LOS CABALLOS DE TROYA

Cuenta Homero en su inmortal epopeya "La Ilíada" cómo cayó la aparentemente invencible ciudad de Troya.

Sitiada por los ejércitos griegos, sus murallas resultaban un obstáculo insalvable para quienes deseaban conquistarle y recuperar a la hermosa Helena que moraba secuestrada dentro de sus murallas.

Toda estrategia para penetrar en la ciudad y destruir a sus moradores resultaba vana, y el simple despliegue de fuerzas ante sus muros sólo había traído deshonra a las fuerzas sitiadores.

A punto de abandonar la lucha, la astucia de Odiseo logra encontrar la llave para abrir las puertas de la ciudad impenetrable, con la ayuda ingenua de los propios troyanos. Esa llave es el llamado "caballo de Troya". Se trata de un enorme caballo hueco de madera que albergará en su interior de un pequeño destacamento armado de soldados sitiadores.

Los griegos simularán darse por vencidos retirándose durante el día, dejando ese monumento como un presente en honor a la valentía de los troyanos y su resistencia infranqueable.

Aquéllos, engolosinados en su orgullo, se apresuran en entrar el caballo de madera dentro de su ciudad y organizan una fiesta para festejar su victoria. Aquel caballo monumental sería el símbolo glorioso de su triunfo sobre el ejército sitiador.

La historia tiene un final trágico para Troya. Por la noche, cuando todos duermen, los soldados ocultos salen del interior del caballo y abren las puertas de la ciudad desde dentro de los muros. Los griegos, vueltos de las sombras de la noche, entran y aniquilan a los troyanos.

Hoy tenemos por doquier "caballos de Troya" atrayentemente adornados que nos adulan con su presencia e invitan a que abramos nuestros corazones para albergarlos como trofeos de conquistas mundanas.

Sean ellos cosas materiales innecesarias que adquiramos para alimentar nuestro ego junto con las consiguientes deudas que nos han de esclavizar económicamente; sean ideas o prácticas que nos envuelvan en popularidades infructuosas o nos hagan sentir aceptados en ambientes frívolos; sean eufemismos o relatos manipuladores que despierten adhesiones a ideales que, sin embargo, sólo buscan lisonjearnos y usarnos para fines ajenos a esos ideales que preconizan; lo cierto es que todas esas cosas nos alejan de la felicidad. Si somos creyentes, aún pueden alejarnos de Dios.

La lista es larga y variada. Hay tantas trampas en nuestro derredor que siempre puede encontrarse una a la medida de nuestros caprichos. No son más que sutiles "caballos de Troya" con toda su carga de destrucción interior, capaces de engañar aun a los que se crean muy sabios.

Debemos ser precavidos. Aferrarnos a nuestros valores. Examinarlo todo y quedarnos sólo con lo que es bueno a la luz de esos valores.

En el mundo de hoy, si queremos triunfar, si queremos, aunque sea sobrevivir tan sólo, no hay lugar para ingenuidades.

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