VIVIR EN EL CAMBIO
Vivir en un mundo cambiante no necesariamente significa que todo cambio sea un progreso, ni que uno deba incorporar a su comprensión de la vida toda novedad por más popular que resulte.
Muchos de los cambios, en lo que respecta a la aceptación
social de nuevos paradigmas, han venido acompañados de legislaciones que, en el
afán de evolucionar o proteger minorías antes discriminadas y perseguidas, han
revertido las condiciones existentes, limitando y hasta anulando derechos de
quienes piensan o expresan posiciones que no se consustancian con dichos
paradigmas.
Bajo ningún concepto son justificables conductas
discriminatoria en el sentido de lesionar el derecho o la libertad de los
diversos estratos de una sociedad a vivir conforme a los dictados de las
conciencias.
Pero tampoco se puede admitir que defender principios
religiosos que se asocien con valores morales no colineales con aquellos
paradigmas de vida, resulte en la posibilidad real de ser sometidos a la
justicia por considerarse esas conductas de naturaleza penable.
La libertad de religión debe ser compatible con el resto de
las libertades civiles reconocidas por los Estados, y debe ser protegida.
Defender la libertad de religión es también defender la
libertad de estar a favor de ideas o prácticas que se opongan a los fundamentos
de la religión, sea cual fuere. Este es el fundamento del principio invalorable
de la laicidad del Estado.
Así, no se puede concebir una sociedad como justa donde sólo
una parte de ella, por más mayoritaria que sea, puede ejercer el derecho a
manifestar sus ideas o creencias respecto a cualquier asunto. Ello constituye
una falacia rayana en la distopía.
Si en la mayoría de las naciones, hoy en día, está
legalizada "la interrupción voluntaria del embarazo" (llámese
aborto); si otras formas de estructura familiar que no sean la cristiana están
aceptadas y formalizadas por las leyes (con el nombre que se le quiera
otorgar); si el consumo de drogas dañinas está permitido en muchos países y
hasta se tilda su uso de "recreativo", ello no debe significar
persecución, discriminación o vergüenza social para quienes no creen que esos
paradigmas sean moralmente correctos y así lo expresen. De lo contrario, se
vuelve a las prácticas intolerantes, discriminatorias y persecutorias que tanto
se pretenden desterrar.
Como sociedad debemos aprender a vivir aceptando y
respetando nuestras diferencias, procurando la convivencia pacífica, y
construyendo puentes entre todos, para alcanzar el estado de bienestar que
seguramente la sociedad entera desea.
"La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra
áspera hace subir el furor".1
Debiéramos tener esta verdad siempre presente en nuestras
relaciones personales y sociales.
Y quienes profesamos tener a Jesucristo como nuestro Maestro
por excelencia, deberíamos vivir de acuerdo con Su palabra:
"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios."2
(1) Proverbios 15:1
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