LO QUE CUESTA SEGUIR AL SEÑOR

Cuentan los Evangelios que a poco de terminar de instruir a la multitud que le seguía, mediante las parábolas que tanto caracterizaron Su ministerio, un escriba se acercó a Jesús y pronunció una declaración notable: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas1.

Las palabras del escriba denotaban un sentimiento encomiable y el profundo impacto que debían haber causado en su alma las enseñanzas de Jesús. Sin duda, siendo un escriba, aquel sujeto pertenecía a la clase noble de la sociedad judía y era conceptuado como una persona altamente preparada en materia religiosa. Aunque los de su clase se distinguían por un concepto demasiado elevado de sí mismos, las manifestaciones de admiración y sumisión que derivaban de su deseo de seguir al Maestro adondequiera que fuese, eran indicio de una incipiente humildad que brotaba de su corazón. El sólo hecho de llamar “Maestro” al Señor reflejaba el reconocimiento a la sabiduría extraordinaria que emanaba de las enseñanzas del Salvador.

Jesús conocía el corazón y la mente de ese hombre. Sabía de antemano hasta q punto estaba aquel escriba en condiciones de llevar a la práctica su deseo. Con el cuidado de no ofenderle ni apagar la llama de espiritualidad que nacía en su interior, le hizo notar el precio que tendría que pagar por seguirle.

Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.2

Las Escrituras no detallan qué fue de aquel escriba. Si llegó a comprender el mensaje implícito en la observación del Maestro o no; si le siguió abandonando las ventajas de su posición o desistió de hacerlo, nada sabemos. Pero el episodio nos lleva a una profunda consideración: ¿cuánto cuesta realmente seguir al Señor?

El tema de seguir a Cristo volv a plantearse en otra ocasión. Luego de afirmar que quien no cargase su cruz y le siguiese no podía ser discípulo Suyo, Jesús preguntó:

“...¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, para ver si tiene lo que necesita para acabarla?

“No sea que después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,

“diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.3

Indudablemente la recompensa que deviene de ser un fiel discípulo del Señor sobrepasa todo lo imaginable. Se trata, ni más ni menos, de alcanzar la vida eterna. Pero ser merecedor de esa recompensa requiere de compromisos y sacrificios que deben ser asumidos a la hora de decidirse por Su camino.

Se cuenta de cierto pasajero que subió al avión que debía llevarle a un país lejano y se ubicó en los asientos de primera clase. No bien se acomodó en el lugar elegido, la azafata se le acercó solicitándole que se corriera a la clase turista, la cual obviamente ofrecía menos comodidades y tan sólo servicios mínimos. El viajante protestó diciendo que él había llegado primero y que ya había escogido su lugar. La azafata le respondió entonces que debía viajar en acuerdo con el valor del pasaje que había comprado.

—Ud. pagó por clase turista y no puede viajar en esta sección del avión —le indicó—. Tendrá que correrse a la otra sección si desea viajar en este avión.

Siempre debemos pagar un precio acorde con el valor de lo que deseamos obtener.

Pedro y su hermano Andrés se encontraban echando sus redes en el mar cuando Jesús los encaró y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”. Otro tanto acontec con Jacobo y Juan, su hermano, quienes remendaban sus redes junto a su padre Zebedeo. Al oír la invitación de Jesús, “dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron4.


Tiempo después Pedro pudo testificar al Señor diciendo: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido5.

Aquellos humildes pescadores pertenecían a “lo débil del mundo”6 cuand Cristo los llamó a seguirle. Al aceptar Su mandato se convirtieron en “la sal de la tierra7. Para ello tuvieron que abandonarlo todo.

¿Qué pensamientos debieron fluir por sus mentes mientras seguían a aquel extraño que había impactado sus corazones de tal forma que no pudieron negarse a aceptar Su invitación? ¿Qué acontecería luego con sus vidas, sus amistades, su negocio y su seguridad futura? ¿Qué les esperaría al día siguiente? ¿Cómo proveerían para su sustento de ahí en más? ¿Qué dirían de ellos sus conocidos y sus familiares? Desconocemos los razonamientos que debieron haber colmado sus mentes aquel día y los sucesivos, pero sí sabemos que tuvieron la disposición de abandonarlo todo por Jesucristo. Los hechos posteriores confirmaron la firmeza con la que se aferraron a su decisión de seguirle.

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.

Y ahora, para que el hombre tome su cruz, debe abstenerse de toda impiedad, y de todo deseo mundano y guardar mis mandamientos.

“No quebrantéis mis mandamientos a fin de salvar vuestras vidas; porque todo el que quiera salvar su vida en este mundo, la perderá en el mundo venidero.

