LA EUTANASIA

La eutanasia no es un derecho a una muerte digna, pues los avances científicos ya lo permiten sin necesidad de una precipitación provocada de la muerte.

La eutanasia es la antítesis del derecho a la vida y es, en los hechos, una negación de la existencia de Dios; o, a lo menos, un decir "me importa poco o nada lo que Dios piense, aunque me declare un creyente en Él".

La eutanasia no es un acto de misericordia, pues no persigue una muerte sin dolor, sino una muerte acelerada y cómplice.

No es de extrañar que ahora se vuelva pan de todos los días el tema de la legalización de la eutanasia, con el consiguiente regocijo de quienes la promueven.

Es la consecuencia lógica que sigue a la legalización del aborto (eufemísticamente llamada interrupción voluntaria del embarazo, y falsamente enmarcada en una supuesta ley de salud reproductiva soslayando su verdadera naturaleza), a la legalización del consumo recreativo de drogas psicotrópicas, y a otros grandes cambios que contrastan con los principios del cristianismo.

Seguramente saldrá adelante, pues el criterio imperante hoy en día acerca de estos asuntos es su grado de popularidad y no su tenor filosófico o religioso. Se trata un paso más hacia la secularización de la vida espiritual de nuestras sociedades.

Ciertamente el respeto por la opinión ajena y el derecho de cada cual a creer en lo que quiera creer, sustentan, dentro de los principios democráticos y republicanos, el fundamento para promover éstas y otras iniciativas con las que, quienes son consecuentes con los principios cristianos y ponen la voluntad de Dios en primer lugar, claramente no concuerdan.

Pero el verdadero cristiano se somete a las leyes del país, aunque sabe que, por más que algo sea declarado legal, no necesariamente se transforma en algo legitimo.

Como en otras situaciones, vale la pena recordar a Spencer W. Kimball afirmando que "la aceptación social no cambia la categoría de un acto, tornando lo malo en bueno."1

(1) Spencer W. Kimball, El Milagro del Perdón

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