BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES...
Recientemente un post en la red social donde publicamos aerículos de SudMensajes me llevó a un sitio creado por ex-miembros de la Iglesia dedicados a atacarla, y cuyo propósito expreso es mostrar que el mormonismo no es cristiano. En otra ocasión, una persona subió en una entrada de SudMensajes un link con la noticia de que la Iglesia perseguía con violencia a los miembros que expresaban discrepancias con su doctrina. Resultó que la noticia refería a una secta que se había escindido de la Iglesia a principios del siglo XX y que ninguna conexión tiene con ella.
Existen muchos sitios que se dedican a denostar, insultar y
perseguir a nuestra Iglesia, imbuidos de un espíritu de contención y de falta
de respeto hacia quienes profesamos creencias diferentes. Fuera de Internet
existen también quienes parecen tener por principal objetivo el combatir a la
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Muchos parecen incluso
más preocupados por atacar a la Iglesia que por sostener sus propios credos.
Triste espectáculo es el de quienes para fortalecer sus propias creencias
necesitan atacar las creencias de los demás. Tal vez esa preocupación por
destruir antes que edificar esconda, tras la violencia de sus formas, la
debilidad crónica de una fe que funda su existencia en el desamor.
En la medida en que la Iglesia va adquiriendo presencia en
los medios y el conocimiento del Evangelio Restaurado se va esparciendo por los
cuatro cabos de la Tierra, es de esperar que esta actitud hostil también se
expanda y se vuelva más frecuente. Ante esta perspectiva cabe preguntarse: ¿qué
hacer?
En la Conferencia General de abril de 1978, el Élder Marvin
J. Ashton, miembro del Consejo de los Doce, compartió la siguiente anécdota:
“Hace algunos meses los misioneros de una remota isla del
Pacífico del Sur fueron informados de que yo habría de visitarles durante dos o
tres días. A mi llegada, estaban aguardándome ansiosamente para compartir
conmigo cierta literatura en contra de la Iglesia, que había sido distribuida
en la zona. Se encontraban molestos por las acusaciones y dispuestos para
contraatacar. Los misioneros se sentaron en el borde de sus sillas mientras yo
leía las críticas y falsas declaraciones hechas por un ministro religioso, que
aparentemente se había sentido amenazado por la presencia de nuestros jóvenes y
por su éxito. Al leer el folleto que contenía las maliciosas y ridículas
manifestaciones, y para sorpresa de mis jóvenes amigos, no pude menos que
sonreír. Cuando terminé, me preguntaron: '¿Qué haremos ahora? ¿Cómo podemos
oponernos a tales mentiras?' A lo que respondí: 'No haremos nada. No tenemos
tiempo para la contención. Sólo tenemos tiempo para dedicarnos a la obra de
nuestro Padre. No contendáis con nadie, conducíos como caballeros, con calma y
convicción y os prometo que tendréis éxito.' "1
Más adelante, en ese mismo discurso, el Élder Ashton señaló:
“Hay ciertas personas y organizaciones que tratan de provocarnos a la polémica mediante las calumnias, las indirectas, y los calificativos inapropiados. Cuan poco sabios somos en esta sociedad moderna al permitirnos caer en la irritación, el desaliento o la ofensa, ante el placer que otros parecen encontrar en maltratar nuestra posición o actuación. Nuestros principios no perderán valor como consecuencia de las declaraciones de los contenciosos. Tenemos el deber de explicar nuestra posición mediante el razonamiento, la persuasión amigable y los hechos; debemos permanecer firmes, inamovibles en los asuntos morales de esta época y en los principios eternos del evangelio, sin entrar en polémicas con ningún individuo ni organización.”2
El mensaje es claro. Estamos aquí para compartir nuestro
conocimiento acerca del Plan de Salvación, acerca de la doctrina de la Iglesia,
acerca de las Sagradas Escrituras; estamos aquí para abrir nuestra boca y dar
testimonio de las verdades reveladas desde los cielos a través de los siervos
escogidos del Señor; estamos aquí “embarca(dos) en el servicio de Dios, con
todo (n)uestro corazón, alma, mente y fuerza... [pues] el campo blanco está ya
para la siega; y he aquí, [debemos] mete(r) (nuestra) hoz con [toda nuestra]
fuerza”3. Pero se espera que prediquemos la Palabra a quien esté
interesado en oírla, a quien la quiera recibir en su corazón con verdadera
intención. No estamos aquí para criticar, polemizar, cuestionar o disputar con
quienes, pensando distinto de nosotros, buscan provocarnos. Eso no sólo
significaría una pérdida de nuestro valioso tiempo y de nuestras energías, sino
también ceder a la astucia del adversario cuyo fin es “irrita(r) los corazones
de los hombres, para que contiendan unos contra otros con ira”4.
