LA APATÍA

Es característica del apático la impasibilidad del ánimo, la dejadez y una falta de vigor que lo lleva a la indiferencia frente a los desafíos de la vida.

Quien sufre de apatía se sumerge en la indolencia. Trata de que su vida transcurra sin sobresaltos y sólo se siente seguro en su zona de confort, donde domina la escena y donde "cree" tener sus necesidades básicas ampliamente satisfechas. Su conducta refleja falta de emoción, de motivación y entusiasmo por lo que le rodea o las personas con quienes interactúa.
La apatía es como una enfermedad crónica del alma. Puede ser muy contagiosa, sobretodo si uno no la previene.
Siendo así las cosas, resulta conveniente evitarla, puesto que estanca el progreso personal y baña con un tinte de conformismo inconducente la vida de quien la padece.
Todo lo contrario acontece cuando una persona presenta en su carácter ese dinamismo y pasión del que se siente protagonista de su vida; de aquél que se exige al máximo para alcanzar nuevos horizontes de conocimiento, dominio y acción. Aquél que tiene sueños y brega por hacerlos realidad. Aquél que se interna en lo desconocido, con prudencia y cautela, pero sabiendo que la conquista pertenece a quienes poseen voluntad para avanzar, tesón para persistir y confianza en su capacidad de cambiar las cosas.
A nadie escapa que vivimos tiempos difíciles. Son muchos los desafíos y grandes los obstáculos que pueden erguirse ante nuestro paso, amenazando nuestra paz y nuestra felicidad.
Al analizar el estado de nuestra sociedad es posible percibir una suerte de exaltación de la mediocridad, cuando en interés de un igualitarismo feroz se desacredita el esfuerzo individual y se estigmatiza al que sobresale. Se trata de una igualdad mal entendida, la cual no deja de ser contraproducente porque, en aras de su consecución, termina "igualando hacia abajo".
Ese "igualar hacia abajo" destruye la iniciativa individual, la motivación de luchar para mejorar y termina etiquetando al esfuerzo personal como una manifestación de egoísmo.
El resultado es la diseminación de la apatía entre quienes terminan sintiéndose felices por ser tan solamente uno más en la manada, arrojados al deambular desabrido de la rutina.
Nadie escapa a esta epidemia a no ser que decida volverse industrioso, autosuficiente, ávido de conocimientos, sensible a las cosas bellas de la vida; dado a ampliar su esfera de acción, a alargar su paso para desarrollar su potencial interior. El alma necesita ser nutrida de amor, de la sensibilidad que promueven las diversas manifestaciones culturales de las artes de todos los tiempos. La mente debe alimentarse de los grandes pensadores, de buenos libros y profundas meditaciones.
No somos máquinas ni objetos. Nuestra vida no se reduce a la simpleza de la vida animal. Debemos llenarla de experiencias edificantes. Debemos vivir para alcanzar la excelencia.
Todo esto se logra si salimos de nuestra zona de confort. Nuestro "pan" hemos de alcanzarlo con "el sudor de nuestro rostro"; no con la mano abierta extendida hacia adelante.
Cuidémonos de la apatía. Evitémosla como a la peste.
"El hombre sabio es fuerte, y el hombre de conocimiento aumenta su poder...
Pasé junto al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento;
y he aquí que por todas partes habían ya crecido espinos; ortigas habían ya cubierto su faz y su cerca de piedra estaba ya destruida.
Y yo miré y lo puse en mi corazón; lo vi y aprendí una lección:
Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano para dormir otro poco, así vendrá como caminante tu pobreza, y tu necesidad como hombre armado."1
(1) Proverbios 24:5, 30-34

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