MATERIALISMO

El materialismo se define como una "concepción del mundo según la cual no hay otra realidad que lo material, mientras que el pensamiento y sus modos de expresión no son sino manifestaciones de la materia y de su evolución en el tiempo"1.

El materialismo se ha impuesto en nuestros días como la más popular de las doctrinas que responden a una pregunta sencilla: ¿qué es la vida?

Si bien es posible encontrar en la historia de la humanidad muchas otras formas de concebir la esencia de la vida, lo cierto es que la ciencia y los avances tecnológicos han derribado tantos mitos y relatos falaces acerca de la naturaleza de las cosas y del universo en que existimos, que toda otra concepción pierde credibilidad frente a la imposibilidad de comprobar "científicamente" sus aciertos.

En otras palabras, sólo vale lo que puede ser verificado a través de la ciencia y su método de alcanzar el conocimiento de las verdades de este mundo.

El materialismo y la ciencia van de la mano pues esta última consiste en el "conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente."2

Por tanto, dado que la observación se realiza por medio de los sentidos físicos como así también la experimentación que corrobora las teorías, la ciencia tiene por objeto de estudio el mundo material. En ese sentido, recurrir a la ciencia como método único de adquirir conocimientos no hace otra cosa que validar la exclusividad de lo material como explicación de todas las cosas.

Desde luego que, desde este punto de vista, toda aproximación a lo desconocido queda circunscrita también a lo material como "teoría" hasta tanto no se corrobore su validez científica.

Sin embargo, la humanidad difícilmente separa las teorías del conocimiento probado; más bien tiende a confundir los conceptos, y se muestra propensa a aceptar, muchas veces, la teoría como hecho comprobado, dando lugar a "creencias" que resultan afines con el materialismo.

La concepción materialista de la vida resulta, sin embargo, mezquina. Postular que todo es resultado de la interacción de los distintos elementos que conforman el mundo material; afirmar que "el pensamiento y sus modos de expresión no son sino manifestaciones de la materia y de su evolución en el tiempo"; que los sentimientos, las emociones y la voluntad no son más que el resultado de reacciones químicas, es "cosificar" al ser humano y a toda otra forma de vida animal o vegetal que conocemos.

¿Acaso el ejercicio del albedrío está determinado por reacciones químicas? Si así fuera, nadie podría ser responsabilizado por sus actos; no existirían el bien ni el mal, ni tendrían sentido el amor, la solidaridad, la alegría ni el gozo. El odio, el egoísmo, la tristeza y el dolor tampoco. No existiría la libertad y la vida, tal cual la conocemos, no tendría sentido.

Aunque no conocemos todas las leyes del mundo material, deberíamos admitir que, por causa de esas mismas leyes, todo estaría predeterminado de una manera inalterable. Sólo nuestra ignorancia generaría la incertidumbre que nos envuelve frente al futuro.

Pero, si la vida fuera más que el sustrato material que la envuelve, tendría otra dimensión adicional que evidentemente no podría ser objeto de estudio a través del método científico, pues éste requiere necesariamente que su objeto de estudio sea material.

Si el hombre fuera de naturaleza dual, es decir, que junto con un cuerpo físico, poseyese una dimensión no material (espíritu), mal podría exigirse que la existencia de tal dimensión espiritual se demostrase científicamente.

Las consecuencias de abrir la mente a esta otra concepción de la vida son abrumadoras.

En primer lugar, implicarían que así como el cuerpo tiene medios materiales de percibir el mundo que le rodea a través de los sentidos físicos, el ser humano debiera estar capacitado también para percibir lo espiritual.

Esa percepción espiritual no es un fenómeno extraño al nuestro diario vivir. La empleamos, aunque algunos de nosotros no seamos del todo conscientes de ello.

Por ejemplo, ¿cómo aprende un bebé que su madre le ama? ¿Qué es la intuición? ¿Por qué nos duele la injusticia? ¿De dónde nace la solidaridad? ¿Qué lleva al hombre a confiar, a tener fe, a buscar el bien? ¿Qué lleva a tantas personas a tener certezas acerca de la existencia y carácter de Dios?

Los materialistas tienen sus argumentaciones. Otros se preguntan cómo es posible que el ser humano se pueda elevar por encima de su materialidad y desarrolle sus sentidos espirituales de percepción. A su vez, los creyentes sabemos de nuestras certezas con la misma convicción que nuestros detractores las niegan.

Pero el método experimental no pierde validez cuando se trata de lo espiritual. Sólo cambia la naturaleza del objeto de experimentación y la naturaleza de los sentidos de percepción.

El desafío es claro:

"Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.

El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo."3

Naturalmente, esa experimentación es de naturaleza personal e intransferible. Pero es real.

La promesa ha persistido a través de los tiempos:

"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá."4

 

(1) Diccionario de la Real Academia Española

(2) Ídem

(3) Juan 7:16-17

(4) Lucas 11:9-10

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