ACTITUD

"Los cínicos no aportan nada, los escépticos no crean nada y los que dudan no logran nada." (Bryant S. Hinchley)

Napoleón solía arengar a sus soldados recordándoles que es segura la derrota de quien teme ser vencido.

La sabiduría popular ha sabido sentenciar que quien vive con miedo puede morir de un susto.

Al enfrentar los desafíos debemos recordar asimismo que la batalla que no se libra es una batalla que se pierde.

No debe resultarnos extraño, pues, que entre nuestros deseos y la consecución de estos pueda existir un abismo que los separe; o al menos, la necesidad de un esfuerzo que demande de nuestras energías, empeño y voluntad para alcanzarlos. En la vida siempre existe oposición en todas las cosas. Esta oposición no siempre se presenta como una adversidad. En ocasiones, resulta simplemente ser el precio que debemos pagar para lograr una meta que nos hayamos propuesto. Aun así, todo progreso es el resultado de una lucha que sostenemos para salir de nuestra zona de confort, para romper el cerrojo de nuestra conformidad.

Cualesquiera sean las circunstancias en que nos encontremos, siempre deberemos actuar para avanzar. Se dice que la acción vence al miedo y promueve los cambios. Ciertamente es la acción la que mueve las ruedas de nuestro progreso.

Pero es nuestra actitud la que determina nuestro paso. Al determinar la necesidad de avanzar, dependerá de nuestra actitud si seremos de andar vacilante o firme; si nos apegaremos a la prudencia o seremos hijos de la irreflexión; si enfrentaremos los desafíos con soberbia o buscaremos la ayuda oportuna de una mano amiga.

No siempre será posible saber de antemano qué hacer ni cómo encaminar nuestros pasos hacia un futuro incierto.

Como creyentes tenemos un poder inconmensurable de nuestra parte.

No se trata de que Dios nos facilite las cosas de manera que la ayuda nos caiga del cielo gratuitamente. Mal haría Dios en consentir todos nuestros deseos y de manera inmerecida. El padre que malcría a sus hijos haciéndoles sus gustos, que nada demanda de ellos, aunque crea estar obrando para el bien de ellos -librándoles de pasar necesidades o desplegar esfuerzos- sólo les entrega a la indolencia, y pone en grave riesgo su progreso y autosuficiencia personales.

Dios no obra de esta manera. Su amor por nosotros es perfecto.

Sin embargo, adolecemos de vulnerabilidades, tenemos debilidades y cometemos errores. No poseemos un conocimiento perfecto de todas las cosas, ni tenemos poder ilimitado sobre todos los factores que inciden sobre nuestra vida.

Al reconocer que no estamos solos, que tenemos un Dios presente que nos ama y desea nuestro bien, podemos asumir la actitud de humildad necesaria para esperar Su guía y Su ayuda en aquello que no podemos superar con nuestras propias fuerzas.

"Confía en [Dios] con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.

Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.

No seas sabio en tu propia opinión... Entonces andarás por tu camino con seguridad, y tu pie no tropezará.

Cuando te acuestes, no tendrás temor; sí, te acostarás, y tu sueño será grato.

No tendrás temor de pavor repentino ni de la ruina de los malvados cuando llegue,

porque [Dios] será tu confianza y él evitará que tu pie caiga en la trampa."1

En esto consiste la ventaja que puede distinguirnos de los incrédulos. Es una lástima que muchos de nosotros vivamos de espaldas a esta realidad.

 

(1) Proverbios 2:5-7, 23-26

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