LA PERSEVERANCIA LLEVA AL TRIUNFO

 Se cuenta de un atleta que, ostentando excelentes condiciones físicas, se propuso cruzar a nado el Canal de La Mancha el cual, con su angosta lengua de agua, separa a Gran Bretaña del continente europeo.

 

La tarea no iba a ser fácil pues tendría que nadar unos 34 kilómetros llevándole tal vez unas once horas de esfuerzo físico considerable. El primer nadador en cruzar el Canal (en 1875) fue Matthew Webb y, desde entonces, más de 7.000 personas lo han intentado; aunque solamente alrededor de 1000 coronaron con el éxito sus esfuerzos. Aun así, el atleta de nuestro relato estaba confiado en sí mismo. Disponía de un gran equipo de apoyo, con entrenadores, médicos y especialistas que le acompañarían durante su travesía, alentándolo junto con un grupo de amigos, desde el barco escolta.

 

Inició la travesía con un gran entusiasmo. Los medios de prensa cubrieron su partida y a bordo del buque iban unos cuantos periodistas tomando notas de las alternativas de su aventura. Todo hacía presagiar un excepcional triunfo. Las horas fueron pasando; el tedio vencía a algunos de sus amigos del equipo, pero él seguía nadando.

 

La tarde fue cayendo y lentamente las sombras de oscuridad fueron invadiendo el horizonte hasta que llegó un momento en que el nadador sólo veía la tenue silueta del barco escolta. Sus luces que se le insinuaban como un refugio seguro contra el embravecido mar, las voces intermitentes de quienes le seguían desde la nave, el cansancio y el dolor muscular, el frío del agua y la soledad que sentía sumaban sus fuerzas y, como un coro fantasmal, le invitaban con insistencia a ceder en su intento.

 

A medida que el vacío de la noche iba cayendo, el desánimo iba minando poco a poco su voluntad de continuar, hasta que llegó un segundo fatal en el cual creyó sentir que había llegado al límite de su resistencia. Hizo señas para que le levantaran hasta la cubierta del barco. Sus amigos insistían en que continuara, pero se sentía al borde del abismo y su mente no lograba entender lo que le gritaban. Vencido, no pudo seguir más.

 

Yaciendo casi inmóvil sobre la cubierta, abrumado por la impotencia, oyó que sus amigos comentaban: “¡Qué lástima! Sólo le faltaban unos trescientos metros para llegar a la meta. ¡Si tan sólo hubiera perseverado un poco más!”

 

En la vida enfrentamos muchos desafíos. Nuestra propia vida es, en sí misma, un desafío que ofrece la oportunidad de alcanzar la exaltación o quedar relegados a una gloria menor. Algunos de los desafíos a los que nos toca hacer frente son estimulantes en tanto que otros representan pruebas; pruebas pequeñas o grandes; pruebas que nos sentimos capaces de sobrepujar y pruebas que desearíamos no tener que enfrentar.

 

Por otro lado, el deseo de progresar nos impulsa a fijarnos metas. En ese proceso, a medida que vamos alcanzando unas dibujamos otras nuevas en el horizonte que nos van empujando a mejorar, y superar así nuestras debilidades y flaquezas. Somos conscientes que para todo lo que vale la pena existe un precio que pagar, un esfuerzo que invertir, un sueño que perseguir.

 

En todos los casos, sea que estemos enfrentado la adversidad, trabajando en pos de un logro o escalando las montañas de nuestro porvenir, existe un ingrediente esencial para alcanzar el éxito; un ingrediente que constituye una virtud cristiana y un valor esencial para saber vivir: la perseverancia.

 

El diccionario define la perseverancia como la cualidad de “mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión”1. En términos espirituales, perseverar es “permanecer firme en el compromiso de ser fiel a los mandamientos de Dios a pesar de la tentación, la oposición o la adversidad”2.

 

La importancia de ser perseverante ante Dios se manifiesta en el hecho de que al menos 30 veces se registra en las Escrituras que sólo el que persevera hasta el fin es merecedor de la salvación3. ¡Ciertamente el camino hacia la exaltación exige perseverancia!

 

Las Escrituras testifican también que la perseverancia en ser un fiel Santo de los Últimos Días hará que “las puertas del infierno no preva(lezcan) contra [nosotros]”4 y nos facultará a vencer al mundo5.

 

A quien persevere en Dios le es prometido “más luz, y esa luz se ha(rá) más y más resplandeciente hasta el día perfecto”6, dando a entender que a través de nuestro empeño en mantenernos firmes en el Evangelio acrecentaremos nuestra sabiduría para vivir plenamente y bajo la guía perfecta del Espíritu Santo.

 

La perseverancia en vivir los mandamientos nos provee del poder para hacernos fuertes ante las adversidades y las tentaciones. Así como con José Smith, las palabras del Señor también se dirigen a nosotros: “persevera en tu camino (el Evangelio), y el sacerdocio quedará contigo; porque los límites de [tus enemigos] están señalados, y no los pueden traspasar.”7

 

Respecto de esta fortaleza de carácter que hace de la persistencia en seguir a Cristo su fundamento, el apóstol Santiago señaló que uno de sus frutos es la prosperidad en todo lo que se hace.

 

“Pero el que mira atentamente en la a perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”8

 

La vida de José, quien fuera vendido a Egipto por sus hermanos, es un ejemplo del resultado de la perseverancia en ser un varón justo a pesar de las pruebas y tentaciones. Traicionado por su propia sangre y bajo la servidumbre de la esclavitud, mantuvo su dignidad firme y no se quejó de su infortunio ni culpó a Dios de su desgracia; y “Jehová estaba con él y ... todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano”9.

