LA LEY DE LA COSECHA

Durante Su ministerio Jesús compartió de manera simple y profunda grandes consejos para entender la vida y aprovechar sus oportunidades para ser una persona feliz.

En una ocasión dijo:

" Porque no es buen árbol el que da malos frutos; ni árbol malo el que da buen fruto.

Porque cada árbol se conoce por su fruto, pues no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas de las zarzas."1

La Naturaleza es sabia y se sujeta a leyes. Una de ellas es que siempre "se cosecha lo que se siembra".

La sabiduría popular ha sabido recoger este principio natural, aplicándolo a la conducta humana, con el conocido refrán: "Quien siembra vientos recoge tempestades".

A menudo caemos en el error de querer cosechar lo que no hemos sembrado, o aspiramos al éxito sin pagar el precio del esfuerzo fecundo.

En otras, nos entregamos al voluntarismo pretendiendo lograr recompensas con tan sólo desearlas.

Algunos llegan a pretender imponer sus percepciones de vida por la fuerza, justificando tal exceso en que les mueve el deseo de hacer el bien. En realidad, la imposición por la fuerza antes que la persuasión y el respeto, siembra odios y dolores que dan por tierra con esos buenos deseos. Se termina recogiendo lo contrario a lo que se busca.

Por otro lado, cuando se tiene en claro la ley de la cosecha, nuestras energías y recursos pueden ser canalizados de manera provechosa.

La felicidad, propósito fundamental de nuestra vida, es el resultado de lo que somos -o anhelamos convertirnos- antes que lo que hacemos. Porque en definitiva hacemos lo que somos y no al revés.

De manera que debemos trabajar con nosotros mismos para progresar y no esperar que las circunstancias se vuelvan propicias, que la "suerte" o el "destino" se vuelquen a nuestro favor o que "alguien", que nunca llegará, cambie el curso de nuestra vida.

Somos nuestros propios agentes. Nuestra mayor conquista será alcanzar el dominio propio, y no pretender manejar a nuestra voluntad los hilos del mundo que nos rodea. De modo que "quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí..."2.

Por otro lado, debemos entender que "ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener ... sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;

por bondad y por conocimiento puro, lo cual engrandecerá en gran manera el alma sin hipocresía y sin malicia…"3

Cuando sembramos paz recogemos armonía, pues "la palabra blanda quita la ira"4.

Cuando sembramos respeto y tolerancia, cosechamos prosperidad, porque podemos complementar talentos y virtudes con quienes piensan distinto, pero tienen aún mucho en común con nosotros.

Cuando sembramos industriosidad, recolectamos autosuficiencia.

Cuando sembramos valores, alcanzamos virtudes.

Cuando sembramos educación, recogemos desarrollo, cultura y bienestar.

Cuando sembramos amor, cosechamos autoestima, amistad y perdón.

En definitiva, somos nosotros la tierra donde debemos sembrar la semilla de la felicidad. Debemos ser diligentes en cultivarla para que la cosecha sea abundante.

No en balde Jesús agregó a su comentario sobre el buen árbol:

"El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca el bien..."5

 

(1) Lucas 6:43-44

(2) Doctrina y Convenios 4:4

(3) Doctrina y Convenios 121:41-42

(4) Salmo 15:1

(5) Lucas 6:45

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