LA JUSTIFICACIÓN POR EL AMOR

Existe una arraigada tendencia, hoy en día, a justificar lo que se hace, dice o piensa, en el amor.

El amor es uno de los supremos valores de la humanidad. Difícilmente pudiesen encontrarse detractores del amor entre el común de las gentes dado que, para prácticamente todo el mundo, el amor es "lo máximo". Tampoco sería políticamente correcto negar su poder legitimante.

Pero ¿es correcto justificar por amor cualquier cosa?

¿Será correcto justificar por amor el adulterio o la infidelidad en la pareja?

¿Es aceptable mentir por amor? ¿Robar?

En términos teóricos podrían plantearse situaciones límite donde tal vez no sería tan inmediata una respuesta. Pero convengamos en que la sociedad nunca aceptaría el cometer un acto que ella repudiase, aun si el motivo detonante fuese el amor.

Pero las sociedades van cambiando. También sus valores, los cuales son determinados por las mayorías circunstanciales con poder de decisión.

De manera que conductas que hace cien años no hubiesen sido aceptables ni siquiera por amor, bien podrían ser elogiadas hoy, a la luz de los cambios acontecidos hasta la fecha.

Recientemente una persona de relativa influencia en el pensamiento social reflexionaba públicamente acerca de la diversidad de concepciones de Dios, del bien y del mal, de la realidad que nos rodea, y concluía que cada cual debiera guiarse "por lo que le funcionara". En lo que a ella refería, el amor era lo que le funcionaba (para tomar sus decisiones y elegir su camino en la vida).

Parece encomiable. En muchos aspectos lo es. Pero no siempre es lo correcto.

Desde un punto de vista cristiano falta una dimensión imprescindible a considerar: la de la Divinidad.

Jesús distinguió entre el amor a Dios y el amor al prójimo y a uno mismo. Claramente puso el amor a Dios primero, y sin quitarle importancia, el amor al prójimo y a uno mismo, en segundo lugar. Porque semejante no es lo mismo que igual.1

Esto resulta fundamental. Ni el amor al prójimo, ni el amor a uno mismo (que, por cierto, es lícito profesar) deben sobrepujar el amor a Dios.

Y el amor a Dios lleva implícito someterse a Su voluntad, así como Jesús dio ejemplo en Getsemaní diciendo "pero no sea como yo quiero, sino como tú".2

Es fácil deducir entonces que para quien se siente cristiano, el amor nunca justificará ningún proceder contrario a la voluntad del Ser a quien se debe amar por encima de todo.

(1) Mateo 22:36-40

(2) Mateo 26:39

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