LA IGNORANCIA

No existe peor ignorancia que la del que encubre su propia ignorancia en la soberbia de creer que ya no necesita adquirir nuevos conocimientos; porque cree saber lo suficiente como para no necesitar saber más. Sin dudas, no existe peor sordo que el que no quiere oír.

Existe otra forma de ignorancia aún más dañina que es la de aquél que, no satisfecho con su soberbia, rehúye siquiera cuestionar lo que cree al tiempo que persigue a quienes osan pensar de una manera diferente. Éste potencia su ignorancia en la más cruel intolerancia.

Por otro lado, quien acepta sus limitaciones, y abre su mente y corazón a la posibilidad de adquirir más conocimiento, no sólo aprende a convivir en un mundo conflictivo, sino que también experimenta el gozo de progresar.

En uno de los mejores libros escritos en el siglo pasado, el protagonista -llamado Juan Salvador Gaviota- cansado de vivir de los desperdicios del puerto que servían de fuente de alimentación a su bandada, siente el fuerte deseo de abandonar esa vida y alcanzar proezas inéditas para aves de su especie.

Durante mucho tiempo y dolorosos reveses, procura encontrar una nueva forma de volar que le permita lograr velocidades y alturas más allá de lo que sus congéneres son capaces de alcanzar desde tiempos inmemoriales.

Algo en su interior le permite avizorar que semejante hazaña es posible de ser llevada a cabo; que gracias a ella podrá conocer nuevos horizontes y descubrir grandes verdades ocultas.

Finalmente, Juan Salvador logra su cometido. Contento con la adquisición de sus nuevas habilidades vuelve con las gaviotas que seguían viviendo de los desperdicios del puerto con la idea de compartir con ellos su descubrimiento: volar en libertad hacia las dimensiones de una realidad que trasciende lo inmediato de la vida cotidiana.

Para su sorpresa, sólo un puñado de gaviotas accede a seguirle y salir del mundo alienante en el que malgastan sus vidas. El resto halla en Juan Salvador Gaviota un motivo de burla y escarnio. La ignorancia de aquellas aves, acostumbradas a una vida fácil y hueca, puede más que el ansia de progreso que movía a Juan Salvador Gaviota y sus seguidores.

Infortunadamente, nuestra sociedad se parece cada vez más a aquellas desventuradas gaviotas que rechazan abrir sus mentes a toda posibilidad de expandir su visión de la vida más allá de la inmediatez de lo material.

La dimensión espiritual de la vida no existe para ciertos estratos influyentes de la sociedad que limitan su capacidad de comprensión a lo que creen percibir a través de su contacto con la materialidad que les rodea, arrastrando tras de sí muchedumbres que les siguen como los nuevos profetas de la profanidad.

Afirman que el método científico es incompatible con el conocimiento de Dios, olvidando que es la naturaleza del objeto de estudio la que determina las herramientas con que se lo estudia.

El conocimiento de Dios es, por la naturaleza misma de Dios, un conocimiento personal e intransferible, pasible de ser experimentado por el observador en tanto utilice las "herramientas" apropiadas para su búsqueda. Evidentemente no son las mismas que las que le permiten investigar el mundo físico que le rodea.

Jesús desafió a sus oyentes diciendo: “El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo."1

"...y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."2

Que la ignorancia no nos haga menospreciar Su consejo, dejando de lado la llave que abre la puerta a tesoros escondidos que nos revelan la verdadera esencia de nuestra existencia.

Cada uno de nosotros puede ser un Juan Salvador Gaviota.

 

(1) Juan 7:17

(2) Juan 8:32

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