¿QUIÉN QUEDARÁ PARA SER ALABADO?

Aquel sabio Anciano había reunido por última vez a sus discípulos. Era tiempo que partiera y ya no lo volverían a ver.

Sus jóvenes seguidores se sentaron en torno suyo. Uno de ellos, el más extrovertido, se animó a preguntar:

-Maestro: ¿por qué debemos aferrarnos a tus enseñanzas y no seguir al pueblo en su camino?

El Maestro miró a cada uno de sus amados discípulos. Anclando por unos instantes su vista en los ojos expectantes de aquellos jóvenes, luego de asegurarse su atención, comenzó a hablar diciendo:

"Un hombre poseía una granja donde cultivaba toda clase de vegetales y árboles frutales.

"Día a día trabajaba de sol a sol, preparando la tierra, desmalezándola y abonándola para mejorar la producción. Con mucho amor daba de su tiempo y energías para tener la mejor cosecha cada temporada.

"Tenía aquel hombre varios vecinos que procuraban con igual tesón obtener los mejores resultados de su labor agraria.

"Un día vinieron de la ciudad técnicos diplomados que comenzaron a alentar a los agricultores a dejar de plantar como lo venían haciendo desde generaciones atrás. Traían semillas extrañas que, según decían, producirían nuevos productos fáciles de colocar en el mercado por su gran aceptación. El cultivo sería fácil, seguro. Asimismo, les garantizaría un bienestar económico óptimo y permanente.

"La mayoría de los agricultores se tentó con la oferta de los técnicos y pactó con ellos, hipotecando sus propiedades y contrayendo compromisos fuertes para introducir los cambios necesarios en su actividad productiva.

"No así aquel hombre. Estaba conforme con lo que hacía, su trabajo le daba buenas ganancias y se sentía feliz con lo que tenía.

"El tiempo pasó. A medida que las cosechas se sucedían, aquellos agricultores innovadores fueron cediendo cada vez más la dirección de sus haciendas a los técnicos, sin recoger las mejoras que se les habían prometido.

"La producción aumentaba, así como las ventas en el mercado, pero las ganancias no bastaban para pagar las hipotecas y la parte que los técnicos se llevaban por su gestión.

"Después de un tiempo esos grajeros debieron vender sus propiedades a precios ridículos, precisamente a quien había enviado a los técnicos con las propuestas innovadoras.

"Solamente aquel hombre quedó con su granja, trabajándola día a día, de sol a sol, preparando la tierra, desmalezándola y abonándola para mejorar la producción..."

Al terminar su exposición, los jóvenes se miraron unos a otros procurando descubrir quién de ellos podría haber interpretado las palabras del Maestro.

Adivinando su desconcierto, el sabio Anciano retomó la palabra:

- ¿Cómo es que no entienden lo que les acabo de relatar? Piensen. Reflexionen. Vean a su alrededor e interpreten el mundo en que viven. Deténganse en los resultados antes que en los discursos.

-Los agricultores son Uds.- prosiguió.

-Las granjas: sus mentes que gobiernan sus actos. Lo que están plantando son los valores que les han sido legados a través de las generaciones. Lo que cosechan es el fruto de vivir esos valores. Básicamente la paz y la felicidad permanentes.

Luego de una pausa como para esperar que sus palabras echaran raíz en sus oyentes, continuó diciendo:

-Luego surgen en su derredor ideas y conductas que se oponen a sus valores y resultan populares a ojos del pueblo.

-A quienes ceden ante esas lisonjeras ideas y conductas al principio parece irles bien; pero pronto las consecuencias de abandonar los principios que antes abrazaron se hacen notar. La paz y la felicidad les son quitadas.

-Entonces... ¿quién quedará para ser alabado?

El Anciano calló y los discípulos veneraron la profunda sabiduría del Maestro. Su instrucción había concluido. Estaban prontos para enfrentar la vida con el bagaje que se les había legado.

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