 

Como seres mortales nacemos en la debilidad10 y, consecuentemente, necesitamos superar las vallas de nuestras limitaciones naturales. Salvo algunas destrezas básicas que nos son innatas, es necesario que adquiramos o desarrollemos, mediante el aprendizaje, aquellos dones y capacidades que harán de nosotros individuos autosuficientes, útiles a la sociedad y, básicamente, personas felices. La perseverancia es una herramienta esencial en nuestro esfuerzo por esculpir nuestra personalidad al punto de que refleje el potencial que Dios colocó en nuestra alma.

 

El Presidente Heber J. Grant dio, a lo largo de su vida, múltiples ejemplos de perseverancia.

 

“De niño, deseaba llegar a ser tenedor de libros cuando se enteró de que esa profesión pagaba más que el trabajo de lustrar zapatos. En aquellos días, se necesitaba tener muy buena caligrafía para ser tenedor de libros; él escribía tan mal que dos de sus amigos le dijeron que su letra parecía pisadas de gallinas. De nuevo no se desanimó, sino que dedicó muchas horas a la práctica de la caligrafía. Se llegó a destacar por la hermosa letra que tenía; con el tiempo llegó a enseñar caligrafía en la universidad y a menudo le pedían que escribiera documentos importantes. Fue un ejemplo para muchas personas que vieron su determinación de hacer todo lo que estuviera a su alcance por servir al Señor y a sus semejantes.”11

 

En otra ocasión escribió:

 

“Desde cuando era un niño de nueve años, intenté cantar. Lo intenté una y otra vez sin ningún éxito evidente. Cuando tenía unos cuarenta y tres años de edad, tuve un secretario particular que tenía una hermosa voz de barítono. Le dije que daría cualquier cosa en el mundo si tan sólo pudiese cantar una melodía bien, ajustándome al tono. Él rio y me dijo: ‘Cualquier persona que tenga voz y perseverancia puede cantar’. De inmediato le nombré mi maestro de canto. “Mis lecciones de canto comenzaron aquella noche. Al cabo de dos horas de práctica, todavía no me era posible cantar ni una línea de la canción que había estado practicando. Tras haber practicado esa canción más de cinco mil veces, intenté cantarla en público y lo hice de un modo espantoso. La practiqué durante otros seis meses. Ahora aprendo una canción en unas pocas horas.”12

 

Vivimos tiempos difíciles, tiempos en los que las oportunidades de soltarnos de la “barra de hierro” se nos presentan con una frecuencia abrumadora. Baste mirar a nuestro alrededor para ver cómo muchos de nuestros hermanos han caído en las garras del abandono y sus testimonios se han enfriado. Algunos tan sólo padecen de un leve “resfrío”. Otros están muy cerca de tener una pulmonía. Si deseamos vacunarnos contra la apatía espiritual y evitar el debilitamiento de nuestra alma; si estamos dispuestos a remangarnos y trabajar para ayudar a rescatar a quienes enfermaron del espíritu; si deseamos seguir cantando “la canción del amor que redime”13; en otras palabras, si deseamos seguir “activos” la Iglesia y ganar las bendiciones de la fidelidad, debemos perseverar.

 

 

Debemos tomar la firme determinación de que nada nos hará tropezar; que cada domingo nos encontrará en nuestra capilla participando de las reuniones, tomando dignamente la Santa Cena y disfrutando de la hermandad de la Iglesia; que nuestra conducta será íntegramente cristiana a pesar de las circunstancias que nos rodeen; que no permitiremos que nos contamine la polución espiritual que nos rodea; que seremos Santos de los Últimos Días no sólo en los lugares de adoración, sino en nuestros hogares, centros de estudio, lugares de trabajo, en la calle y en la soledad de nuestros aposentos privados; que nada ni nadie —ni aún los errores que nosotros o algunos de nuestros hermanos pudiéramos cometer— nos harán desviar de nuestra determinación de perseverar hasta el fin y recibir el galardón de los vencedores; o sea, la vida eterna.

 

1) Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)

2) Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 165

3) 1 Nefi 13:37, 22:31; 2 Nefi 9:24, 31:15-16,20; 33:4; Omni 1:26; Mosíah 4:6-7; Mosíah 4:30; Alma 32:13; 3 Nefi 15:9, 27:6,16-17; Mormón 9:29; Doctrina y Convenios 14:7, 18:22, 20:25, 29, 50:5, 53:7, 63:20, 66:12, 121:29; Mateo 10:22, 24:13; Marcos 13:13; Romanos 2:7; 1 Corintios 15:1-2; 2 Timoteo 2:11-12; 2 Juan 1:9

4) Véase Doctrina y Convenios 10:69; 33:13

5) Véase Doctrina y Convenios 63:47

6) Doctrina y Convenios 50:24

7) Doctrina y Convenios 122:9 (paréntesis agregado) 8) Santiago 1:25 (cursiva agregada)

9) Génesis 39:3

10) Véase Eter 12:27

11) Doctrina y Convenios e Historia de la Iglesia: Guía de estudio para el alumno, (2000), pág. 191

12) “Heber J. Grant Says: ‘Persist in Doing’”, Northwestern Commerce, octubre de 1939, pág. 4

13) Alma 5:26

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