DE LA ESTUPIDEZ A LA DIGNIDAD

En estos tiempos de coronavirus es muy fácil caer en la tentación de confirmar acontecimientos apocalípticos, compartir por las redes sociales teorías conspirativas de la más variada índole y color, hablar de la globalización enajenante que con su depredación imparable desequilibra la naturaleza y la lleva a declararnos la guerra, o hacer un cóctel de intereses políticos que se cruzan con intereses económicos que se cruzan con intereses morales.

Nos ha faltado un poco de humildad para reconocer que la causa de este mal - que seguramente tendrá su cura tarde o temprano, y a un alto costo en vidas y crisis global- ha sido causado simplemente por la estupidez humana.

Estupidez humana en el menosprecio de los consejos médicos y gubernamentales de unos pocos que infestaron a muchos. Estupidez humana en persistir en costumbres ajenas a las buenas prácticas de salud alimentaria como es el caso de la actual pandemia. Estupidez humana en el orgullo de no advertir a tiempo al resto del mundo de lo que estaba aconteciendo en cierto lugar específico de planeta para no perder prestigio ni perjudicar la imagen pseudo-paradisíaca que se pretende proteger. Estupidez humana en la falta de previsión adecuada para enfrentar este tipo de situaciones porque los recursos se destinan a otros fines menos virtuosos.

Estupidez humana manifestada en titubeos, declaraciones y contra-declaraciones de parte de autoridades de algunos países que no hicieron otra cosa que demorar las medidas necesarias; y por sobre todo, estupidez humana en anteponer el orgullo a la humildad necesaria para comprender que el hombre no es el dueño del mundo, sino parte de un ecosistema perfectamente diseñado para que todos sus componentes puedan vivir en un equilibrio dinámico imprescindible.

Einstein dijo en cierta ocasión: "Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo".

Tal vez estaba en lo cierto.

Pero no todo está perdido ni lo llegará a estar mientras del otro lado del mostrador tengamos personas y familias que respeten las medidas de prevención y combate a la pandemia, reduciendo su propagación. No todo estará perdido mientras existan legiones de héroes anónimos de bata blanca que ofrenden hasta sus propias vidas tratando de salvar a las personas infestadas; mientras existan gobiernos y partidos políticos responsables que, deja de  lado momentáneamente sus rencillas, unidos trabajen por el bienestar de sus pueblos tomando medidas serias y eficaces; mientras miles de científicos dediquen conocimientos y energías a encontrar la solución para combatir eficazmente estas plagas que periódicamente azotan a la humanidad; mientras todos los agentes involucrados en esa búsqueda compartan sus descubrimientos sobre vacunas y tratamientos, viabilizando el acceso universal y gratuito a una prevención y cura eficaces.

No es cuestión de poder, de fama ni de glorias. Es cuestión de dignidad humana.

Siempre habrá esperanza mientras un hilo de solidaridad y amor por el prójimo siga anidando en el corazón de cada hombre o mujer del planeta. Siempre habrá una esperanza mientras, dejando de lado el orgullo que nuestras conquistas materiales conllevan, compartamos una porción de nosotros mismos con quien más nos necesita.

No se trata de creer solamente en que, si el barco se hunde, nos hundimos todos juntos.

Se trata de creer y sentir que, como lo señaló Jesucristo, "nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos."

Porque, en definitiva, TODOS debiéramos ser amigos unos de los otros.

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