UNA BÚSQUEDA TRASCENDENTAL

La existencia de Dios, el que uno tenga la certeza de Su realidad como Ser supremo y todopoderoso, es la cuestión más importante y trascendental del hombre.

Entre creer en Su existencia y negarla existe un abismo insalvable. La vida misma y la forma en que se viva, dependen indisolublemente de ese testimonio o esa negación.

El conocimiento de Dios es una experiencia enteramente personal e intransferible. Si alguien cree en Dios a través de un testimonio prestado, no sabe realmente. Su fe penderá de un hilo que será tan vulnerable como su confianza en quien le prestó su testimonio.

Tenemos luego el problema de dónde hallarle una vez que creamos en Su existencia. En otras palabras, deberemos descubrir si nuestra relación con Él se plasmará a través de un credo, una religión organizada o en una experiencia individualista despojada de toda doctrina o devoción formalizada.

Con la diversidad de creencias y credos que se esparcen en el mundo, la posibilidad de conocer cuál es el camino verdadero que lleva a Él, y la certeza de llegar a determinar Su voluntad concerniente a uno mismo, se torna en una búsqueda infructuosa si dependiera exclusivamente del esfuerzo humano.

Vemos así que es imposible que el ser humano llegue al conocimiento de la Deidad por sí mismo, por razonamiento puro, por puro voluntarismo.

Es necesaria la intervención divina. La intervención de un Dios que se revele al hombre a través de medios que trasciendan su endeble capacidad y dejen sembrado en su corazón seguridades que la razón no es capaz de discernir.

Nacemos ignorantes de la vida, y por más que adquiramos conocimientos científicos probados, jamás entenderemos el propósito de nuestra existencia, ni de su temible final: la muerte.

Durante los avatares de la vida experimentamos gozos y dolores, éxitos y fracasos, bonanzas y adversidades, trabajos y reposos, justicias e injusticias, dudas y temores... pero nunca comprenderemos su naturaleza por nuestra propia cuenta, a menos que la queramos sujetar al azar, y la sintamos caprichosa e indescifrable, con lo cual todo parecerá admisible y se perderán los valores de referencia del bien y del mal.

Vemos asimismo que la Historia se nos presenta como una sucesión de pueblos y lideres sedientos de poder y riquezas que, a través de guerras y dominios, se han ido relevando hasta nuestros días, en una carrera que parece no tener otro fin que la tragedia humana.

Para quien se lo proponga, la búsqueda de Dios es un desafío inefable, una jornada que requiere de integridad, valor, perseverancia; la convicción profunda de que no importe cuánto se tarde, esa empresa se verá coronada con el éxito.

Pero hay un precio que pagar. Ese precio puede pasar por sobrellevar la intolerancia de muchos, por soportar persecuciones y violencias incontenibles, aun hasta la muerte, como en reiteradas ocasiones lo ha mostrado la Historia y este presente inseguro en el que estamos inmersos.

Es que el verdadero conocimiento de Dios exige vivir a la altura de lo conquistado. Exige vivir de acuerdo con "toda palabra que sale de la boca de Dios" 1.

Ello significa desechar muchas ideas, conceptos y prácticas populares de hoy en día que van contra esa palabra.

Pero es posible. Millones de personas han dado testimonio de ello y continúan dándolo hoy en día, aun cuando el número de incrédulos continúa en ascenso.

El consejo de Santiago, el Apóstol de Jesucristo, mantiene toda su vigencia después de casi dos milenios

"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.

"Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la ola del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra.

"No piense, pues, ese hombre que recibirá cosa alguna del Señor.

"El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos."2

(1) Mateo 4:4

(2) Santiago 1:5-8

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