Y todo el que pierda su vida en este mundo, por causa de mí, la hallará en el mundo venidero.

“Por tanto, renunciad al mundo, y salvad vuestras almas; porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? O, ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?

En estas palabras del Maestro está la clave para entender el costo de seguir a Cristo. Aquello de “estar en el mundo, pero no ser de él” cobra vida a la luz de esta declaración: “Renunciad al mundo, y salvad vuestras almas”.

¿Qué significa renunciar al mundo? Amén de “abstenerse de toda impiedad”, cada uno de nosotros tendrá su propio precio que pagar. Para el joven rico significaba que vendiera todo lo que tenía y lo diera a los pobres9. Para Jonás significó enfrentar a la gran ciudad de Nínive y clamar contra ella10. Para Moisés, abandonar las comodidades del palacio del faraón y huir al desierto, desde donde volvería para salvar a su pueblo11. Para José, el que fue vendido a Egipto, mantenerse fiel a la voluntad del Señor rechazando la lujuria que le ofrecía la esposa de Potifar y terminando en la cárcel por mantener su castidad intacta12.

El hermano Gómez13 era un hombre fiel. Vivía de su oficio de panadero, el cual apenas aseguraba el sustento de su familia. Deseaba fervientemente ir al templo con su esposa y sus hijos para sellarse a ellos y lograr una familia eterna, pero sus ahorros apenas alcanzaban para el viaje de ida. En aquellos años, el templo más cercano a su ciudad quedaba lejos de su país, a más de 1500 kms. de distancia. Sabía que su familia debía sellarse en la Casa del Señor. Así que compró los pasajes de ida y, junto con los suyos, emprendió el viaje al templo.

Después de más de 36 horas de viaje llegaron a su destino. Ese mismo día llevó a su familia ante el Señor y solemnemente fueron sellados por tiempo y eternidad. Luego de la ceremonia, dejando a los suyos en el hostal, salió a buscar algún trabajo temporario que le permitiese ganar el dinero necesario para pagar los pasajes de regreso. Por su experiencia como panadero, no tardó en encontrar lo que buscaba y mientras su familia y el resto de los compañeros de viaje disfrutaban del templo, él paso aquellos días trabajando para costear la vuelta a casa.

La familia González14 también añoraba realizar el mismo viaje. Durante meses buscaron la forma de costear el viaje hasta que llegaron a la conclusión que debían vender el viejo vehículo que el hermano usaba para trabajar. Ello significaría un gran sacrificio pues el vehículo era imprescindible para mantener la productividad del trabajo que mantenía a la familia. Pero más imprescindible resultaba sellarse juntos en el templo.

Se hicieron los arreglos y el vehículo fue vendido. El viaje transcurr sin contratiempos y la familia vio hecho realidad su sueño de estar unidos por las sagradas ordenanzas del templo. Ciertamente habían sacrificado lo que tenían por seguir al Señor.

A los pocos días de haber vuelto, el comprador del vehículo ofreció devolverlo y dejar que el hermano pagara la deuda contraída como pudiera. Se había enterado del propósito que los había movido a desprenderse de su herramienta de trabajo y sintió el deseo de ayudarlos.

Estas familias aprendieron que seguir a Cristo tiene su costo, pero comprobaron que la cosecha será siempre abundante y sobrepujará todo lo que se sacrificó.

Y respondiendo Jesús, dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos y heredades, en medio de persecuciones; y en el mundo venidero, la vida eterna.15

 

Debemos confiar en el Señor. Seguirle dejando atrás todo lastre que nos dificulte ir tras Su huella. Tal vez nos resulte arduo al principio. A algunos de nosotros no nos resultará fácil desgajarnos de este mundo. Inmersos como estamos en las tormentas que lo aquejan, encontraremos dificultades que parecerán rebasar nuestras fuerzas. Pero se puede y es realmente reconfortante. Jesucristo estará a nuestro lado para fortalecernos y nada malo nos ocurrirá. Nos basta Su gracia para que en nuestra debilidad seamos hechos fuertes16.

 

1) Mateo 8:19

2) Mateo 8:20

3) Lucas 14:28-30

4) Mateo 4:18-22

5) Marcos 10:28 (cursiva agregada)

6) 1 Corintios 1:27

7) Mateo 5:13

8) TJS Mateo 16:25–29

9) Véase Marcos 10:17-22

10) Véase Jonás 1:1-3

11) Véase Éxodo 2:5-15

12) Véase Génesis 39

13) Historia real con nombre cambiado

14) Ídem

15) Marcos 10:29-30 (cursiva agregada)

16) Véase Éter 12:27

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