EN UN MUNDO DE CONFUSIÓN
Vivimos inmersos en un mundo de confusión. Sólo con observar
la diversidad de ideas, filosofías, doctrinas e ideologías que nos rodean, bien
podríamos decir que hemos vuelto al inicio de los tiempos.
"En el principio... la tierra estaba desordenada... y
las tinieblas estaban sobre la faz del abismo..."1
Por doquier oímos de violencia, injusticias, guerras y
rumores de guerras; amenazas entre estados, discriminaciones y persecuciones,
ora en nombre de la libertad, ora en nombre del poder, las reivindicaciones
históricas o la simple venganza.
Toda causa proclama su supremacía. Reclama a la verdad como
su posesión exclusiva y, en muchos casos, no duda en considerar al otro su
enemigo por la única razón de pensar diferente.
La cosecha de dolor y miseria que esa siembra de odios e
intolerancia provocan, ese culto que muchos profesan por la violencia -sea
verbal, afectiva o física- y esa falta de amor que afecta a una porción enferma
de las sociedades, ciertamente no permiten avizorar que habrá una calma que
siga a una tempestad que amaina.
Pareciera que sólo la intervención divina pudiera dar fin a
toda esta confusión.
"Y dijo Dios: Haya luz, y hubo luz...
Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno
en gran manera."2
La cristiandad sabe que ese día "de luz"
ciertamente vendrá; pero -como lo señalara Jesucristo- "del día y la hora
nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo [Dios]."3
Los incrédulos podrán burlase de quienes tenemos esta
esperanza, podrán perseguirnos y ultrajarnos, pero ello no cambiará ni el
estado de las cosas al presente, ni lo que vendrá después.
Pero ¿qué esperanza cabe en quienes creen en las promesas de
Jesús? ¿Puede alcanzarse la felicidad en medio de tanta confusión? ¿Puede
alcanzarse la paz?
Es entendible que algunos piensen que, de existir Dios,
debería ponerle fin a estas cosas. Pero erran desconociendo los propósitos de
un Dios en el que no creen o en el que no confían.
Cristo enseñó que, al conocer la verdad, la verdad nos haría
libres.4 Pero ¿libres de qué?
Cristo no prometió librarnos de las aflicciones, pero sí
prometió la paz en medio de ellas.5 Tal vez en esto resida la clave
para sobrellevar los tiempos que nos ha tocado vivir.
Las enseñanzas de Jesucristo -indudablemente
"políticamente incorrectas" a los ojos de quienes las cuestionan- nos
invitan a una vida plena, donde podemos encontrar no sólo la paz interior sino
un propósito para vivir a pesar de lo que tengamos que padecer, sabiendo que
nuestra existencia se compone de momentos agradables y otros no tanto.
Pero encontrar esa "luz" en Cristo implica
adherirse a Su voluntad y seguramente "remar contra la corriente" en
muchas cuestiones que hoy ostentan el apoyo mayoritario de sociedades que han
dado la espalda a los valores cristianos.
Implica encausar nuestros deseos y afectos del corazón en un
sentido colineal con Sus enseñanzas, y transformarnos, de hecho, en un reflejo
de virtudes que el mundo de hoy desecha.
En otras palabras, la paz y la felicidad tan anhelosamente
procuradas por hombres y mujeres de buena voluntad, tiene el precio de
"tomar nuestra cruz y verdaderamente seguir a Cristo"6.
Al fin y al cabo, "el que quiera hacer la voluntad de
[Dios] conocerá si la doctrina es de Dios o si [Jesús solamente] habl(aba) por
(sí) mismo."7
(1) Génesis 1:1-2
(2) Génesis 1:2,31
(3) Mateo 24:36
(4) Juan 8:3
(5) Véase Juan 16:33
(6) Véase Mateo 16:24
(7) Juan 7:17
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