El presidente Gordon B. Hinckley nos ha advertido:
“Sin contención, sin discusiones, sin ofensas, sigamos un
curso invariable, moviéndonos siempre hacia adelante, para construir el reino de
Dios.
“Si hay dificultades, enfrentémoslas con calma. Allanemos el
mal con el bien. Esta es la obra de Dios.
“Ella continuará reforzándose sobre toda la tierra,
afectando positivamente la vida de miles de personas, cuyo corazón responderá
al mensaje de verdad. Ningún poder bajo el cielo podrá detenerlo.”5
Cuando somos ofendidos por causa de nuestras creencias
debemos recordar las palabras de Cristo:
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios. “Bienaventurados los que padecen persecución por causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan, y digan toda clase de a mal contra vosotros, mintiendo.
“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los
cielos; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”6
Es evidente que, para sobrellevar las persecuciones, los
vituperios y las calumnias es necesario ser, antes que nada, un pacificador. El
Señor también nos advierte sobre el peligro de seguir un curso de acción
distinto al de Sus enseñanzas, puesto que si “perdiésemos nuestro sabor” (entre
otras virtudes, nuestra calidad de pacificadores), ¿con qué será salada
(ministrada) la tierra?7 De manera que nuestra respuesta, nuestra
actitud frente a la intolerancia debe ser profundamente cristiana. “En esto
conocerán todos que sois mis discípulos”, sentenció el Maestro, “si tenéis amor
los unos por los otros”8.
Sabido es que “la blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor”9. Antes que el enojo o la contención debemos, más bien, “ora(r) por los que (n)os ultrajan y (n)os persiguen”10 y estar preparados para enseñar el Evangelio en su pureza cuando nos sea requerido.
El presidente Boyd K. Packer se refirió a la oposición que
enfrentamos como miembros de la Iglesia como algo que deberemos experimentar
inevitablemente durante los últimos días de esta dispensación:
“No ha habido fin a la oposición; ha habido malas
interpretaciones y tergiversaciones tanto de nosotros como de nuestra historia,
algunas de ellas mal intencionadas y ciertamente contrarias a las enseñanzas de
Jesucristo y Su Evangelio. A veces los clérigos, incluso las organizaciones
religiosas, se ponen en contra de nosotros; hacen lo que nosotros nunca
haríamos; nosotros no atacamos, ni criticamos ni nos oponemos a los demás, como
lo hacen con nosotros.”11
Así que tengamos siempre presente que “lo que no edifica no
es de Dios, y es tinieblas”12.
1) Marvin J. Áshton, “No tenemos tiempo para la contención”,
Liahona agosto 1978, pg. 8
2) Ibid, pág. 9
3) Doctrina y Convenios 4:2,4
4) 3 Nefi 11:29
5) Gordon B. Hinckley, “No contiendas con los demás pero
sigue un curso fijo”, Conferencia general de abril de 1970
6) Mateo 5:9-12
7) Véase Mateo 5:13
8) Juan 13:35
9) Proverbios 15:1
10) Mateo 5:44
11) Boyd K. Packer, “Una defensa y un refugio”, Liahona
noviembre de 2006, pág. 87
12) Doctrina y Convenios 50:23
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