REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA (I)

La vida ajetreada que hoy nos toca vivir nos da poca disponibilidad de tiempo para reflexionar acerca del propósito de nuestra existencia y, más concretamente, sobre el origen del hombre y el Universo que nos contiene.

Ciertamente la ciencia dedica ingentes esfuerzos a desentrañar los misterios de la vida, el origen del Universo, y las leyes que rigen la Naturaleza.

Pero por más que la ciencia avance, siempre existirán preguntas que escapen a su esfera.

Por ejemplo, ¿es posible crear algo de la nada? Una respuesta afirmativa desafía la lógica. El más elemental razonamiento, la más simple intuición, rechaza esa posibilidad.

Es entonces que algunas corrientes filosóficas y religiosas introducen la noción de la Primera Causa. Es decir, imaginan que "algo" debe haber originado el Universo y la vida como la conocemos.

Para muchos, esa Primera Causa es la Divinidad, conformada a la medida de las diferentes creencias que han existido y existen.

Para otros, esa Primera Causa es el azar o, como algunos gustan llamarlo, el Big Bang. La combinación azarosa de ciertos eventos originó la vida y luego la evolución se encargó de crear al hombre.

Sea lo que sea, es evidente que esa Primera Causa debe ser eterna; es decir, siempre existió pues, de lo contrario, volveríamos al postulado de que de la nada es posible que se haya creado algo.

De manera que es imposible escapar a la noción de infinitud hacia adelante y hacia atrás en el tiempo.

Pero no sólo esa Primera Causa debe ser eterna, sino también la materia con la que creó el Universo y la vida. Si la materia no fuese igualmente eterna, debería haber sido creada de la nada. Otra vez volvemos al absurdo.

Es difícil para la mente humana, por no decir imposible, imaginar que nunca existió un principio. Nuestra vida terrenal es acotada en el tiempo, y la necesidad de imaginar un principio en todas las cosas es una condición implantada en nuestra intuición.

Algunos credos hablan de ciclos de vida que se repiten, pero ello no elude el concepto de infinitud hacia atrás que hemos visto.

Ahora bien, si estás reflexiones no satisfacen la mente inquisitiva de algunos, deberíamos darnos un baño de humildad y aplaudir a quienes se manifiestan a favor del Agnosticismo, la postura filosófica que afirma la incapacidad del hombre de conocer la verdad por sí mismo.

Sin duda, los agnósticos le llevan la delantera a los ateos y a quienes tienen a las ciencias por única fuente suprema de verdad, pues su confesión de impotencia implica la necesidad de que la Verdad deba ser revelada al hombre.

Esto nos lleva a la siguiente reflexión:

De ser así, ¿cómo se transmitiría esa revelación, ¿quién la daría y por qué el hombre estaría capacitado para recibirla?

Aquí entra en escena otro aspecto primordial del "ser" humano: su naturaleza dual espíritu-materia, pues no es posible concebir que ese conocimiento de la verdad de su existencia se alcance a través de su constitución material. Reducir al hombre a un conjunto de reacciones químicas e interacciones materiales lo cosifica, anula su albedrío, y termina negando su individualidad.

De aceptarse esa dualidad espíritu-materia (o espíritu-cuerpo), debería asimismo aceptarse que el hombre posee sentidos de percepción espirituales, que le permiten recibir revelación de la Divinidad, aunque no los tenga desarrollados suficientemente ni tenga conciencia de ello.

A partir de estos principios, el hombre podría aprender en una dimensión que trasciende lo meramente físico, y llegar a conocer mayores porciones de la verdad a medida que progresa en su búsqueda de respuestas.

Ahora veamos qué verdades pueden extraerse de las enseñanzas judeo-cristianas hasta donde han sido preservadas en el tiempo. Nos basaremos en las Escrituras contenidas en la Biblia, para ser lo más amplios posibles en nuestras reflexiones, y aceptándola como verdad revelada.

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."1

Los primeros versículos nos presentan a la Divinidad y la materia, ambos coeternos. Tal vez, desde ese punto de vista, sería más acertado usar el verbo "organizar" antes que crear, pues este último da la impresión de que la materia no existía antes de ese principio, que no debería entenderse como el comienzo absoluto de los tiempos (la eternidad no tiene comienzo ni fin), sino el comienzo de la historia de nuestro Universo, ordenado y organizado conforme a la voluntad de Dios.

Luego el relato continúa diciendo:

"Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre alma viviente."2

Se introduce aquí la naturaleza dual del hombre. Con "el polvo de la tierra", o sea, con la materia organizó Dios el cuerpo del hombre; pero ese cuerpo no llegó a ser "alma viviente" (tener vida) hasta que sopló en él el aliento de vida. Esto debe interpretarse como que el espíritu y el cuerpo fueron unidos para dar vida al hombre creado.

Con respecto a la necesidad de que la verdad sea revelada al hombre, en la porción que sea, veamos qué se dice al respecto en las Escrituras:

"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada."3

Naturalmente, para que ello suceda, el hombre debe creer en su naturaleza espiritual, buscar las respuestas creyendo que Dios se las dará -aún la revelación sobre Su existencia- y estar dispuesto a vivir conforme al conocimiento que reciba. De lo contrario, ¿qué objeto tendría para Dios revelarse al hombre?

Para terminar, detengámonos en las siguientes palabras de Jesús:

"El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo."4

Mucho se utiliza el argumento del método científico para descartar toda posibilidad de conocer más allá del mundo material. Sin embargo, en este pasaje, Jesús exhorta a aplicar la experimentación como método de investigación. La única salvedad es que dependerá de la naturaleza del objeto estudiado, qué sentidos han de usarse en esa experimentación.

Como observó Pablo, lo espiritual sólo puede percibirse a través de las capacidades del espíritu del hombre:

"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente."5

Esperemos que estas reflexiones resulten edificantes para quienes han encontrado a Dios en su vida; y motiven a quienes aún no han podido alcanzar un testimonio acerca de Dios, para emprender un camino que los llevará a comprender más profundamente el propósito de su vida.

(1) Genesis 1:1-2

(2) Genesis 2:7

(3) Santiago 1:5

(4) Juan 7:17

(5) 1 Corintios 2:14

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