EL PODER DE LA MÚSICA

 Es indudable que cuando el hombre fue puesto en la Tierra debió aprender a vivir sobre ella. La situación ideal de que gozó cuando estuvo en el Jardín de Edén la perdió al trasgredir el mandato de Dios de no participar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. En su nueva habitación debió enfrentar la oposición de un mundo hostil donde padecería sufrimientos y dolores, debiendo ganar su pan con el sudor de su frente1.

 

Muchas cosas debieron aprender en su nuevo estado. El Libro de Moisés nos dice que luego de ser expulsado del Jardín de Edén, “Adán empezó a cultivar la tierra, y a ejercer dominio sobre todas las bestias del campo”2.

 

Aunque no se menciona específicamente, debió haber sido instruido en cuanto a cómo alimentarse, qué frutos y hierbas podía comer y cuáles no, cómo podría proveerse de abrigo y sustento, cómo debía cuidarse de los animales salvajes y cuáles de ellos podría domesticar, y así sucesivamente.

 

Amén de los mandamientos e instrucciones que le fueron dados al serle revelado el Plan de Salvación y la promesa de un Redentor, Adán y su esposa Eva seguramente recibieron conocimiento desde los cielos acerca de muchas cosas prácticas relativas a su vida terrenal. Después que “le nacieron hijos e hijas, y empezaron a multiplicarse y a henchir la tierra”3, se nos informa que “hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas “4. “Y de allí en adelante los hijos e hijas de Adán empezaron a separarse de dos en dos en la tierra, y a cultivarla y a cuidar rebaños; y también ellos engendraron hijos e hijas”.5

 

No es insensato creer que entre las cosas que Adán y su descendencia cultivaron tempranamente se encuentra la música. Cuándo o cómo el arte de combinar los sonidos de tal manera que resultase agradable al oído hizo su aparición entre los hijos de Dios no nos es informado, pero es lógico pensar que el don divino de la música los haya acompañado prácticamente desde los inicios de su existencia terrenal.

 

Han pasado más de 6 000 años desde la Creación. La música ha tenido una presencia permanente entre los pueblos y sus culturas, cada uno desarrollándola de manera propia y de las más variadas formas.

 

La música puede ser fuente de alegría y elevación espiritual. Ello era sabido por David quien solicitó “a los jefes de los levitas que designasen de sus hermanos a cantores, con instrumentos de música, salterios, y arpas y címbalos, que resonasen, y que alzasen la voz con alegría”6.

 

La música, usada adecuadamente, calma el ánimo y quita la ira. “Cuando el espíritu malo que no era de parte de Dios venía sobre Saúl, (el mismo) David tomaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y se sentía mejor, y el espíritu malo se apartaba de él”7.

 

La música puede traer consuelo al alma afligida. Jesús cantó con sus apóstoles un himno antes de salir para el monte de los Olivos8.

 

Con la música y los cantos es posible transmitir enseñanzas y valores, que si son los apropiados, acercan a la verdad y al Salvador. También permiten expresar gratitud a Dios por Sus bendiciones y protección. Pablo exhortó a los colosenses no sólo a que “la palabra de Cristo habit(ara) en abundancia en (ellos),” sino también a que “(se) enseñ(aran) y exhort(aran) los unos a los otros en toda sabiduría con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gratitud en (sus) corazones al Señor”9.

 

Para nuestro Padre Celestial la música forma parte de la adoración. Leemos en la Biblia que, al tiempo de la dedicación del templo de Salomón, “todos los sacerdotes que se hallaban presentes ... y los levitas cantores, todos los de Asaf, los de Heman, y los de Jedutun, junto con sus hijos y sus hermanos, vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar ... (y) tocaban las trompetas y cantaban al unisono, para alabar y dar gracias a Jehová, y cuando alzaban la voz al son de las trompetas y de los címbalos y de los otros instrumentos de música ... alababan a Jehová”10.

 

Cuando los santos fueron expulsados de su amada Nauvoo iniciaron un largo éxodo hacia el valle de Lago Salado. En medio de las inhóspitas planicies y enfrentado el desafío del frío invierno y las dificultades del camino, el Señor les dijo:

 

“Si te sientes alegre, alaba al Señor con cantos, con música, con baile y con oración de alabanza y acción de gracias.

“Si estás triste, clama al Señor tu Dios con súplicas, a fin de que tu alma se regocije.”11

 

Dejando atrás sus pertenencias y sus seres queridos sepultados en las solitarias praderas del medio-oeste americano, su fe debe haber sido fortalecida a través del canto y la música, recordando que “la canción de los justos es una oración para (el Señor), y será contestada con una bendición sobre su cabeza”12.

