LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
La sabiduría no consiste simplemente en acumular conocimientos. Hoy en día cualquiera que sepa manejar una computadora dispone de una cantidad prácticamente ilimitada de conocimiento. Le basta con "googlear" sus dudas y un mar de datos se desplegará ante sus ojos encuadrado en un monitor omnisapiente. Sin embargo, ello no le garantiza sabiduría.
La sabiduría consiste en utilizar los conocimientos de una
manera moralmente correcta, logrando como fin un mejoramiento del bienestar y
felicidad de quien los aplica y de las personas sobre quienes alcance a
influir. Además del conocimiento, los valores morales son un componente
ineludible en la ecuación de la sabiduría.
En una época en que la vida parece consistir de una
desenfrenada carrera por alcanzar logros materiales, ejercer dominio sobre el
otro o proveerse de placeres "a la carta", el cultivo del espíritu
queda relegado a un segundo plano.
La estética, la moralidad y los valores quedan atados a la
opinión de unas mayorías que son hábilmente manipuladas por quienes pretenden -por
las razones que sean- hegemonizar su visión de la vida.
Esa hegemonía se va infiltrando imperceptiblemente en las
mentes y corazones de las masas. Va inundando con sus premisas todos los
ámbitos del quehacer humano.
Así vemos como ha copado, por ejemplo, los espacios
artísticos, sociales, políticos y, sobre todo, el ámbito educativo.
Cuando los padres -ya sea por el afán de cumplir con sus
responsabilidades de proveer para la familia, sea porque priorizan sus logros
personales, por falta de experiencia, por dejadez o por las más variadas
razones- no destinan tiempo y energías en la educación de sus hijos,
transfiriendo esa responsabilidad a los centros educativos, corren el riesgo
cierto de que sus hijos sean "hegemonizados" por esas corrientes de
la nueva moralidad.
Si se pretende sembrar en los hijos los valores sobre los
cuales se funda un hogar cristiano, el ámbito para educar en esos valores es el
hogar. Los maestros deben ser los propios padres, especialmente porque al
conocimiento agregarán sabiduría; y a la sabiduría, amor.
Los padres deben sembrar ante todo confianza en sus hijos.
Deben saber ganarse su cariño y respeto. Con paciencia y persistencia deben
asumir su responsabilidad de ayudarles a desenvolverse en un mundo competitivo,
insensible y cuyos fundamentos se apartan cada vez más de las enseñanzas de
Jesucristo.
Nadie puede suplir a los padres en tan noble y decisiva
responsabilidad. Si se la lleva adelante con amor y dedicación, sin duda
"hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando
se basa en las enseñanzas de Jesucristo y los principios de la fe, la oración,
el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y
las actividades recreativas edificantes"1.
No se trata de algo novedoso. Siempre ha sido así. Hace ya
más de 3000 años en el libro de Deuteronomio se aconsejaba:
"Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu
corazón;
y se las repetirás a tus hijos y les hablarás de ellas
estando en tu casa..."2
Ciertamente si se "instruye al niño en su camino, aun
cuando fuere viejo, no se apartará de él"3.
(1) La familia: una proclamación para el mundo.
(2) Deuteronomio 6:6-7
(3) Proverbios 22:6
Comentarios
Publicar un comentario
No promovemos ni aceptamos controversias en nuestro blog, siendo nuestro propósito es unir corazones, pues "no es [la] doctrina [de Cristo], agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien [Su] doctrina es esta, que se acaben tales cosas."