REFLEXIONES SOBRE LA EDUCACIÓN
Sería maravilloso disponer de una educación que forme personas que contribuyan a enriquecer a la sociedad que les brinda la oportunidad de crecer como seres humanos, seres pensantes, seres solidarios y amantes de lo justo, seres agradecidos y generosos, y por sobre todo, seres autosuficientes.
Seres que sueñen con el cielo y tengan los pies firmes en la
tierra que pisan. Seres que tengan un horizonte y la voluntad para ir en pos de
sus anhelos.
Pero creo que, así como lo que se siembra necesita del
cuidado y del abono que lo nutra, la educación -en tanto campo de cultivo de lo
más preciado de la naturaleza- necesita de valores. Valores que cimienten una
conducta propiciatoria de esos sueños por alcanzar la excelencia.
La sociedad actual, independientemente de las
"utopías" que persiga, ha dado la espalda a muchos de los valores que
se necesitan para construir un mundo feliz; desechándolos para avenirse a
ideales que niegan la eficacia de la espiritualidad; ideales que postulan la
falsa idea de que la libertad es un cheque en blanco que puede usarse para
justificar cualquier exceso y que, en definitiva, alejan al hombre de la fuente
de toda verdad y justicia, por no ser esta fuente afín con sus intereses
egoístas.
Es así como unos creen en la violencia como forma de
implantar la paz, en tanto otros preconizan el quebranto de los limites morales
como forma de progreso. Una inmensa mayoría nada en las aguas de la
indiferencia.
Al haber despojado a la educación pública de valores
morales, en aras de un pudor laicista que no conoce tregua, le han quitado el
poder de transformar vidas, dejándolas sujetas a través de un menú educativo
basado en la transmisión de conocimientos cuidadamente seleccionados, en
sujetos pasivos cuyo único afán pasa por el consumismo, la satisfacción de sus
deseos cualesquiera sean y la competencia por el éxito intrascendente.
¿Cuándo aprenderán, quienes tienen la potestad de educar,
que no basta con limpiar el jardín de malezas y yuyos? También es necesario
plantar en él flores hermosas y formar jardineros expertos.
Porque "cuando el espíritu inmundo ha salido del
hombre, anda por lugares secos buscando reposo, pero no lo halla.
Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada.
Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que
él, y entran y moran allí; y son peores las cosas últimas de aquel hombre que
las primeras."1
Las mentes vacías de valores cobijan vidas improductivas.
¿Por qué ese prejuicio insensato de no integrar a la
educación lo positivo de las grandes religiones, sin incurrir -claro está- en
afanes proselitistas, pero buscando dotar a los educandos de valores
fundamentales de la vida?
¿Por qué rechazar las enseñanzas de algunos de los más
grandes referentes de la historia, simplemente porque parte de sus enseñanzas
no encaja en la visión materialista que predomina en los ambientes culturales
políticamente correctos del presente? Porque -evidentemente- el ignorar en los
programas educativos sus aportes es también una forma enmascarada de
proselitismo.
Es una lástima pues nadie pretende que la educación pública
adoctrine en religión. Pero es lamentable que -supuestamente por evitarlo- se
dejen de lado y combatan contenidos que ayudarían a mejorar a las generaciones
que nos sucederán en el futuro.
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