TODO TIENE UN ORDEN

Todo tiene un orden. Cuando se espera recibir de la mano del Señor la ayuda prometida, es necesario entender que no basta con pedirla, sino que, además, se requiere proceder de acuerdo con el orden establecido de antemano para recibir esa ayuda.

El Señor salvó a Noé y su familia del diluvio, pero ellos tuvieron que construir primero el arca.1

Con Su dedo iluminó las dieciséis pequeñas piedras que alumbrarían a los jareditas dentro de los barcos que los llevarían a la tierra prometida, pero antes el hermano de Jared tuvo que subir al monte de Shelem y de una roca fundir esas dieciséis piedras pequeñas.2

Cuando al llegar a Capernaum surgió la cuestión de pagar el tributo que exigía la ley, Jesús proveyó milagrosamente en la boca de un pez la moneda requerida, pero Pedro tuvo que ir al mar, echar el anzuelo y capturar al pez.3

El apóstol Santiago escribió en su epístola la excelsa promesa que llevó a un joven de catorce años a iniciar la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. Mas cuando afirmó que “si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”, inmediatamente agregó la condición de que, quien pidiera, lo hiciera “con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la ola del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra”. Quien no se ciña a ese orden, termina Santiago sentenciando: “No piense, pues, ese hombre que recibirá cosa alguna del Señor”.4

Es posible percibir a través de estos ejemplos que, aunque el yugo de Cristo “es fácil y ligera (Su) carga”, ello no nos exime de tirar de él con todas nuestras fuerzas.5

Debemos hacer nuestra parte y dejar el resto para Él. Siempre existirá un precio que pagar por las cosas de valor; pero el Señor es fiel y no nos pedirá que “corra(mos) más aprisa, ni trabaje(mos) más de lo que (nuestras) fuerzas y los medios proporcionados (nos lo) permitan”6 pues “es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”.7

Así conviene que hagamos cada uno de nosotros. Al buscar con reflexión, estudio diligente de las Escrituras, ferviente oración y con la divina guía del Espíritu Santo cuál es nuestra parte, tendremos la certeza de estar haciendo nuestra obra, dejando las manos del Señor libres para bendecirnos de acuerdo con su infinita sabiduría.

 

(1) Genesis 6:14-16

(2) Éter 3:1

(3) Mateo:17-27

(4) Santiago 1:5-7

(5) Mateo 11:30

(6) Doctrina y Convenios 10:4

(7) 2 Nefi 2 25:23

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