SUPERANDO LA VIRTUALIDAD (II)
En el artículo anterior escribí: "Sólo el Espíritu es capaz de transformar esa virtualidad [en que vivimos] en la realidad que Dios ve."
Así como nacemos con un velo en nuestra mente que nos impide
recordar los hechos de nuestra vida preterrenal, ciertamente en nuestra
condición mortal, no tenemos la capacidad de captar, entender y reconocer todas
las verdades de nuestra existencia temporal. Es como si viviéramos envueltos en
una niebla de ignorancia que cubre nuestra mente, así como las cataratas en los
ojos cubren la visión y nos impiden percibir con claridad lo que nos rodea.
Tan es así, que deberíamos reconocer la honestidad del
agnóstico frente al que niega la existencia de Dios; puesto que aquél se
confiesa incapaz de conocerle con los medios naturales que tiene a su alcance
(a saber, su razonamiento y sus sentidos físicos de percepción), en tanto que
el ateo niega la existencia de Quien nunca conoció y, por tanto, se embarca en
la imposible tarea de demostrar la "inexistencia de lo que no
existe". En muchos casos, esa demostración incluye lamentablemente burlas,
acoso y persecución de los creyentes.
De manera que, sin el Espíritu Santo, no nos es posible
acceder a las verdades eternas y absolutas, siendo la primera y más importante,
que somos hijos e hijas de un Dios que sí existe.
La importancia del Espíritu Santo se realiza aún más, cuando
entendemos que es a través de ese Espíritu que Dios se nos revela y que
"por el poder del Espíritu Santo podr(emos) conocer la verdad de todas las
cosas."1
¿Es de extrañar entonces que, no bien manifestamos nuestra
fe en Cristo y nuestro arrepentimiento, recibiendo la remisión de nuestros
pecados mediante el bautismo por inmersión, se nos otorgue el don del Espíritu
Santo?
Lo necesitamos para disipar la niebla de ignorancia que nos
rodea en cuanto a las cosas celestiales. Porque "es imposible que el
hombre se salve en la ignorancia." 2
Es por ello por lo que el Pte. Russell M. Nelson nos
aconsejó, en la Conferencia General de abril de 2018, en estos términos:
"Los exhorto a que se esfuercen más allá de su
capacidad espiritual actual para recibir revelación personal, porque el Señor
ha prometido: “Si pides, recibirás revelación tras revelación, conocimiento
sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles,
aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna”.
Atesoremos, pues, el don del Espíritu Santo, y convirtámoslo
en nuestra Liahona personal permanente.
(1) Moroni 10:5
(2) Doctrina y Convenios 131:6
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