LA OTRA PANDEMIA
A la fecha, en poco más de año y medio, la pandemia del Covid-19 ha matado alrededor de 4.9 millones de personas.
Es inimaginable, no sólo el dolor y angustia por la que
pasaron las víctimas de este virus, sino también el dolor y angustia de los
familiares y seres queridos que los han perdido ni siquiera pudiendo despedirse
de ellas.
Más allá de las consideraciones que preocupan al mundo sobre
su origen, las secuelas que deja en los sobrevivientes, la búsqueda de la cura
a este terrible flagelo y el daño terrible que ha causado en la economía
mundial; más allá de lo que han significado las cuarentenas -obligatorias en
muchos países- y las consecuencias psicológicas que la llamada "nueva
normalidad" ha provocado, cabe preguntarse si el Covid-19 ha causado un
impacto singular en la humanidad del siglo XXI, si es probable la aparición de
otras pandemias en el futuro y cómo habrán éstas de enfrentarse.
Pero las preguntas soslayan otro hecho que ha coexistido con
la Humanidad desde sus comienzos, causando dolor y angustias aún mayores por
causa de su intensidad, su persistencia y la desidia generalizada de gran parte
de la Humanidad por aplicar las medidas curativas apropiadas.
Se trata de la OTRA PANDEMIA.
Una pandemia que no ha conocido tampoco fronteras, que ha derribado
muros de protección y ha sido, sin duda, inefablemente más contagiosa que la
variante más transmisible del coronavirus que pudiera surgir.
Esta pandemia posee, como el coronavirus, innumerables
espigas mortales capaces de penetrar en el corazón y la mente de los hombres.
Cada una de esas espigas representa alguna de las más variadas formas que los
seres humanos hemos encontrado de hacernos daño.
Sus víctimas, a lo largo de la Historia, pueden contarse con
cifras significativamente mayores a las atribuibles al Covud-19, a la gripe
española de principios del siglo XX, la peste negra de la Edad Media o
cualquier otra enfermedad que haya existido.
El virus de esta pandemia tiene innumerables espigas:
guerras, crímenes en sus más variadas formas, abuso del poder, traiciones y
estafas, secuestros, trata de mujeres, narcotráfico, corrupción política,
pobreza, desamor... La lista parece interminable.
Su denominador común, aunque el vocablo resulte incómodo
para intelectuales, incrédulos y ateos, es el "pecado".
Éste es un término inusual en la Academia de hoy en día, los
medios de comunicación, la política y el mundo empresarial, las artes y la
cultura, tan afines a negar la existencia de un Dios amoroso que -no haciendo
acepción de personas- ha revelado Su palabra con las indicaciones de cómo curar
esta otra pandemia.
En hebreo el vocablo utilizado para referirse al pecado es
jattáʼth, que se interpreta como “errar”, no alcanzar una meta, seguir un camino,
lograr un blanco exacto. Clara definición del concepto.
En un sentido bíblico es desobedecer u omitir
intencionalmente vivir conforme a los mandamientos de Dios.
Esta otra pandemia sí tiene una cura infalible, pero muchos
se niegan a aplicarla en sus vidas, y otros tantos, niegan incluso su
existencia, como ocurre con el Covid-19.
Se justifican en que sus acciones, inmersas en esa otra
pandemia, y las consecuencias mortales de ellas, tienen su razón de ser en
aquello de que el fin justifica los medios, el afán de poder y dominio es
propio de una raza superior, si yo no lo hago alguien lo hará por mí, etc.,
etc. La única ley que aplican -la ley de la autojustificación- les basta para
borrar su conciencia y creer que el bien está definido tan solamente por lo que
desean, ambicionan, persiguen o les conviene.
"Por sus frutos los conoceréis. ¿Se recogen uvas de los
espinos o higos de los abrojos?
Así, todo buen árbol da buenos frutos, mas el árbol malo da
malos frutos.
No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo
dar buenos frutos."1
¿Alguien puede dudar de esto?
¿No alcanzan los frutos de más de 6000 años de esta otra
pandemia para reconocerla y procurar su cura con verdadera intención?
En las ocasiones en que el pueblo vivió conforme a los
principios de Dios, a las enseñanzas del Maestro, los registros indican que
entre ellos -al menos por el lapso que así procedieron-, la otra pandemia
desapareció.
Así fue con el pueblo de Enoc, así fue con los primeros
cristianos bajo la dirección de los Apóstoles, así fue con el pueblo nefita.2
Sería ilusorio creer que esta otra pandemia ha de
desaparecer, pues ciertamente la diversidad de creencias, ideologías, egoísmos
y maldad que existen en la tierra, convierten en utopía la idea de que el mundo
entero se convierta a Cristo y Él los sane.
Pero a quienes sí le sigan, como señalara un Profeta del
Señor, éstas son las promesas:
“Si guardamos los mandamientos, nuestra vida será más feliz,
más plena y menos complicada. Nuestros desafíos y problemas serán más fáciles
de sobrellevar y recibiremos [las] bendiciones prometidas [del Padre Celestial]”3
(1) Mateo 7:16-18
(2) Hechos 2:42-47; Moisés 7:18-20, 4 Nefi 1:15-18
(3) Thomas S. Monson, Liahona, noviembre 2015, pág. 83
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