¿CRISIS DE VALORES?
Es frecuente escuchar que existe, en nuestras sociedades occidentales contemporáneas, una crisis de valores.
Esta percepción se origina en el hecho
de que los valores judeocristianos, que orientaron hasta hace poco tiempo, la
moral de nuestras sociedades ha perdido su jerarquía, y son considerados por
grandes porciones de éstas, como superadas e intrascendentes.
Por otro lado, en los estamentos donde
aún se afirman como orientación vivencial, no siempre se aplican en su
integridad. Existe una especie de selectividad a la hora de decidir si se
siguen o no. Por ejemplo, muchos de quienes se definen cristianos no se oponen
al aborto, viven en pareja fuera del convenio matrimonial o simpatizan con
valores que contrarían los principios que componen su fe.
Se desprende de ello que, en realidad,
no existe una crisis de valores. Los valores, sean cuales fueran, pero hablando
más particularmente de los valores cristianos, siguen firmes y gozan de buena
salud. Más bien la crisis es de "compromiso" con dichos valores,
condimentada con una buena porción de desconocimiento, a nivel popular, de la
doctrina cristiana.
Naturalmente, la propaganda
anticristiana es cada vez más intensa, no sólo en lo que respecta a su arista cuestionadora,
sino también en la exaltación de valores contrapuestos a las enseñanzas de
Cristo. Todo ello reforzado por una falsa conceptualización de la laicidad.
Esa falsa laicidad que parte del
postulado: "Está bien si se trata de exponer mis posturas, pero está mal
si se trata de las tuyas, en caso de que sean cristianas".
De manera que la pregunta que debe
hacerse pasa por evaluar hasta qué punto se está dispuesto a vivir de acuerdo
con lo que se dice profesar.
Tal vez Jesús nos estaba interpelando
también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cuando inquirió de Sus
discípulos:
"¿Por qué me llamáis: Señor,
Señor, ¿y no hacéis lo que yo digo?"1
(1) Lucas 6:46
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