UN REGALO PARA JESÚS

La Navidad es la conmemoración religiosa más popular del mundo cristiano. Por razones comerciales, y por el efecto positivo que ejerce sobre la unidad familiar, su festejo se expande aún fuera del ámbito de quienes creen que el niño, nacido en Belén hace poco más de dos mil años, es literalmente el Hijo de Dios.

De la crónica del nacimiento de Jesús se desprende que su naturaleza divina sólo es posible comprenderla por revelación desde los cielos.

Fueron ángeles quienes advirtieron tanto a María, madre de Jesús, como a los pastores que hacían la vigilia en la noche de su nacimiento, del advenimiento del Salvador del mundo.

Fue por revelación que, unos 700 años antes del divino acontecimiento, Isaías profetizó:

"Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo y llamará su nombre Emanuel1...

"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.

El aumento de su dominio y la paz no tendrán fin, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre."2

El nacimiento de Jesús puede considerarse el mejor regalo de Dios jamás concedido al mundo. "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna."3

De aquí nazca, tal vez, la costumbre de intercambiar regalos en Navidad como un sello distintivo de esta festividad.

Pero ¿acaso no debiera ser Jesús quien reciba nuestro regalo de Navidad, en lugar de recibirlo nosotros?

La Navidad debiera ser un tiempo de reflexión, de búsqueda del significado y propósito de la vida, antes que una celebración volcada hacia la algarabía y, en muchos casos, hacia el exceso.

La Navidad debiera ser un momento de profunda introspección, y de desarrollar el crecimiento de una profunda gratitud por el don de Su ministerio y su Sacrificio Expiatorio que llenan nuestro corazón del deseo de acercarnos más a Él; y esforzarnos por seguir el camino que nos invita a tomar. El camino de seguirle hasta el Padre a través de una vida que le tenga por modelo supremo.

Y, ¿cuál podría ser nuestro regalo a Jesús en ésta y en todas las Navidades?

Las Escrituras testifican de lo que Jesús espera de cada uno de nosotros: "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos de espíritu."4

Un espíritu contrito. Un espíritu que sabe de sus debilidades y flaquezas. Un espíritu que siente dolor por sus errores y transgresiones, que se sabe necesitado del poder sanador del perdón con el que galardona el Salvador a quienes confían en Él y se arrepienten sinceramente. Un espíritu humilde, que busca depender de Su gracia divina para vencer la débil y vulnerable naturaleza de su carácter terrenal. Un espíritu donde no tiene cabida alguna el orgullo.

Un corazón quebrantado. Un corazón blando. Un corazón bien dispuesto para seguir al Maestro sin importar el precio a pagar. Un corazón dolorido que busca el bálsamo sanador de la compañía de su Redentor y Su consuelo infinito. Un corazón propenso a perdonar y buscar el perdón; a ser enseñable y a aprender. A ser uno con el Rey de reyes.

¡Un espíritu contrito y un corazón quebrantado! Nuestro regalo a Jesús para esta Navidad y todas las que le sigan.

Un espíritu más contrito que la Navidad pasada y seguramente menos de lo que será en la próxima.

Un corazón más quebrantado que de lo que ha sido hasta ahora, y que lo será más quebrantado aún la Navidad siguiente.

(1) Isaías 7:14

(2) Isaías 9:6-7

(3) Juan 3:16

(4) Salmos 34:18

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