¿QUÉ MÁS ME FALTA?
Tal vez no exista discurso más excelso que el conocido como el Sermón del Monte. En medio de la exposición de Sus divinas enseñanzas, el Salvador dio el siguiente mandamiento: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”1.
La solemne admonición del Salvador parece que fuera la síntesis
de todos los mandamientos, pues encierra el desafío de llegar a la vida eterna misma
para morar en presencia del Padre por todas las eternidades, siendo coherederos
con Cristo y partícipes de la gloria celestial. Así resulta si nos atenemos a la
sublime declaración encerrada en las palabras que dio a Moisés: “Porque, he
aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida
eterna del hombre”2.
Cabe preguntarse, sin embargo, si ese mandamiento de “ser perfectos
como el Padre” tiene por propósito animarnos a alcanzar un objetivo que está fuera
de nuestro alcance en la condición mortal en que nos encontramos; objetivo que está
reservado para un tiempo muy lejano cuando, merced a nuestra integridad y fidelidad,
podamos ser recibidos en los cielos y entrar en nuestra exaltación. De ser así,
su inclusión en el Sermón del Monte estaría motivada por el deseo del Maestro de
incentivarnos a seguirle y ceñir nuestras vidas a Su ejemplo, aunque la realización
de Su mandato quede fuera de la esfera de esta vida terrenal. En este sentido, el
hombre alcanzaría la perfección del Padre, es decir, Su naturaleza y poder
—mediante un camino de virtud y pureza, obediencia y obras, fe y perseverancia,
y con la imprescindible ayuda de la gracia divina— solamente después del
juicio final.
Aun cuando el enfoque anterior resulte apropiado, no deja de
llamar la atención que, intercalado entre una sucesión de mandatos y consejos prácticos
sobre cómo vivir el evangelio en la vida mortal, aflore un mandamiento
imposible de cumplir durante el tiempo de probación de esta vida. De hecho, las
Escrituras afirman que sólo Cristo vivió sin pecado3; que todos
nosotros somos pecadores puesto que “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”4. ¿Cómo, pues, se
nos manda ser perfectos? ¿Acaso podemos ser perfectos en esta vida?
Para contestar estas interrogantes debemos analizar ante todo
el significado del término perfecto. Si recurrimos al diccionario se nos
informa que el vocablo se usa como adjetivo y puede significar “que tiene el mayor
grado posible de bondad o excelencia en su línea” o “que posee el grado máximo
de una determinada cualidad o defecto”5.
Es importante recordar que la Biblia se compone del Antiguo Testamento
que fue escrito en hebreo y del Nuevo Testamento, el cual fue escrito originalmente
en griego. Lo interesante es que los vocablos originales que fueron traducidos
como perfecto (tamiym en hebreo y téleios en griego) no tienen
exactamente el mismo significado.
Tamiym da la idea de completo, íntegro, entero. El
pueblo del viejo pacto (la ley mosaica) debía observar “toda la ley” sin dejar
ninguna parte sin guardar. Sólo en esa forma podría ser tamiym, es decir,
perfecto. De ahí que el mandato era: “anda delante de mí y sé erfecto”6.
Es así que muchos personajes del Antiguo Testamento fueron llamados “perfectos”
en razón de su fiel y cabal cumplimiento de las normas contenidas en la ley de
Moisés7.
Téleios también se asocia al concepto de completo, acabado,
pero en el sentido de "que se ha alcanzado la meta o el propósito", que
se ha logrado “un pleno desarrollo”. En algunos pasajes del Nuevo Testamento8
téleios se ha traducido también como “madurez”. Todos estos significados
son afines con la idea de que se ha obtenido el mayor grado posible de
bondad o excelencia dentro de la esfera de acción del individuo. En otras palabras,
alcanzar la perfección estaría más bien relacionado al potencial de la persona
y su esfera de acción antes que a un estado de gloria y poder infinitos.
A manera de ejemplo citemos el pasaje en que el joven rico pregunta
al Señor: ¿qué bien haré para tener la vida eterna? “Si quieres entrar en la vida”,
le responde Jesús, “guarda los mandamientos”. El joven vuelve a preguntar: ¿Cuáles?
Y Jesús le dice: “No matarás; no a cometerás adulterio; no hurtarás; no dirás falso
testimonio; honra a tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Entonces el joven le dice: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué
más me falta?”9
¿Qué le responde Jesús? “Si quieres ser perfecto (es decir, cabal
en el cumplimiento de los mandamientos), anda, vende lo que tienes y da a los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”10.
Jesús sabía que el joven, en la esfera de acción en que le
tocaba actuar, aún no había progresado lo suficiente y le faltaba despojarse de
su egoísmo compartiendo sus bienes con los pobres y aprendiendo verdaderamente a
amar al prójimo como a sí mismo. Por ello le aconsejó lo que debía hacer para llenar
la medida de su potencial, para expandirse totalmente dentro de su potencialidad
espiritual y material.
