de su grado de progreso espiritual.
No se justifica la actitud de esperar la perfección absoluta
en nuestros hermanos, y caer luego en la crítica, la queja o en sentirnos
ofendidos si percibimos esa falta de perfección en ellos.
"No juzguéis, para que no seáis juzgados ... (ni)
juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio"3
se nos aconseja en las Escrituras.
El Señor no espera que nos asumamos el rol de jueces,
condenando a nuestros hermanos. Podemos juzgar sus hechos de acuerdo con el
canon de las Escrituras, a los efectos de distinguir lo bueno de lo malo. Pero
en cuanto a nuestros hermanos, nuestro deber es "socorre(r) a los débiles,
levanta(r) las manos caídas y fortalece(r) las rodillas debilitadas"4.
En la Iglesia no debemos esperar la perfección los unos de
los otros,” sino ... amar(nos) unos a otros, porque el que ama al prójimo, ha
cumplido la ley"5.
Y si ofendemos o somos ofendidos, recurrir al perdón antes
que el distanciamiento, el rencor o la indiferencia, nos califica como
discípulos de Jesucristo.
El Señor espera de nosotros unidad:
"Mas no ruego solamente por estos, sino también por los
que han de creer en mí por la palabra de ellos; para que todos sean uno, como
tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros..."6.
De manera que, la próxima vez que notemos imperfecciones, o
errores entre nuestros hermanos; la próxima vez que nos sintamos ofendidos por
la acción de algún hermano; la próxima vez que sintamos no estar de acuerdo con
algún aspecto de la vida eclesial, recordemos que estamos en la Iglesia para
"veni(r) a Cristo, y perfeccionaos en él"7 y prodigarnos
amor unos a otros, pues como dice Juan, "(n)osotros le amamos a él, porque
él nos amó primero"8.
Tampoco cometamos la imprudencia de privarnos de las
bendiciones de estar comprometidos con la Iglesia por ver que nosotros, sus
miembros, no somos lo perfectos que desearíamos ser.
(1) Éter 12:27
(2) Mateo 5:48
(3) Juan 7:1, 24
(4) Doctrina y Convenios 81:5
(5) Romanos 13:8
(6) Juan 17:20-21
(7) Moroni 10:32
(8) 1 Juan 4:19
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