CÓNYUGES

El término cónyuge proviene del latin y tiene su raíz en la conjunción de la preposición <con> y el sustantivo <juguem> que significa "yugo"1.

Por ende, la etimología de la palabra evoca la idea de que los cónyuges están como uncidos al mismo yugo. Es muy significativa esta imagen.

En primer lugar, manifiesta la inherente unidad que debe sustentar todo matrimonio. La Biblia expone este principio de una manera elocuente y poética: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán una sola carne."2

Esta unidad no significa que los cónyuges deban ser idénticos. No implica que marido y mujer deban ser iguales en su manera de pensar, de actuar, de sentir o en cualquier otro aspecto de la vida. Es, más bien, que deben complementarse siendo, asimismo, uno en propósito, principios, aspiraciones, convicciones y percepción de las esencialidades de la vida.

Pablo advertía, siglos atrás, que no es conveniente " (unirse) en yugo desigual"3. Esto no lo declaraba con la intención de discriminar, sino por evitar que la unidad de los cónyuges se viera seriamente comprometida por la falta de armonía en aspectos críticos del matrimonio.

En segundo lugar, la imagen de los cónyuges uncidos a un mismo yugo nos pauta el concepto de que deben tirar juntos de las cargas que implica su relación, y disfrutar juntos de las bendiciones y gozos que la vida les depare.

Cada uno debe poner lo mejor de sí mismo, no retaceando energías en luchar por el bienestar integral del otro, anteponiendo los intereses del ser amado a los suyos propios.

El [Elder Jeffrey R. Holland ha señalado: " No puede haber ... matrimonio que valga la pena si no invertimos todo lo que tenemos, y de ese modo depositamos toda nuestra confianza en la persona que amamos. No se puede hallar el éxito en el amor si, por las dudas, nos mantenemos, aunque sea un poco aislados emocionalmente. La naturaleza misma de la relación hace necesario que uno se aferre al otro con todas sus fuerzas..."4

En tercer lugar, podemos ver claramente que la relación entre cónyuges debe ser un compañerismo basado en el respeto recíproco, no reconociendo supremacía alguna de parte de ninguno de los dos sobre el otro.

El Pte. Gordon B. Hinckley fue categórico cuando afirmó: “En el compañerismo del matrimonio no hay inferioridad ni superioridad; la mujer no camina delante del marido, ni el marido camina delante de la esposa; ambos caminan lado a lado, como un hijo y una hija de Dios en una jornada eterna”.5

Por último, el yugo sagrado que les unce requiere a cada uno poner al otro en el cenit de su vida. Aunque se ha amonestado al marido a "amar a su esposa con todo su corazón y allegarse a ella y a ninguna otra"6, el mandato es también reciproco: la esposa debe proceder en igual manera.

Tal como lo marcara el Pte. Spencer W. Kimball “las palabras ninguna otra eliminan a cualquier otra persona o cosa. De manera que el cónyuge llega a ocupar el primer lugar en la vida del esposo o de la esposa, y ni la vida social, ni la vida laboral, ni la vida política, ni ningún otro interés, persona o cosas deben recibir mayor preferencia que el compañero o compañera correspondiente”7

No existe experiencia más exaltante que vivir un matrimonio feliz y formar una unidad indisoluble que se expande para existir por siempre jamás.

 

(1) yugo: instrumento de madera al cual, formando yunta, se uncen por el cuello las mulas, o por la cabeza o el cuello, los bueyes, y en el que va sujeta la lanza o pértigo del carro, el timón del arado, etc. (Diccionario de la Real Academia Española)

(2) Génesis 2:24

(3) 2 Corintios 6:24

(4) Brigham Young University que 1999–2000 Speeches, págs. 158–162

(5) Informe de la Conferencia General abril 2002, citado por James E. Faust en “Todas son enviadas del cielo”, Liahona noviembre 2002, pág. 113

(6) Véase D. y C. 42:22–26

(7) El Milagro del Perdón, p. 256 

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