¿SER CRISTIANO?

Convengamos en que para la cristiandad existe un único Dios, al que profesa sentimientos de veneración y a cuya Voluntad se siente obligada a rendir obediencia. Ciertamente existen dentro de la cristiandad multitud de denominaciones que mantienen entre sí discrepancias doctrinarias y de autoridad, a pesar de tener un origen común en el ministerio y enseñanzas de Jesucristo. A pesar de la benevolencia y el amor que profesan a Dios y a la humanidad, esta dispersión de credos cristianos no ayuda a la valoración positiva de la religión cristiana, aun a pesar de los esfuerzos de los distintos credos por unir sus fuerzas en pos de la "evangelización" del mundo. Pero convengamos también que, más allá de las diferencias, existe un cúmulo de principios comunes a todos esos credos que teje la estructura de la cristiandad, y respecto del cual, no puede existir diversidad de interpretaciones. Entre otras cosas podrían citarse, por ejemplo, la sacralidad de la vida, el valor de la honestidad, el amor a Dios y al prójimo como valores supremos, el carácter todopoderoso de la Divinidad, y la necesidad de ceñir nuestras vidas a Su voluntad, sea cual sea la interpretación que se dé a Sus palabras. En definitiva, la relación personal de cada ser humano con su Creador está en la esencia misma de la cristiandad. Sin embargo, es lamentable constatar que esa "universalidad" de los principios básicos no es propia de la actitud de grandes mayorías que, reconociéndose a sí mismas como cristianas, se arrogan el derecho a tornarse selectivas a la hora de decidir hasta qué punto rendir obediencia a Dios, al menos en aquellos principios comunes a toda la cristiandad. Es así que unos exigen un aggiornamento de la cristiandad que "humanice la voluntad divina", tolerando o institucionalizando conductas y conceptos reñidos con aspectos esenciales de la identidad cristiana. Otros limitan la influencia cristiana en su vida cotidiana, relegando a Dios y a Su voluntad al papel de mero consejero cuya opinión no resulta vinculante. En otras palabras, sólo le toman en cuenta en aquello que creen conveniente desde su propio punto de vista. Existen aún otros que, embebidos en la agitada vida moderna, encandilados por las palabras lisonjeras de quienes disfrazados de virtud enseñan principios apartados de ella, siguen mayorías políticamente correctas que las llevan a renegar -en los hechos- de las creencias que afirman profesar. ¿Cómo se entiende de otra manera que tantos cristianos estén a favor del aborto, del relajamiento de los valores morales, de la permisividad que reina en los medios culturales y sociales, y así sucesivamente? ¿Cómo es posible que tantos vivan conductas tan alejadas de esos principios comunes de la cristiandad y aun así pretendan seguir autodenominándose cristianos? ¿Cómo es posible creer en Dios, amarlo y tomar sobre sí el nombre de su Hijo y al mismo tiempo relegarlo a un segundo o tercer plano de la vida? Al fin y al cabo, nadie "puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro"(1). No en balde Jesús preguntó a algunos de Sus discípulos -y aún nos sigue preguntando-: "¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (2) Es cuestión de que seamos coherentes... Leales a nosotros mismos y a nuestras convicciones. (1) Lucas 16:13 (2) Lucas 6:46


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