LA CULTURA DE LA IRRELIGIOSIDAD

Pablo decía en una de sus epístolas:" Porque no tenemos lucha contra sangre y carne"1, dejando entrever que el conflicto entre quienes eran discípulos de Cristo y quienes no lo eran se debía al influjo de fuerzas que iban más allá del mundo material en cual esa lucha se desarrollaba.

Aunque su señalamiento recalca la naturaleza espiritual del conflicto, no por ello deja de ser cierto que quienes combaten la religión son personas de carne y hueso.

Este combate a la religión, en particular a la cristiana que es la que mayoritariamente se profesa el mundo occidental, ha pasado del confrontamiento de ideas a acciones que, en los hechos, eluden las ideas y se centran en conductas disolventes.

Como el ácido que disuelve una sustancia hasta hacerla desaparecer, la llamada "doctrina de la cancelación"2, la exaltación de lo que arbitrariamente se postula como "políticamente correcto", y la justificación de la discriminación por el concepto falaz de la "discriminación positiva", pretende erigir a los cultores de la irreligiosidad en los únicos dueños de la verdad, y así, se arrogan el injustificado derecho de hacer callar al que esgrima, en su exposición, argumentos que tildan de contaminados de doctrina cristiana.

A ello se suma una estrategia de hegemonía cultural que busca erradicar públicamente todo vestigio de presencia religiosa en las diversas manifestaciones del arte, la intelectualidad y la cultura de las sociedades.

Bajo la argucia de laicismo (no confundir con laicidad) se proscribe todo argumento que coincida con el pensamiento cristiano, por más que sea mera coincidencia y no exista siquiera un atisbo, en el ánimo del expositor, de vincular su postura con cualquier asociación de tenor religioso.

La democracia, el respeto hacia el prójimo, la libertad de pensamiento y de expresión, y el apego a las más elementales normas de convivencia pacífica exigen que estas prácticas -que se contradicen con lo que sus propios cultores propagan respeto de los derechos civiles- se denuncien y eviten, so pena de perder oportunidades únicas de progreso social y paz universal.

Es mucha la contribución que los cristianos han hecho y continúan haciendo por el bienestar de la humanidad, así como las contribuciones provenientes de otras religiones que han existido o existen en el mundo. ¿Acaso la sociedad debe privarse de esas contribuciones por provenir de personas religiosas?

Ciertamente la libertad de religión está en riesgo de ser menospreciada y debe defenderse, siempre dentro de los mismos principios de libertad que sus enemigos le niegan.

En definitiva, ¿debe rechazarse cualquier punto de vista, argumento o exposición por el solo hecho de estar incluido en las bases doctrinales de una religión?

Obviamente no. Bastaría razonar por el absurdo y pensar qué sucedería si, por ejemplo, se rechazasen conceptos como "no matarás", "no hurtarás" o "no darás falso testimonio" por estar incluidos en los Diez Mandamientos que figuran en la Biblia.

Pero claro, existen otros preceptos contenidos en la Biblia que incomodan o contrarían la cultura de la irreligiosidad y deben ser combatidos a toda costa por quienes son afines para combatir la religión, aunque ningún cristiano pretenda imponerlos como mandato, y se limite sólo a defenderlas públicamente en el campo de las ideas.

Como lo señaló hace dos siglos José Artigas, prócer de la independencia del Uruguay:

"La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo".

(1) Efesios 6,12

(2) La cultura de la cancelación (de su original en inglés: cancel culture) es un neologismo que designa a un cierto fenómeno extendido de retirar el apoyo, ya sea moral, como financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles, ello como consecuencia de determinados comentarios o acciones,​ independiente de la veracidad o falsedad de estos, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre él había. (fuente: Wikipedia)

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