NUESTRO PROPIO GETSEMANÍ

Leemos en el libro de Abraham que a éste les fueron mostradas por el Señor “las inteligencias que fueron organizadas antes que existiera el mundo”1 y que oyó a “uno que era semejante a Dios, [quien] dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar; y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare2.

Estos versículos son comúnmente citados para explicar el propósito de la vida terrenal y nuestra relación personal con Dios. Aquellos espíritus que siguieron al Salvador en el Concilio de los Cielos ganaron el derecho a este estado mortal y aceptaron el Plan de Salvación, el cual establecía que deberíamos obedecer a Dios en todas las cosas, no importa cuáles fueran las condiciones que nos tocaran vivir y de acuerdo con el grado de nuestro conocimiento personal de Su voluntad.

Los términos del Plan de Salvación fueron claros. En ellos se establecía la necesidad y provisión de un Salvador, se nos otorgaba el albedrío moral y se definían claramente las leyes y condiciones sobre las cuales podríamos convertirnos en nuestros propios agentes3. Una parte esencial del plan estaría conformada por “una oposición en todas las cosas”4. De otro modo, ¿cómo podríamos ser probados?

Las pruebas no son precisamente una parte disfrutable de nuestra estancia terrenal. Nuestro primer impulso es, naturalmente, desear que no las tuviésemos que pasar; que nuestra existencia transcurriese sobre carriles fáciles, con alguno que otro pequeño problema cada tanto que no nos quitase el sueño ni alterase la paz de nuestro gozo. Así podríamos decir felices: “Todo va bien [conmigo]; sí, [estoy] prospera(ndo), todo va bien”5.

Al respecto el presidente Lorenzo Snow nos ha advertido:

“Ni ustedes ni yo podemos ser perfeccionados excepto por medio de la aflicción; Jesús tampoco pudo [véase Hebreos 2:10]. En Su oración y agonía en el Jardín de Getsemaní, Él ejemplificó de antemano el proceso de purificación necesario en la vida de aquellas personas cuya aspiración las impulsa a procurar la gloria de un reino celestial. Nadie debe tratar de escapar recurriendo a concesión alguna en su proceder.”6

“No hay ninguna otra forma en la cual los santos puedan lograr una mejora espiritual y estar preparados para una herencia en el reino celestial que a través de las tribulaciones. Es el proceso mediante el cual aumenta el conocimiento y la paz finalmente se establecerá universalmente. Se [ha] dicho que si todo nuestro entorno fuera pacífico y próspero nos volveríamos indiferentes. Sería una condición que llegaría a ser todo lo que desearían muchos; y no se esforzarían por procurar las cosas de la eternidad.”7

“Considérenlo de manera individual o colectiva; hemos sufrido y tendremos que sufrir nuevamente, y, ¿por qué? Porque el Señor nos lo requiere para nuestra santificación.”8

Las pruebas que debamos enfrentar podrán ser de la más variada naturaleza. Todas requerirán de nuestra fe, puesto que si fueran tan fáciles de sobrellevar que bastase dejar transcurrir el tiempo para que se solucionaran por sí mismas, entonces no serían pruebas.

Tengamos presente que, si Jesucristo es “el Camino”9 y, como lo establece el presidente Snow, “en Su oración y agonía en el Jardín de Getsemaní, Él ejemplificó de antemano el proceso de purificación necesario”, entonces podemos concluir que todos quienes aspiremos a seguirle a la vida eterna deberemos pasar por nuestro propio Getsemani en algún momento de nuestra existencia, aquí o después de atravesar el velo.

Este conocimiento debe impulsarnos a prepararnos, para que cuando lleguen esas pruebas tan singulares, podamos contar con la fortaleza necesaria para resistir, para que “retengamos la fe que profesamos”10. Pablo nos da la clave para traspasar el umbral del dolor y vencer:

“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue a tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.”11

Las Escrituras nos muestran ejemplos de hombres que soportaron la carga de sus propios Getsemaníes y vencieron.

 

El Getsemaní de Abraham

“Habiéndose apartado mis padres de su rectitud y de los santos mandamientos que el Señor su Dios les había dado, y habiéndose entregado a la adoración de los ídolos de los paganos, se negaron por completo a escuchar mi voz;

“porque sus corazones estaban resueltos a hacer lo malo, y se habían entregado completamente al dios de Elkénah, y al dios de Líbnah, al dios de Mahmáckrah, al dios de Korash y al dios de Faraón, rey de Egipto;

“de modo que, tornaron sus corazones al sacrificio de los paganos, ofreciendo sus hijos a sus ídolos mudos, y no escucharon mi voz, sino que trataron de quitarme la vida por mano del sacerdote de Elkénah... matarme a mí también...”12

Sabemos que Abraham fue salvado de morir a manos del sacerdote idólatra pues el Señor escuchó su clamor enviando un ángel para liberarlo y destruir al sacerdote de Elkénah.

Muchos años después, habiendo recibido la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, habiendo procreado milagrosamente de Sara a Isaac, el hijo del convenio y portador de aquella grandiosa promesa, el Señor le mandó sacrificarlo.

“Y aconteció después de estas cosas, que Dios a puso a prueba a Abraham y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí.

“Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”13

¿Cómo debe haberse sentido Abraham al percibir que el Señor le pedía que hiciera lo mismo que su padre, es decir, sacrificara a su hijo? ¿Acaso, después de su propia experiencia, no sentiría repugnancia extrema por esa práctica? ¿Cómo era que Dios le estaba pidiendo que cometiera semejante acto? Si Isaac era sacrificado, ¿cómo se cumplirían las promesas respecto a su descendencia y al convenio que Dios había concertado con él?

Aquello era tan contradictorio con lo que él esperaba de Dios. No comprendía el significado de lo que se le pedía, pero amaba a Dios y sabía que debía obedecer. Aquello fue su Getsemaní personal. La historia cuenta que finalmente venció la prueba, una vez más el sacrificio fue detenido a tiempo y lo que hizo le fue contado por justicia delante de Dios.

 

El Getsemaní de Moisés

Imaginemos a Moisés viendo aproximarse al ejército del Faraón en tanto que el mar Rojo se desplegaba ante su vista como una barrera impenetrable. El pueblo, que luego de tantos milagros había confiado en él y le había seguido al desierto, comenzaba a murmurar amargamente diciendo:

“¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto?

“¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos a servir a los egipcios? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir nosotros en el desierto.”14

La situación era desesperante. Los acontecimientos presagiaban la destrucción del pueblo a manos del faraón enfurecido. Todo apuntaba al fracaso. ¿Cómo era posible que la liberación prometida pareciera haberse convertido en una muerte inminente? La fe de Moisés fue puesta a prueba y debió pasar por su Getsemaní personal hasta que “Jehová [le] dijo...: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu vara y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo; y pasen los hijos de Israel por en medio del mar, sobre tierra seca.”15

 

Otros Getsemaníes

Y qué decir de José que fue vendido por sus hermanos a Egipto y por haber guardado su castidad fue acusado falsamente y encarcelado; de Sadrac, Mesac y Abed-nego cuando fueron echados al horno ardiente; de Daniel cuando fue echado al foso de los leones por adorar a Dios; de Job, un hombre justo y perfecto según las Escrituras, cuyas propiedades e hijos fueron destruidos, herido con una sarna maligna desde la planta de su pie hasta la coronilla de su cabeza; de los fieles nefitas que esperaban la señal del advenimiento del Salvador bajo la amenaza de ser ejecutados si la profecía no se cumplía en determinado plazo; de Pablo injustamente perseguido y golpeado, encerrado en mazmorras, despreciado y condenado a muerte por el testimonio de Jesús...

Qué decir de las innumerables huestes de discípulos de Cristo que han padecido el martirio; de José Smith quien sabiendo que, aunque “(s)us días [eran] conocidos y (s)us años no ser(ían) acortados”16 debió “sella(r) su misión y obras con su propia sangre”17; de los pioneros que “murieron antes de llegar” cuando las inclemencias del tiempo, el hambre y los sacrificios diezmaron sus caravanas que iban hacia el valle de Lago Salado...

 

No debemos desmayar

Al reflexionar sobre estos hechos cobra importancia trascendental nuestra obediencia a los mandamientos y la necesidad de tener un canal permanente de comunicación con Dios. Si el camino que debemos recorrer hasta regresar a nuestro hogar celestial debe pasar por un Getsemaní personal, bien haríamos en prestar atención al consejo del Señor:

“Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas.”18

Tengamos presente, además, la admonición del rey Benjamín:

“Creed en Dios; creed que él existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender.”19

La hermosa letra del himno No. 62 nos invita a perseverar en Cristo y recordar que con Su padecimiento pagó el precio de nuestra redención a condición de que tengamos la mira puesta únicamente en glorificar a Dios.

 

No desmayéis, oh santos del Señor,

mas en adversidad mostrad valor.

Brilla el sol tras nubes de pesar;

su luz hará las nubes disipar.

 

Antes del sol, la noche reinará,

mas la aurora pronto llegará.

¿No volverá la flor primaveral

después del raudo frío invernal?

 

Ánimo, pues, cobremos al andar;

en la pasión de Cristo meditad.

Sobre la cruz Su vida ofreció;

la voluntad de Dios glorificó.

 

 

1) Abraham 3:22

2) Ibid. 3:24-25 (cursiva agregada)

3) Véase Doctrina y Convenios 58:27-33

4) Véase 2 Nefi 2

5) Véase 2 Nefi 28:21

6) Deseret News: Semi-Weekly, 9 de febrero de 1886, pág. 1 (cursiva agregada)

7) Deseret News, 11 de abril de 1888, pág. 200; tomado de una paráfrasis detallada de un discurso que Lorenzo Snow pronunció en la conferencia general de abril de 1888

8) Deseret News, 28 de octubre de 1857, pág. 270 (cursiva agregada)

9) Juan 14:6

10) Hebreos 4:14

11) Ibid. 4:15-16 12) Abraham 1:5-8,12

13) Ibid. 22:1-2

14) Éxodo 14:11-12

15) Ibid. 14:15-16

16) Doctrina y Convenios 122:9

17) Ibid. 135:3

18) 2 Nefi 32:9 (cursiva agregada)

19) Mosíah 4:9

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