 

Sin embargo, dado que existe una oposición en todas las cosas13, no es de extrañar que el adversario haya buscado usar la música para sus propios perversos fines. El Élder Boyd K. Packer ha señalado que lamentablemente “siempre han existido aquellos que toman las cosas hermosas y las corrompen. Ha sucedido así con la naturaleza, también con la literatura, con el drama, con las artes y con certeza ha sucedido con la música.”14

Cuando la música se pone —consciente o inconscientemente— al servicio del enemigo de toda virtud, tiene la facultad de entorpecer el entendimiento espiritual y promover el desenfreno. No sólo las letras inapropiadas surten ese efecto, sino que cierta clase de ritmos y estilos tienen la particularidad de alejar el Espíritu y debilitar el carácter. Al respecto el Élder Packer observa:

 

“Vivimos en una época en la que la sociedad atraviesa un cambio sutil, pero poderoso. Se está volviendo cada vez más permisiva en aquellas cosas que acepta como modo de entretenimiento. Como resultado, mucha de la música que en la actualidad escuchamos de músicos populares parece estar más encaminada a agitar que a pacificar, a excitar más que a calmar. Algunos músicos parecen promover abiertamente tanto los pensamientos como las acciones malsanas.”15

 

El presidente Spencer W. Kimball ha sido muy claro respecto a la naturaleza trasgresora de ciertas músicas al señalar:

 

“Dicen que en el infierno no habrá música, pero hay algunos sonidos a los que llaman con ese nombre y que parecen pertenecer a ese lugar.”16

 

Algunos sostienen que toda manifestación de arte, incluida la música, fue en algún momento vanguardista y como tal sufrió el rechazo de quienes se manifestaban “conservadores “en sus preferencias; que el tiempo finalmente revierte esa tendencia transformando los “gustos” de las sociedades. Esto puede ser cierto en cuanto a las modas y los movimientos culturales, pero jamás en términos éticos. Todos debemos comprender —y en particular, nuestra juventud en Sión— que “la maldad nunca fue felicidad”17; y, al decir del presidente Kimball, “la aceptación social no cambia la categoría de un acto, tornando lo malo en bueno”18.

 

No es de extrañar que mucha de la música degradante resulte a la vez atractiva. Debe serlo para servir de carnada. Dado que posee la capacidad de atraer nuestra atención, la manera más simple de evitarla es sustituyéndola por la que edifica. Esto es crucial y constituye el modelo que debemos seguir: lo “que no edifica no es de Dios, y es tinieblas. (Mas lo) que es de Dios es luz”19.

 

Esto nos lleva a otra cuestión fundamental. ¿Cómo es posible gustar de lo que se desconoce? Se ha dicho que quien más conoce, más ama; y quien más ama, más conoce. Esta regla se aplica también a las artes y en particular a la música. En nuestras sociedades —inundadas por el afán del dinero y la promoción del entretenimiento— la música es fácil presa de quienes apelan a los impulsos para promover sus lucrativos negocios. Parece que la única música que vale la pena escuchar es la que esta “de moda”; y todo lo “viejo” debe caer en el olvido por aburrido y perimido. De esta forma, muchos desconocen las virtudes de las buenas obras musicales del pasado; y la persistencia de los ritmos actuales les quita la sensibilidad necesaria para apreciar el valor de la “otra música”.

 

Ello no significa que toda manifestación musical actual deba ser desechada o que todo lo pasado sea mejor por el solo hecho de pertenecer a otros tiempos. A lo que apunta es que deberíamos invertir de nuestro tiempo para ensanchar nuestro conocimiento musical y esforzarnos por aprender a apreciar la riqueza encerrada en muchas de las obras que hoy no gozan de la popularidad que tuvieron en su momento. En realidad, la buena música es atemporal. No pertenece a ninguna época en particular. Le pertenece a quienes disfrutan de ella.

 

Para finalizar: ¿cómo discernir cuál es la “buena” música? Hemos visto que toda música tiene poder. Tal vez la definición de “buena música” que no ofenda el gusto de nadie podría establecerse como “aquélla que nos hace mejores personas”. Para quienes tenemos fe en Dios, podríamos también definirla como la que nos acerca a Él, la que nos fortalece en espíritu y nos recuerda que somos Sus hijos y Él nos ama. Como lo señaló el presidente Paker, es la que “promueve el entendimiento entre la gente; música que inspira valor; música que despierta sentimientos de espiritualidad, reverencia, felicidad y reconocimiento a lo bello”20.

 

Si aún nos quedan dudas al respecto, tengamos presente que es “por el poder del Espíritu Santo pod(emos) conocer la verdad de todas las cosas”21. No vacilemos en buscar Su guía.

 

1) Véase Moisés 4:252) Moisés 5:1

3) Moisés 5:2

4) Moisés 5:12

5) Moisés 5:3

6) 1 Crónicas 15:16

7) TJS 1 Samuel 16:23

8) Mateo 26:30

9) Colosenses 3:16

10) 2 Crónicas 5:11-13

11) Doctrina y Convenios 136:29-30

12) Doctrina y Convenios 25:12

13) 2 Nefi 2:11

14) “Música Digna, Pensamiento Dignos”, Liahona abril 2008, pág. 33

15) Ibidem

16) “La Obra de los Últimos Días”, Conferencia General de octubre de 1982

17) Alma 41:10

18) El Milagro del Perdón, pág. 39

19) Doctrina y Convenios 50:23-24

20) “Música Digna, Pensamiento Dignos”, Liahona abril 2008, pág. 33

21) Moroni 10:5

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