Cuando Jesús nos exhorta a ser “perfectos como el Padre”
está diciéndonos que, así como el Padre ha logrado su pleno desarrollo como ser
exaltado, nosotros tenemos el mandamiento de trabajar por nuestro pleno desarrollo
como Sus hijos espirituales en este estado de mortalidad en que vivimos. Esto
no es poco, pues implica esforzarnos al máximo de nuestra capacidad para obedecer
la voluntad del Padre y llegar a ser todo lo que Él espera que seamos.
Obviamente no se trata de un mandamiento imposible de cumplir, máxime si
tenemos en cuenta que “él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles
la vía para que cumplan lo que les ha mandado”11.
Este concepto ha sido enseñado por las Autoridades Generales.
El Élder Bruce R. McKonkie afirma, en su obra Doctrina Mormona:
“La perfección finita es algo que los santos justos pueden
obtener en esta vida. Consiste en vivir temerosos de Dios, con devoción a la verdad,
caminando en total sumisión a la voluntad del Señor, poniendo en primer lugar las
cosas del Reino de Dios. La perfección infinita está reservada para los que
vencen todas las cosas y heredan la plenitud del Padre en las mansiones del más
allá. Consiste en ganar la vida eterna, la clase de vida que Dios tiene en el más
alto cielo del mundo celestial.”12
El Élder Russell M. Nelson también menciona estas dos clases
de perfección cuando enseña que:
“La perfección mortal se puede lograr cuando tratamos de llevar
a cabo toda responsabilidad, cumplimos toda ley y nos esforzarnos por ser igualmente
perfectos en nuestra esfera como nuestro Padre lo es en la suya...
“La perfección eterna está reservada para los que superan todas
las cosas y heredan la plenitud del Padre en Sus mansiones celestiales. La perfección
consiste en obtener la vida eterna: la clase de vida que Dios tiene.”13
Por otro lado, el que sea posible que alcancemos la perfección
(mortal) no significa que su conquista esté exenta de dificultades, “porque es preciso
que haya una oposición en todas las cosas”14. Mas la promesa que tenemos
es que si hacemos nuestra parte, el Señor hará la suya.
“Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano
han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como sus condiciones,
según fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo.” 15
El presidente Lorenzo Snow destacó dos facetas esenciales del
camino a la perfección en esta vida. La primera se refiere al tiempo que nos
demande llegar a ella.
“No esperen llegar a ser perfectos de inmediato. Si lo hacen,
se desilusionarán. Sean mejores hoy de lo que fueron ayer, y sean mejores
mañana de lo que son hoy. No permitamos que las tentaciones que quizás nos vencen
hoy parcialmente nos venzan tanto mañana. Así, pues, continúen siendo un poco mejores
día tras día; y no dejen que su vida se malgaste sin hacer el bien a otras personas,
así como a nosotros mismos.”16
En tanto transitamos por ese camino, podemos obtener victorias
parciales, como si ganásemos batalla tras batalla hasta lograr el éxito final. Al
respecto, señala:
“No obstante, estamos sujetos a la insensatez, a la debilidad
de la carne, y somos en mayor o menor medida ignorantes; por lo tanto, estamos sujetos
a errar. Sí, pero ello no es motivo para que no nos sintamos deseosos de cumplir
con este mandato de Dios (de ser perfectos), especialmente al considerar que Él
ha puesto a nuestro alcance los medios para lograr tal obra...
“Una persona puede ser perfecta en algunas cosas y no serlo
en otras. La persona que obedece la Palabra de Sabiduría fielmente es perfecta en
lo que concierne a esa ley. Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y nos bautizamos
para la remisión de éstos, somos perfectos en lo que respecta a esa cuestión.”17
En definitiva, tenemos el mandamiento de ser perfectos según
lo expuesto en los párrafos anteriores. No para vanagloriarnos; no para sentirnos
superiores. Hemos recibido ese mandato pues necesitamos ser "perfectos"
para continuar nuestro progreso eterno. Ello nos impone el reto de alcanzar la
excelencia en nuestra relación con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Podremos alcanzar esa perfección —la que pertenece a nuestra esfera mortal—sólo
si nos esforzamos en hacer nuestra parte y buscamos Su ayuda. No es imposible
lograrlo, pero se alcanzará sólo a través de un proceso cuya duración dependerá
de cada uno de nosotros y de la diligencia que pongamos en ello.
1) Mateo 5:48
2) Moisés 1:39
3) Véase Hebreos 4:15
4) 1 Juan 1:8
5) Diccionario de la Real Academia Española
6) Véanse Génesis 17:1, Deuteronomio 18:13, 1 Reyes 8:61;15:14,
Job 1:1
7) 2 Nefi 9:28-29
8) Véanse 1 Corintios 2: 6, 1 Corintios 14: 20, Hebreos 5: 14
9) Mateo 19:16-20
10) Mateo 19:21 (paréntesis agregado)
11) 1 Nefi 3:7
12) Doctrina Mormona, pág. 564
13) élder Russell M. Nelson, "La inminencia de la perfección",
Liahona enero 1996, págs. 99 y 101
14) 2 Nefi 2:11
15) Doctrina y Convenios 132:5
16) presidente Lorenzo Snow, Improvement Era, julio de 1901,
pág. 714
17) presidente Lorenzo Snow, Deseret News: Semi-Weekly, 3 de
junio de 1879, pg. 1
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