TRAMPAS AL SOLITARIO

Dios es Amor.

Estamos acostumbrados a escuchar esta frase con bastante frecuencia, aunque no siempre con el propósito de reconocer Sus virtudes y exaltar la mayor de ellas: Su amor supremo por toda Su creación.

Pues "de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna", afirma Juan en su Evangelio.1

Sin embargo, existen quienes, en nombre de ese Amor sublime, justifican vivir en contradicción con Su voluntad expresada en las Escrituras.

Pareciera válido justificar el incumplimiento de Su palabra en el hecho de que, si se la transgrede en aras de "amor", ninguna falta se comete.

De acuerdo con esa línea de pensamiento, caer en prácticas que violan las leyes y estatutos de Dios, no constituyen faltas si se hacen por amor. ¡Pues... Dios es amor!

Eso es, lisa y llanamente, hacerse trampas al solitario. Pues por más que Dios ama a Sus hijos sin hacer acepción de personas, aborrece toda desobediencia a sus mandatos y consejos. No por aborrecer al infractor, sino porque ese tipo de conducta lo aleja de Él, fuente todo lo bueno que existe.

La sociedad laica ha escogido ignorar la existencia de Dios en aras de una supuesta objetividad, olvidando que, más allá de creer o no en Su existencia, las virtudes del credo cristiano son una garantía extraordinaria para la convivencia pacífica y fraterna de la Humanidad.

Como consecuencia de ello, avala conductas destructivas como el uso "recreativo" de drogas; legítima como un derecho humano la interrupción voluntaria e injustificada del embarazo, y tolera otras conductas que las Escrituras desaprueban.

Está en cada uno de nosotros decidir nuestro grado de fidelidad a nuestro "ser cristiano", si es que profesamos seguir a Jesucristo. Pero no podremos escapar a las consecuencias de acomodar nuestra obediencia a nuestras flaquezas o intereses egoístas.

Dios es Amor... pero no puede ser burlado.

(1) Juan 3:16

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